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Una de las muchas agrupaciones de pingüinos barbijo o antárticos, vecina de la base Juan Carlos I. [FOTOS: IÑAKI IRASTORZA]
Un guipuzcoano en la Antártida
AlDia

Un guipuzcoano en la Antártida

El donostiarra Iñaki Irastorza, guía de alta montaña, coordina la seguridad de los científicos de la base Juan Carlos I en sus desplazamientos

MIKEL SORO

Domingo, 25 de febrero 2007, 02:18

SAN SEBASTIÁN. DV. La Antártida, a 20.000 km. de Donostia, es el hogar de un donostiarra durante estos seis meses del verano austral. Iñaki Irastorza Agulla, de 37 años, experto guía de alta montaña, trabaja para el equipo científico de la Base Antártica Española Juan Carlos I, que se encuentra en el litoral sureste de la isla Livingston, del archipiélago de las Shetland del Sur. Los adelantos en las comunicaciones y las facilidades proporcionadas por la Unidad de Tecnología Marina de Barcelona posibilitaron hablar por teléfono con este guipuzcoano, experto en altas cumbres montañosas y nieves perpetuas a lo largo de todas las cordilleras de la Tierra. Sin embargo, es su primera experiencia antártica.

Iñaki explica que es guía titulado de alta montaña, con casi veinte años de experiencia en Alpes, Pirineos, Himalaya... «y por eso me salió la posibilidad de viajar hasta la BAE Juan Carlos I de la Antártida. Hacemos el apoyo logístico a todo el plan científico de la zona. Hay varios proyectos, relacionados con el geomagnetismo, los ecosistemas, los glaciares Hurd y Johnsons, cercanos a la base, el plancton, la limnología, que es el estudio de lagos. Nuestra misión es la ayuda técnica para facilitar el desarrollo de la labor científica». En la base española se encuentra un equipo de gente «en el que hay de todo: científicos, investigadores, ingenieros electrónicos, técnicos de montaña, cocineros...»

Iñaki es uno de los técnicos de montaña. Explica su labor: «Tenemos dos partes muy diferenciadas: una cuando estamos en la base científica J.C.I, en donde actuamos en temas de seguridad y protocolos de seguridad, cuando vamos a los glaciares a rescatar los datos de los postes colocados en ellos. Otra labor sería cuando vamos a la península de Byers, una zona de máxima protección medioambiental donde no puede haber bases permanentes. El grupo español monta un campamento para el estudio de líquenes, musgos y vida en agua dulce, porque hay un lago que es el de mayor extensión de agua dulce en la Antártida».

Doble labor

Aquí, como guía de alta montaña elige y diseña el itinerario de la ruta, vela por la seguridad para éxito de la expedición y echa una mano al resto de los expedicionarios. «Esto no tiene montañas altas, son de unos 1.500-1.800 metros, que salen directamente del mar, pero se camina y trabaja como si fueran grandes cumbres».

Motos de nieve facilitan el trabajo diario de aproximación en estos hielos perennes del Polo Sur, «pero cuando vamos andando con los esquís el protocolo de seguridad es el de la alta montaña, como en una cordada», aunque eso sí, asegurando la ida y el regreso además de la seguridad de todos y de los datos y elementos de medición que se han recogido. «No ha habido sustos, pero me encargaría también de realizar el rescate», recalca Iñaki Irastorza con toda naturalidad.

Y puede ocurrir, porque la toma diaria de datos les obliga a ir hasta la zona del glaciar donde han colocado la estación, que ese día haya tormenta «y tengamos que salir, sea como sea. Aquí no puedes decir que hace mal tiempo y lo dejas para mañana», explica Irastorza. Detalla que lo peor no son las bajas temperaturas, ni las tormentas o los animales. «Lo peor de todo es el viento».

Cerca de la base, en la costa, es donde se encuentra la mayor población de elefantes marinos, cuyos machos pesan dos, tres y hasta cuatro toneladas. «No son peligrosos, pero nos han roto alguna tienda. Es más espectacular que peligroso».

Afortunadamente, no pasan frío porque ahora las temperaturas oscilan entre los 0º y los -5º. «Más que en Gipuzkoa a finales de febrero», bromea. En estas fechas, el Antártico vive 24 horas diarias de sol. No hay noche ni oscuridad. Un día normal en la vida de Iñaki y de la B.A.E. Juan Carlos I es como la cuenta. «Nos levantamos a las 7, desayunamos a las 7.30 y empezamos a trabajar a las ocho. De lunes a sábado. Este día por la tarde es especial porque la dedicamos a hacer prácticas de emergencia: posibles incendios, que es lo más peligroso, o rescates, emergencias médicas».

Fiestas, deporte y cine

El domingo es el día de fiesta. Enfocan el ocio «haciendo de todo. Hemos celebrado la tamborrada y hace poco hicimos una fiesta vasca, poniendo pintxos a lo largo de una mesa como si fuera la barra de un bar. Hemos organizado la Liga Antártica de Fútbol. Primero entre nosotros y luego con una base búlgara que hay al lado. Otro día organizamos una travesía a nado. Travesía... de diez brazadas porque el agua está casi helada. Hemos planteado el primer triatlon antártico: cien metros de carrera, diez metros nadando y una bicicleta estática, porque con la normal no se puede... Le echamos imaginación». También proyectan películas que les llegan en barco con el resto de suministros. «El ambiente es muy bueno y estamos entretenidos». ¿De mujeres, nada? «Vivimos como monjes. Exactamente igual».

Comen muy bien. «Nos mandan desde casa y desde la península alimentos por medio de los buques científicos Las Palmas y Hespérides, más otro que acaba de ponerse en funcionamiento». Los suministros y los víveres llegan de Argentina y Chile. «Tenemos un cocinero y la comida es fantástica: galletas, carne, verduras. El problema es con la fruta, porque puede llegar estropeada por el oleaje y hay que mandarla a la incineradora». Disponen hasta de jamón «de Jabugo. Trajimos unos cuantos y abrimos dos cada vez. Comemos como en casa», recalca el donostiarra.

Salieron de España el 28 de octubre y tardaron diez días en llegar a la base antártica, tras pasar Punta Arenas, Beagle, etcétera. Los últimos regresan el 14 de marzo. «La estancia es entre cuatro y cinco meses». A veces se le hace largo. «Sólo cuando llega el fin de semana. Aunque estoy acostumbrado por mi trabajo: empiezo en enero con el Aconcagua y termino con el Himalaya en octubre».

Pero de la Antártida no puede improvisarse el regreso. «Es así, porque aquí estás bloqueado, aunque si pasa algo serio nos sacaría el barco. Tardarías veinte días en volver a Donosti y a eso también le das vueltas».

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