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JOSÉ LUIS DE LA GRANJA SAINZ
Domingo, 3 de junio 2007, 03:22
Transcurridas las elecciones, que han confirmado que ANV es la sigla que ha utilizado Batasuna para poder volver a las instituciones municipales y forales, es el momento de examinar con objetividad la historia inicial de Acción Nacionalista Vasca en los años treinta y compararla con lo que representa ahora, tras su repentina resurrección. Sus actuales dirigentes han resaltado el hecho de ser un partido con una larga historia y han sostenido que ellos continuaban su programa fundacional, el Manifiesto de San Andrés de 1930, y su actuación al inicio de la II República apoyando el Estatuto de Lizarra, según su reciente propaganda electoral. Es sabido que para algunos vale todo en política con tal de conseguir sus fines.
Pero no todo vale en la Historia, que no puede ser manipulada y falseada al antojo de los intereses partidistas de unos políticos que la desconocen por completo y a los que no les importa cometer crasos errores históricos. Por eso, conviene recordar las palabras de Julio Caro Baroja en su ensayo El laberinto vasco (1984): «El historiador sabe que muchas veces la tradición es la Historia falsificada y adulterada. Pero el político no solamente no lo sabe o no quiere saberlo, sino que se inventa una tradición y se queda tan ancho». Esto es precisamente lo que han hecho los dirigentes de la ANV actual al pretender que su abertzalismo radical coincide con el nacionalismo de los fundadores del partido en 1930-1931. Nada más lejos de la realidad histórica.
Como historiador dediqué cinco años de la década de 1980 a investigar la historia de ANV desde su fundación en 1930 hasta la Guerra Civil. Fue el núcleo central de mi tesis doctoral, publicada en el libro Nacionalismo y II República en el País Vasco (1986), que va a ser reeditado por Siglo XXI. Dicha obra se basaba no sólo en abundante documentación de diversos archivos y en la numerosa prensa vasca de la República, sobre todo la de ANV, sino también en una veintena de testimonios orales y escritos de dirigentes y militantes de ANV que vivían entonces y de los familiares de algunos fallecidos. Entre ellos entrevisté a Gonzalo Nárdiz, consejero del primer Gobierno vasco; a Gabriel Goitia, comandante en la Guerra Civil y secretario general de ANV en el exilio; a Luis Ruiz de Aguirre (Sancho de Beurko), comisario general del ejército vasco, y al doctor Justo Gárate, uno de los principales fundadores de ANV. Mi relación epistolar y personal con estos dos últimos se prolongó hasta su fallecimiento y contribuyó a que sus archivos y bibliotecas fuesen adquiridos por la Universidad del País Vasco, que los conserva en su Biblioteca Central del campus de Leioa.
Por desgracia, ninguno de estos líderes históricos de ANV vive en la actualidad para poder desmentir algunas afirmaciones de los que detentan su sigla hoy sobre el pasado del partido. Pero es un hecho significativo que varios de los que vivían en la Transición, como Nárdiz y Ruiz de Aguirre, apoyaron el Estatuto de Gernika en 1979. ANV nació, en noviembre de 1930 en Bilbao, como escisión por la izquierda del PNV, procediendo casi todos sus fundadores del nacionalismo moderado y no del radical, representado primero por Aberri (1921-1930) y después por Jagi-Jagi (1934-1936), grupos que fueron referentes históricos de Herri Batasuna. Cosa que no fue la posibilista ANV, cuyo nacionalismo heterodoxo fue un precedente de la Euskadiko Ezkerra de 1981 a 1993. Este partido coincidió con ANV en la estrategia autonomista y en las alianzas políticas con fuerzas no nacionalistas, dos características fundamentales de ANV en los años treinta. En efecto, ANV se alió con el Bloque republicano-socialista en las elecciones municipales de abril de 1931, que trajeron la II República española, y en las elecciones a Cortes Constituyentes de junio de ese año, estando a punto de sacar diputado a Justo Gárate por Guipúzcoa.
En esos comicios se enfrentó a la coalición de derechas del PNV y el carlismo, cuyo programa era el Estatuto de Estella, un proyecto clerical, antirrepublicano y antidemocrático, que excluía de derechos políticos a los inmigrantes. Los concejales de ANV en Bilbao, Barakaldo y otros municipios no acudieron a la Asamblea de ayuntamientos que aprobó en Estella dicho Estatuto, porque ANV era un partido aconfesional y abierto a los inmigrantes. Al igual que las izquierdas de Indalecio Prieto, ANV se opuso al Estatuto de Estella, que pretendía convertir a Euskadi en un oasis católico donde no se aplicase la legislación laica de la República. Por ello, sólo desde la ignorancia supina de la Historia ha podido afirmar el actual secretario general de ANV, en su mitin en esa ciudad navarra el pasado 14 de mayo, que ANV apoyó el Estatuto de Estella. Sucedió todo lo contrario: fue el único proyecto de Estatuto vasco en la República que ANV no sólo no apoyó, sino que rechazó tildándolo de Estatuto del Concordato con Roma.
En las elecciones generales de 1931 defendió el Estatuto elaborado por la Sociedad de Estudios Vascos. Durante el quinquenio republicano, el objetivo político prioritario de ANV fue conseguir la autonomía vasca en el marco de la Constitución de 1931, propugnando el Estatuto de las Comisiones Gestoras provinciales tanto con Navarra en 1932 como, tras la defección de esta provincia, sin Navarra en 1933 y votando a favor de este último proyecto en el referéndum de noviembre de 1933. Este Estatuto fue su programa en las elecciones a Cortes de febrero de 1936, en las que se integró en el Frente Popular, con el que presentó un candidato, Juan Carlos Basterra, que no salió elegido diputado. Desde el estallido bélico en julio de 1936, ANV defendió la República española y el Estatuto vasco. Su aprobación por las Cortes el 1 de octubre permitió la formación del primer Gobierno vasco, de coalición PNV-Frente Popular, en el cual ANV ostentó la Consejería de Agricultura.
Su republicanismo hizo que su líder Tomás Bilbao sustituyese al dimitido Manuel Irujo como ministro sin cartera del Gobierno de Negrín en 1938-1939, y que varios dirigentes de ANV fuesen representantes de la República en diversos países durante la Guerra Civil y el exilio. Además, Gonzalo Nárdiz se mantuvo siempre de consejero en los gobiernos presididos por los lehendakaris Aguirre (1936-1960) y Leizaola (1960-1979), compuestos por nacionalistas, republicanos, socialistas y, esporádicamente, comunistas.
En suma, las señas de identidad de ANV fueron la reivindicación constante del Estatuto de autonomía, en especial desde su diario Tierra Vasca, y sus alianzas políticas con las izquierdas republicano-socialistas para lograr el Estatuto, marcando así el camino por el que marchó el PNV en 1936. Tal fue la verdadera historia inicial de ANV, que puede tergiversar pero no cambiar su dirección actual, cuyo nacionalismo radical nada tiene que ver con el nacionalismo heterodoxo de ANV en la República. En realidad, la ANV de nuestros días tan sólo tiene en común el nombre y el símbolo con la Acción Nacionalista Vasca de Anacleto Ortueta, Justo Gárate, Tomás Bilbao, Gonzalo Nárdiz, Luis Ruiz de Aguirre y tantos otros que crearon la primera izquierda nacionalista vasca en 1930. José Luis de la Granja acaba de publicar el libro El oasis vasco. El nacimiento de Euskadi en la República y la Guerra Civil (Editorial Tecnos).
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