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KEPA AULESTIA
Domingo, 31 de diciembre 2006, 03:20
La pregunta sobre quién manda realmente en ETA sólo permite una contestación: los comandos. Es cierto que se trata de una respuesta demasiado prosaica para que la tengan en cuenta las decenas de observadores, analistas, mediadores o tertulianos que intentan cada día desentrañar los secretos etarras. Lo peor es que tampoco suelen tomarla en consideración los gobiernos cuando tratan de convencer a la banda para que lo deje.
El adanismo propio de cada nuevo gobernante hace que se vea obligado a imaginarse a ETA como a un grupo con cabeza y extremidades, dando por supuesto que las segundas responden fielmente al dictado de la primera.
Frente a la hipótesis que presenta el atentado de Barajas como un golpe dado por Josu Ternera sobre la mesa de negociaciones, o a esa otra hipótesis que situaría tanto la furgoneta-bomba de ayer como el robo de armas en Francia en el capítulo de las acciones descontroladas, sería más recomendable pensar en una situación intermedia.
Ni los comandos alcanzan a dirigir las conversaciones que los interlocutores de ETA pueden mantener con el Gobierno, ni los interlocutores de ETA saben exactamente qué pueden hacer mañana mismo los comandos. Lo que se dibuja no es necesariamente un colectivo indisciplinado. Ocurre que el desconcierto se apodera del colectivo cuando éste intenta adentrarse por un camino distinto al que ha conocido hasta entonces.
La pregunta inicial podría formularse de otra manera: ¿quién ha decidido en ETA las treguas y quién su ruptura? Es permisible que quien se dedique a comentar, sin más, las incidencias del terrorismo etarra soslaye esa doble incógnita o la despeje echando mano de algún estereotipo. Pero un gobierno debe hacérsela muy seriamente antes de intentar siquiera el contacto más inocuo con el entorno de la banda.
La respuesta, por simple que parezca, no puede ser otra: las treguas se abren desde la cúpula y se cierran desde los comandos. Son los terneras los que dan cauce a una vía de diálogo, y los cherokees quienes acaban haciéndolas volar. Claro que cuando los cherokees deciden que se acabó, los terneras no tienen otra opción que asumir la ruptura.
Así, la impresión que queda tanto dentro como fuera de ETA es que ha sido toda ella y de manera jerárquica y disciplinada la que decidió lo uno y su contrario. Una imagen que no se corresponde exactamente con el proceso de decisión real. Digamos que Ternera no pudo más que tragar con la resuelta decisión de los comandos de atentar ayer en Madrid. Y, posiblemente, se acabó Ternera.
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