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Politica

Fumata roja

ALBERTO SURIO

Jueves, 15 de febrero 2007, 02:29

LA coalición Ezker Batua-Aralar ya tiene fumata blanca tras una complicada negociación en la que dos formaciones de diferente origen histórico y tradición cultural han hecho de la necesidad virtud. Estas dos fuerzas han decidido optimizar al máximo sus recursos ante unos comicios en los que se juegan un espacio electoral. No ha sido una operación fácil y ha estado rodeada de escollos. No sólo porque en unas elecciones municipales operan muchos factores locales, incluso psicológicos, que tienen que ver con la confección de las candidaturas, con los equilibrios de poder y con los intereses orgánicos. La principal barrera entre Ezker Batua y Aralar no son tanto las diferencias ideológicas, ni siquiera las discrepancias políticas que puede tener una fuerza que se reclama de carácter federalista y otra de carácter independentista. El principal obstáculo que ha existido en esta negociación ha sido una especie de gran prejuicio cultural, un estereotipo de entrada que tiene que ver más con aspectos sentimentales que con planteamientos políticos, una barrera entre dos mundos sociales que parten de culturas distintas pese a su coincidencia en un perfil de «izquierda transformadora» que tiene vocación de estar presente en los movimientos sociales sin perder de vista su aspiración a ejercer de bisagra en las instituciones.

En Euskadi durante muchos años el voto ha estado muy fijo en compartimentos estancos. Nacionalistas y no nacionalistas parecía que tenían acotadas sus respectivas cotas sociológicas y daba la impresión de que apenas ha habido trasvases, a excepción de algunas elecciones generales y de ciertos candidatos transversales que logran romper esa frontera, sobre todo en las ciudades. Esta imagen inmovilista ha sido muchas veces aprovechada desde los partidos tradicionales. La coalición EB-Aralar se suma pues a otra de las apuestas históricas que ha pretendido reconstruir la izquierda vasca a través de una aproximación de dos sensibilidades. No es una tarea fácil, porque otras experiencias han fracasado en el camino, pero encierra, sin duda, el valor añadido de intentar una recomposición del espacio de la izquierda vasca y de revalorizar el debate político más allá de la cansina dialéctica del monotema vasco y del recurso retórico del conflicto. En la medida en que el debate social e ideológico entre la izquierda y la derecha, con todas las limitaciones que puede tener a día de hoy, esté sobre la mesa asistiremos a un cambio muy profundo de mentalidad. Que antiguos militantes del PCE y veteranos simpatizantes de la izquierda abertzale se pongan de acuerdo para ir juntos a las elección constituye en sí mismo una prueba inédita de que algo empieza a cambiar.

Las elecciones y la ley dHondt dirán si esta apuesta está madura o si aún necesita más tiempo para salir adelante. Pero la clave del asunto es el contexto en el que surge esta entente entre la izquierda de raíz comunista federalista y la primera escisión de Batasuna tras la ruptura del alto el fuego de 1998. Pese a las dificultades, se otea en el horizonte un previsible fin de la violencia a medio plazo. Y este final precipitará tarde o temprano una normalización de la izquierda abertzale y una clarificación de los discursos ideológicos y de la política de alianzas. Por eso, la coalición de hoy puede ser un primer paso de un movimiento de mayor alcance.

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