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JOSÉ JAVIER ESPARZA | ESCRITOR Y CRÍTICO DE TELEVISIÓN

«El coleccionista de arte prefiere cadáveres disecados, así no hay que darles de comer»

El escritor y crítico de televisión afirma en un feroz ensayo que los artistas contemporáneos «han emprendido una carrera desenfrenada por destruir cualquier referencia»

TOMÁS GARCÍA YEBRA

Martes, 23 de enero 2007, 09:51

El libro se llama Los ocho pecados capitales del arte contemporáneo (Almuzara). Lo ha escrito el crítico de televisión de Vocento José Javier Esparza. El destierro de la belleza, la consagración de lo efímero, la vocación nihilista, la novedad como vacuidad, la denigración de la persona como ceremonia subversiva, el mal gusto como cima de la excelencia, son algunas de las perlas que Esparza observa en el arte actual.

- Picasso le dijo a un amigo: «Lo único que pretendí fue reírme del mundo».

- Sinceramente, más bien me parece que Picasso se estaba riendo de ese amigo.

- ¿Usted cree?

- Veamos: Picasso era realmente un genio, alguien que creó algo nuevo y único cuando aún era posible hacerlo. Tal vez un tercio de su obra sea prescindible, pero eso no quita valor al personaje. El problema surge cuando una miríada de artistas intenta imitar no el talento de Picasso, sino simplemente su risa, es decir, la pose del provocador. Eso es una impostura. Y de la impostura viene la estafa.

- ¿La gente habla de genios sin sentir lo que dice? ¿Eso es inseguridad o miedo al qué dirán?

- Más bien, convención. A veces, sí, se trata de miedo a no parecer in. Es lo que lleva a tanta gente, y a tanta prensa, a saludar auténticas monstruosidades como creaciones geniales. Luego el mercado se encarga de atribuir un coste desmedido a esas cosas, y en nuestro mundo el coste se confunde con el valor. Puro nihilismo.

- ¿Nos manipulan por ignorancia?

- En materia cultural, el público común espera que el mediador -el crítico, el periodista, el profesor- le explique las cosas. Eso, en buena parte del arte contemporáneo, es rigurosamente imposible. Entonces el público común, simplemente, se limita a seguir la corriente, sin más preguntas. Pero la culpa no es del público, sino del mediador.

- ¿Qué diferencia hay entre el Calcetín de Tàpies y los que llevaba Cary Grant, aparte el tejido y la elegancia?

- La diferencia está en el precio, evidentemente. Los calcetines de Cary Grant, por otro lado, eran elegantes por su dueño, no por sí mismos. Es algo que no puede decirse del Calcetín de Tàpies. Pero la verdadera pregunta es por qué Tàpies da en hacer un calcetín y no algo que el espectador pueda entender sin traumas. A eso trato de contestar en mi libro.

- ¿La Torre Windsor, recién calcinada, en Arco, hubiera tenido comprador?

- ¿Por supuesto! Se habría vendido como icono significativo de la civilización industrial en decadencia. Y lo habría comprado cualquiera de los grandes financieros de esa misma civilización industrial.

- Y con un bombero colgado de una viga ¿hubiera subido la cotización?

- Eso de poner gente de carne y hueso en las instalaciones artísticas lo inventó un argentino, Óscar Bony, en los años sesenta, y últimamente lo ha hecho el inglés Kaye. Pero los jurados y los coleccionistas prefieren los cadáveres disecados, como los que venden Hirst o Xiao Yu, quizá porque causan pocas molestias: no hay que darles de comer.

- ¿Cuánta audiencia hubiese aglutinado, en prime time, un programa con el Santo Oficio de protagonista, suponiendo que en aquellos tiempos hubiera habido televisión?

- Poca, poca. Hoy sabemos que el número total de ejecutados por la Inquisición apenas llegó al millar en todo ese tiempo; poco rendimiento. Por otro lado, un proceso exige parlamentos, alegatos, palabras, razones, y eso fatiga al espectador. Es mejor apostar por procedimientos más expeditivos: la caza de brujas en Norteamérica o Alemania, por ejemplo, donde no hacen falta tediosos discursos y uno sabe claramente a lo que va. No es casualidad que últimamente anden de capa caída las teleseries de abogados, tan exitosas hace sólo veinte años.

- ¿Qué perfil de presentador o presentadora necesitaría un programa así?, ¿pausado o vocinglero?

- Estas cosas las trato en otra parte del libro, en un capítulo que dedico a la sociedad del espectáculo. Básicamente, podemos hablar de una división del trabajo: el presentador adopta un perfil pausado para transmitir al público un sentimiento de decencia, mientras que los tertulianos se encargan de la parte vocinglera. Igual que en los tribunales de la guillotina. La verdad es que ya está todo inventado.

- Asegura que el arte contemporáneo es velocidad. ¿De qué es síntoma la velocidad?

- Hoy, sobre todo, es síntoma de un deseo de escapar. Hemos llegado a identificar la vida con el movimiento, pero ya no nos preguntamos hacia dónde nos movemos.

- El nihilismo -y el cinismo- ¿son rasgos de la inteligencia?

- El cinismo es, filosóficamente, un deseo de encontrarse con las realidades más simples y elementales de la vida en su crudeza desnuda. Eso hoy se transita más bien poco. El nihilismo es otra cosa: es la convicción de que nada es verdad o, más bien, de que nada tiene sentido. En Los ocho pecados capitales... exploro el nihilismo como fuerza dominante de nuestro tiempo, también en el arte.

- Las cabezas disecadas de famosos ¿también se cotizarían como arte?

- Sin duda. Eso ya lo inventó Tamerlán cuando arrasaba una ciudad, decapitaba a sus habitantes y construía pirámides con sus cabezas. Y es lo que hoy hacen tantos 'enfants terribles' del arte contemporáneo entre el aplauso memo de la crítica.

- ¿El mayor negocio del arte -y de esta vida- consiste en explotar la estupidez humana?

- Sí, pero con un requisito: esa estupidez hay que disfrazarla de inteligencia; de esta manera el comprador sale muy ufano y satisfecho de su compra. COLPISA

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