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IGNACIO SUÁREZ-ZULOAGA *
Martes, 6 de febrero 2007, 09:51
El pasado viernes Josu Jon Imaz propuso en el Foro Europa un acuerdo entre los partidos para reducir la crispación y afirmar el autogobierno. Una nueva vía basada en una práctica histórica vasca: el pactismo.
Hasta ahora, las alternativas de futuro se reducían a cuatro. En primer lugar, un escenario de estatus quo -el actual marco estatutario- rechazado desde hace unos años por todos los partidos nacionalistas vascos y aceptado hoy sólo por el PP y el PSE. Por su parte, el nacionalismo democrático venía abogando por el denominado plan Ibarretxe, una vía de separación paulatina de España a través de un proceso soberanista. En cuanto a la izquierda abertzale, su escenario-objetivo es un Estado socialista independiente, alcanzable mediante «todos los medios de lucha». Finalmente, existe la posibilidad real de una vuelta al centralismo; algo que ahora no reclama nadie, pero que es perfectamente posible -y aún probable- según qué circunstancias se den en el futuro. Este último escenario es el que Imaz desea eliminar del futuro de los vascos; algo para lo que requiere del apoyo de todos los partidos.
La recuperación de las antiguas prácticas pactistas implica anteponer el autogobierno y el diálogo entre partidos sobre los programas de cada cual; algo para lo que es imprescindible recobrar previamente la confianza. Primero debería alcanzarse un marco de acuerdo entre los partidos vascos que aceptan la democracia parlamentarista; y posteriormente un pacto de todos estos con los del resto del Estado.
Este planteamiento recoge la reivindicación histórica de la bilateralidad entre el País Vasco y el reino de España, por la que Euskadi se integra lealmente en el Estado desde un acuerdo refrendado por todos los partidos democráticos. Como pacto implica una cierta igualdad y reciprocidad de deberes y derechos; resultando compatible con la ideología nacionalista y la tesis de la soberanía originaria de los vascos.
La provisionalidad -y reversibilidad- del autogobierno ha sido una de las preocupaciones permanentes del nacionalismo vasco. Pues desde el advenimiento de la dinastía borbónica al trono de España, la insistencia de los gobiernos de Madrid en restringir las competencias de las tres diputaciones causó innumerables enfrentamientos. Cuando se observan los desafíos a la legalidad de las actuales autoridades vascas no puede uno sino acordarse de los «donativos al rey», y de la infinidad de maniobras y negociaciones que llevaron a la práctica los representantes vascos en Madrid durante siglos. Y cuando el acuerdo resultaba imposible: el incumplimiento más o menos abierto. Para esto se apropiaron del célebre eufemismo de los gobernadores españoles en la América colonial: el «se obedece, pero no se cumple».
Conviene recordar que aquel espíritu pactista presidió la actuación conjunta de las diputaciones vascas tras la derrota carlista en 1876. Una abrumadora mayoría social, integrada por vencedores (liberales) y vencidos (carlistas) que obligó a Cánovas del Castillo a decretar subrepticiamente -y consolidar a lo largo de los años- un sistema de conciertos económicos transitorios que sigue en vigor 130 años después; sustituyendo en la práctica a los fueros medievales. Un sistema que consiguió mitigar la honda fractura social causada por aquella guerra, y propició la mayor oleada de prosperidad que ha tenido la historia de Euskadi (1876-1917).
Pero la declaración más importante de Imaz se refirió al conflicto afectivo: «el objetivo estratégico de este país no tiene que ser enfrentarse a España, sino cautivarla y ganarla en términos de ganar confianza». Esto es, normalizar la integración de los vascos en España sin engaños ni coacciones, recuperando la secular tradición vasca de la convivencia desde la diferencia.
Habló también de «lealtad» y de «respeto a los marcos institucionales actuales»; con el probable propósito de desterrar de la memoria el infausto pacto de Lizarra-Estella. Un acuerdo por el que los partidos nacionalistas democráticos mancillaron su tradición parlamentarista, anteponiendo el objetivo independentista a sus principios éticos.
Dada su actual sintonía con los socialistas, al presidente del PNV se le presentan tres retos: conseguir un amplio apoyo en su propio partido (para cuyo sector sabiniano España es el enemigo), entenderse con una derecha que suele asociar nacionalismo a terrorismo y sumar a la izquierda abertzale al parlamentarismo. Casi nada Siendo muy difícil, puede no ser imposible. Porque una mayoría de la población está deseando que los partidos alcancen un acuerdo político para salir de la actual situación. En mi opinión, el principal obstáculo para la concordia entre los vascos es el estilo de la mayoría de nuestros líderes; su maximalismo programático, sus declaraciones hirientes, su estrechez de miras. Si la clase política diera un ejemplo de tolerancia hacia el adversario, esto tendría un efecto en la calle y enviaría un poderoso mensaje a los violentos.
Porque cuando los políticos discreparon civilizadamente, los vascos nos caracterizamos por ser un pueblo pacífico y solidario. El análisis de la Historia demuestra que la Vasconia foral fue el territorio menos violento de la Monarquía hispánica. Carente de guerras civiles entre los siglos XVI y XIX; los periódicos conflictos sociales -las matxinadas- fueron producto de abusos ilegítimos de las autoridades, siendo reprimidas de modo poco cruento (para la época) finalizaron con soluciones salomónicas y restituciones de derechos. Una vez recuperado el autogobierno, y siendo las disputas principales el asunto de la soberanía y el nombre del inquilino de Ajuria Enea, ahora es el momento de propiciar la tranquilidad y la convivencia de los vascos para afrontar conjuntamente los retos que nos depara el futuro: cómo mantener la prosperidad y la identidad en un mundo globalizado.
Después de estas loas al discurso de Imaz; una sola crítica. Habiendo tenido el conflicto vasco periodos en los que fue una lucha por el autogobierno, reconozcamos que esto ya no es hoy lo sustancial. La disputa no es con España, que acepta, respeta -e incluso admira- nuestro particularismo. Actualmente, el conflicto tiene dos vertientes: la violencia que sigue ejerciendo el MLNV contra los demócratas y la intolerancia entre nacionalistas y no nacionalistas. Temas ambos en los que el pragmatismo y el humanismo deberían prevalecer sobre los programas y las vanidades.
(*) Ignacio Suárez-Zuloaga es autor del libro 'Vascos contra Vascos' (Ed. Planeta, 2007)
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