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TERESA FLAÑO
Jueves, 24 de mayo 2007, 04:06
SAN SEBASTIÁN. DV. Carlos Ribera es un artista tan polifacético como desconocido. Desde su muerte en 1976, cuando se realizó un pequeño homenaje en la sala Kutxa de la calle Arrasate, su trabajo no había vuelto a ser recordado públicamente. Ahora, en la Salas Boulevard, a través de la muestra Carlos Ribera. Su papel en el arte, se puede entender la figura de este valenciano, -nació en Alcira en 1906-, que residió gran parte de su vida en San Sebastián.
Dentista de profesión, siempre le atrajo el arte en todas sus variantes porque fue pintor, crítico y poeta -escribió Manifesto Acción Poética-. Su trayectoria fue curiosa porque en sus inicios se aprecia un gusto por las vanguardia que después fue derivando en trabajos más convencionales y realistas como paisajes, naturalezas muertas y retratos, probablemente porque tras la Guerra Civil hubo unos años de un importante vacío artístico, con dificultades para recibir influencias extranjeras. Pero Ribera no se amilanó y se convirtió en un animador cultural. En resumen, la figura de un hombre de su tiempo que en ningún caso fue ajeno a la realidad social y política que le tocó vivir. Rafael Munoa, que ha prestado algunas de sus obras para la exposición, lo recuerda como «una persona fundamentalmente buena y generosa en el regalo de su tiempo y entablando amistades», además de señalar que era un hombre meticuloso, culto y reposado.
Tras estudiar Bellas Artes en la Escuela de San Fernando de Madrid, donde contó como compañeros con Luis Buñuel o Salvador Dalí. Comenzó en San Sebastián la práctica pictórica, con muchas referencias de los movimientos renovadores europeos. Como todo pintor que se preciara en esa época, viajó a París donde quedó marcado por Picasso.
La obra de esta primera etapa está recogida en la planta 0. Cuadros como Muñecas ante el espejo, Equilibrio II, Estudio de Proust o Composición Cubista, muestran su vertiente más vanguardista. Además se han incluido 80 pequeños dibujos. También destaca la serie Lecheras, donde recoge su visión de las personas procedentes de caseríos que acudían a La Bretxa a vender productos. Los paisajes, bodegones y retratos se encuentran en la planta 1.
Pero su pasión por el arte y la cultura en general no quedó sólo en su pintura. También fue crítico, como se puede comprobar en la sala -1, con numerosos artículos en La Voz de España sobre el trabajo de artistas como Ricardo Baroja, Martiarena, Beobide, Salaverría, Menchu Gal, Zuloaga o su amigo Jesús Olasagasti.
Asiduo a las tertulias del Café Madrid impulsó la idea de crear durante la República una sociedad gastronómico-cultural llamada GU, que realmente fue un refugio para artistas, con conferencias y exposiciones. La abandonó cuando se convirtió en un reducto falangista. Entre 1956 y 1964 fue concejal del Ayuntamiento donostiarra y su labor se centró en la cultura.
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