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B. URRABURU
Viernes, 15 de junio 2007, 03:44
MONT-VENTOUX. DV. A los deportistas buenos de verdad, a los verdaderos campeones, incluso a las personas, se les conoce en los momentos duros de la vida, cuando hay que tirar hacia delante ante la adversidad.
Alejandro Valverde demostró ayer, subiendo el Mont-Ventoux, que tiene cuajo, que no sólo es muy bueno cuando gana, sino también en momentos críticos, en situaciones comprometidas. Le tocó vivir otra cara del ciclismo que no conocía.
Pasó el peor momento de su vida encima de una bicicleta, que le llegó en la etapa que terminaba precisamente en el Mont-Ventoux, en la que finalizó, acompañado de Txente García Acosta a 28 minutos y 54 segundos, cerrando el pelotón de la carrera.
Se presentó en la cima cadavérico, literalmente tirado encima de su bicicleta. Sólo dijo dos frase: «He terminado por c...». Con la mirada perdida, tirado en el asiento del coche de su equipo, añadió «no lo he pasado tan mal en mi vida». Era un cadáver andante.
No se bajó de la bicicleta para no dar más materia inflamable a la prensa francesa, que le tiene en su punto de mira. Si lo hubiese hecho no habría pasado nada porque estaba enfermo, para retirarse, pero quiso evitar especulaciones. A las cinco de la mañana empezó a vomitar en el hotel. Apenas si durmió. Bajó a desayunar y no le entraba la comida. Lo poco que pudo ingerir lo vomitó. Salió vacío, sin nada en el cuerpo, y con una cara bastante mala.
Eusebio Unzue, su director, nos decía: «No digáis que está enfermo, que es lo que nos faltaba, que nos den cera desde el comienzo y seguro que no llega. La idea es que termine la etapa para ver si podemos recuperarle en unos días. Tiene un virus que dura veinticuatro o 36 horas y que ha afectado a otros corredores del pelotón. Nos han dicho que se han recuperado pronto».
No ha sido por ninguna comida en mal estado lo que le ha pasado a Alejandro Valverde. Lo mismo que él lo han padecido otros diez corredores en el Dauphiné Liberé, varios del Rabobank, alguno de T-Mobile, entre otros.
Durante la etapa lo pasó mal pero pudo aguantar el ritmo del grupo. Los problemas llegaron nada más comenzar el Mont-Ventoux. Se descolgó desde el inicio y estuvo durante veintiún kilómetros acompañado de García Acosta.
Sólo tenía un objetivo, llegar a la meta: «Le he dejado un coche de equipo y a Txente para que le acompañe. Espero que lleguen», señalaba Eusebio Unzue, que cuando faltaban cinco kilómetros y estaba en la cima del Mont-Ventoux llamó al segundo coche para ver cómo iban las cosas: «Con el tiempo no tenéis problemas, ¿cómo va?» preguntaba Eusebio. «Le está teniendo que empujar 'Txente', va bastante j.... Bueno, a ver si encima que va a llegar tenemos problemas con los empujones. Que sea lo que Dios quiera», decía Unzue. No le penalizaron.
Valverde llegó, como un nazareno, pero terminó. Algo similar a lo de ayer le sucedió en 2003, cuando corría en Kelme, y tuvo una caída nada más salir de Alicante, en una etapa que llegaba a Caravaca de la Cruz, en su tierra, que le obligó a ir descolgado con buena parte de su equipo, Kelme, durante muchos kilómetros, con el americano David Zabriskie escapado por delante. Al final llegó en el pelotón y no se rompió nada.
Sólo fue parecido en las formas al sufrimiento que tuvo camino del Mont-Ventoux.
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