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El año de las lenguas

«Ojalá que la política lingüística europea sirva para afianzar la idea de Europa como casa común donde todos los europeos se sientan cómodos a la sombra de su pequeña Babel».

MIGUEL CHAVARRÍA

Lunes, 15 de enero 2007, 01:45

El 2007 será en Europa el año de las lenguas. Comenzando la enumeración por los compañeros del propio patio, en el curso de este año serán puestos en marcha los acuerdos de 2006 para que tres lenguas ibéricas, el catalán, el gallego y el euskera, pasen a ser efectivamente utilizados ante los organismos de la Unión. Pero además, el primero de enero, Rumanía y Bulgaria han pasado a ostentar la categoría de miembros con la consecuencia, de que, desde esa fecha el rumano y el búlgaro han adquirido la condición de lenguas oficiales de la Europa Unida.

También el primero de enero ha comenzado el empleo del gaélico como lengua oficial y de trabajo de la Unión. El gaélico es la lengua hablada por el 9% de los irlandeses que, si calculamos los habitantes de Irlanda en cuatro millones doscientos mil, hace un total de trescientos setenta y ocho mil gaélico-parlantes. El gaélico -con las lógicas variantes- es también la lengua primitiva de Escocia y de la isla de Man.

La Europa ampliada tendrá así 23 lenguas oficiales y seguramente no será este el número definitivo. Europa es una gran reserva de lenguas casi desconocidas que en algún momento llegarán a adquirir el status de lenguas oficiales. Esta profusión provoca la queja de los que consideran que a Europa le están creciendo los enanos, como si el plurilingüismo fuese un fenómeno de reciente aparición en este continente. En cambio, sería propio preguntarse cómo afectará esta nueva situación a las lenguas principales.

Creo que para contestar esta sencilla pregunta, habría que hacer un primer distingo entre las lenguas de arraigo mundial como son el inglés, el español, el portugués y el francés, y las demás lenguas principales de Europa, si tomamos como tales las oficiales de cada uno de los Estados.

Las cuatro grandes lenguas primeramente citadas no sufrirán ningún menoscabo, puesto que su destacada situación no depende de las ventajas que se les reconozcan en el seno de la Unión, sino que se originan en factores históricos muy consolidados ya, y cuyos efectos son difíciles de borrar o desconocer.

El español o castellano, por ejemplo, lengua franca de los españoles desde hace siglos, cuando no existía todavía el concepto de lengua oficial, seguirá siendo con toda probabilidad la lengua que los españoles, y los expañoles en su caso, emplearán para comunicarse con sus convecinos de los diferentes territorios, no importa qué grado de fraccionamiento lingüístico y político experimente la península en el futuro. Por otra parte, la permanencia de la lengua española en el mundo no depende ya de lo que suceda en Europa, sino de lo que hagan los países iberoamericanos. Y si, como es muy probable, el español llegara a consolidarse como la segunda lengua de los Estados Unidos, esto contribuirá también a afianzar su posición y prestigio como lengua internacional.

Otra de las más difundidas lenguas europeas, el francés, merced a una política ejercida sin intermisión desde el siglo XVIII, había venido ejerciendo el papel de «lengua de la cultura y de la diplomacia». Ese puesto lo perdió a raíz de la II Guerra Mundial, pero la lengua de Molière, Henry Landru y Pierre Laval permanecerá como lengua extendida en Bélgica, Suiza y Luxemburgo, y como vínculo de unión entre los países francófonos del Africa Negra, del Caribe y de la Oceanía. Además, su presencia en el Canadá le asegura una prestigiosa vecindad con el inglés dentro del seno de la hegemonía axial angloamericana, a la cual nos referiremos más adelante.

El portugués es una lengua que se ha extendido a importantes regiones del Africa, a Macao, Timor y a la totalidad del Brasil. Y poco importa que se quiera restar valor al peso que pueda adquirir la gran nación luso-americana. El crecimiento del Brasil es irregular pero imparable, un verdadero desbordamiento de la Historia que nada tiene que ver con los efectos de una política concientemente aplicada.

¿Y qué decir del inglés? Su reinado es indiscutible hoy y continuará siéndolo durante un futuro al cual todavía no se le presiente el fin. El inglés es la única de las lenguas universales europeas que tiene continuadores plenamente conscientes de lo que hacen. El eje cultural y político USA, UK, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, es ya una realidad que pesa aunque pocos la ponderan debidamente. De hecho, al european trip de los escolares americanos se añade desde hace años la estancia en Canadá para familiarizarse con el vecino más afín; y el viaje o la estadía en Australia, para conocer la proyección oceánica de la cultura anglo. Todo eso sin contar con que el inglés es la segunda lengua de países tan populosos como la India, Pakistán y Bangladesh, y con que posee una presencia decisiva en los países más importantes del África negra: Africa del Sur, Kenya y Zimbawue, siendo, además la segunda lengua de uso generalizado en países como Noruega, Suecia Dinamarca y Holanda y, en general, en los países menores de Europa

Hay que comprender que el inglés es lengua imperial no por ser impuesta, sino porque se expande mundialmente por las ventajas que supone, por el prestigio que brinda y por las puertas que abre sobre todo en materia de trabajo cualificado y de estudios al máximo nivel. No es sólo cuestión de armas y de electrónica, sino también de dinero y de talento bien invertidos en investigación y desarrollo que comprende, además de las ciencias y la tecnología, las humanidades y la Historia; también las del resto del mundo. Un ejemplo: los archivos españoles poseen una ingente riqueza documental en lo que se refiere a la exploración, conquista, fundaciones y establecimientos en las tres Américas. Pero no es España ni ningún país de habla española quienes están explotando esa riqueza cultural insustituible, sino los Estados Unidos.

En cuanto al resto de las lenguas principales de Europa, la distancia que hay entre ellas es enorme. Piénsese en el italiano o el alemán, sostenidos por una poderosa demografía, en comparación con el rumano o con el búlgaro que ni siquiera son hablados por la totalidad de los habitantes de sus respectivos países. Las lenguas poco divulgadas que son consideradas principales sólo por ser las oficiales en sus respectivos Estados, se verán abocadas no solo a convivir cada vez más estrechamente con lenguas vernáculas de arraigo popular que terminarán accediendo a la consideración de lenguas de la Unión Europea, sino a ceder terreno ante el inglés, especialmente en la educación superior. Al fin y al cabo, la Unión Europea es un gigante que tiene como lengua dominante el inglés, que es por principio la lengua propia del eje anglo.

Entre las lenguas vernáculas de Europa, las que más intención expansiva demuestran son las de España, especialmente el euskera y el catalán. El euskera, con la propuesta de unión política que afectaría a territorios españoles y franceses y es un reto a España y Francia como Estados. El catalán, con una especie de unión indefinible entre els Països Catalans, en los que se incluye, además de la Comunidad Autónoma de Cataluña, el País Valencià, Illes Balears, Principat dAndorra, lAlguer, o sea Alghero, comarca y ciudad de Italia, en Cerdeña; Catalunya Nord, o sea el Rosellón; además de la Franja de Ponent, que comprende las comarcas aragonesas del Bajo Cinca, de La Litera, de Matarraña y la Ribagorza. Pero, al parecer, las ambiciones catalanas se concretan en que en dichos lugares «no poden continuar ignorant lexistència de la llengua catalana a lhora de fer letiquetatge dels seus productes ni en qualsevol altra forma de comunicació comercial».

En suma, voluntarismo mercantil sin cortesías. Yo vendo, tú compras. Cosas veredes, Sancho amigo, pero, si me apuran, prefiero que genio y figura lo sean hasta la factura y el albarán, y no hasta la sepultura, como quieren y practican otros.

Ojalá que la política lingüística europea, que nos retrotrae paradójicamente hasta épocas del Antiguo Régimen, cuando las diferencias no eran vistas ni utilizadas como sinos de enemistad, sirva para afianzar la idea de Europa como casa común donde todos los europeos se sientan cómodos a la sombra de su pequeña Babel.

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