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JAVIER GUILLENEA jguillenea@diariovasco.com
Viernes, 15 de junio 2007, 10:05
SAN SEBASTIÁN. DV. Una niña que aún no sabía andar gateaba sobre la moqueta de la planta noble de la Diputación de Gipuzkoa. Un político tuvo que dar un paso atrás para no pisarla, una camarera con una bandeja repleta de copas se vio obligada a dar un rodeo para no tropezarse con ella. La niña siguió adelante y gateó peligrosamente entre los pies de Joseba Egibar, Joxe Joan Gonzalez de Txabarri y muchos otros. Ajena a la importancia de los zapatos que sorteaba, la niña avanzaba rodeada de peligros mientras los ojos de bronce de su bisabuelo la observaban. La niña era en ese momento el alma de Jesús María Leizaola.
Desde ayer, la imagen del 'lehendakari zarra' presidirá el patio Gipuzkoa del palacio foral. Es una escultura de bronce que le representa en pie, con gabardina y con su inseparable sombrero en una mano. A la obra, creada por Xebas Larrañaga y de 300 kilos de peso, «no se la llevará el viento, de ninguna manera». Eso es lo que aseguró el diputado general de Gipuzkoa en funciones, Joxe Joan Gonzalez de Txabarri, en el que fue uno de sus últimos actos oficiales al frente de la institución foral. Al acto asistieron los tres lehendakaris, que descubrieron la escultura. Rodeados por los familiares del 'lehendakari zarra', Ibarretxe, Ardanza y Garaikoetxea posaron ante la imagen. Todos ellos fueron en ese momento el cuerpo de Jesús María Leizaola.
«Toda una vida entregada en cuerpo y alma al servicio de la construcción nacional». Gonzalez de Txabarri comenzó de esta manera su intervención en el homenaje tributado por la Diputación de Gipuzkoa a Leizaola, lehendakari en el exilio entre 1948 y 1979. Después de la decisión del PNV de no presentar al todavía diputado general como candidato a la reelección, existía curiosidad por conocer el mensaje que lanzaría. Y no se trató de una despedida.
Txabarri glosó la figura de Leizaola en un discurso centrado en resumir la trayectoria vital del 'lehendakari zarra', que fue ayer el verdadero protagonista del acto. El diputado general describió a Leizaola como la «personificación de valores meritorios, como la lealtad, la fidelidad, el sacrificio, el rigor intelectual, la militancia política y el servicio a una causa y a un pueblo».
«Hacer país»
A partir de ahí, Txabarri trazó su idea del camino que debe seguir el nacionalismo vasco. Lo hizo al referirse a Leizaola como al «representante, junto a toda una generación -Agirre, Irujo, Ajuriagerra, Lasarte, Landaburu...-, de un nacionalismo abierto, pactista y de vocación institucional, un nacionalismo que funde utopía y realidad y construye las ideas día a día, un nacionalismo comprometido con la justicia social, un nacionalismo culto, ilustrado, plurilingüe y euskaltzale». Se trata, en resumen, de «un ideario que hunde sus raíces en la propia tradición vasca y en el 'hacer país' de Peñaflorida y los caballeritos de Azkoitia».
Fue este un mensaje de consumo interno cuyos receptores se hallaban presentes en el homenaje. Las palabras de Txabarri fueron escuchadas por los presidentes del PNV y del GBB, Josu Jon Imaz y Joseba Egibar, el ex presidente del EBB Xabier Arzalluz, el candidato a diputado general de Gipuzkoa, Markel Olano, y el ex diputado general Román Sudupe, entre otros protagonistas de las tensiones latentes en el PNV en Gipuzkoa. A todos ellos, Txabarri les dijo que Leizaola es «un espejo en el que mirarnos hoy, en una coyuntura de reflexión creativa al inicio de una nueva legislatura». «Estos valores y este espíritu encarnados por el 'lehendakari zarra' son los que hoy y aquí queremos reconocer», añadió.
Gonzalez de Txabarri no escatimó elogios a la hora de trazar la semblanza de Leizaola desde sus primeros pasos profesionales hasta los últimos años de una larga vida marcada por «su compromiso por una causa y un pueblo». El lugar donde se celebró el homenaje, el Salón del Trono, fue testigo de esta trayectoria. El 15 de septiembre de 1932, el entonces diputado por Gipuzkoa enarboló la ikurriña tras la firma en ese mismo salón del Estatuto de Autonomía de Cataluña. Dos años después, tomó allí posesión de su cargo como secretario de la Diputación, y en verano de 1936 dirigió desde ese mismo lugar la resistencia y evacuación de San Sebastián durante la Guerra Civil. El Salón del Trono fue el escenario donde el 16 de marzo de 1989 se instaló su capilla ardiente.
En su intervención, Txabarri se refirió a los años de exilio de Leizaola, que buscó cumplir la misión de «mantener viva la legitimidad histórica de una institución representativa de la voluntad de los vascos». Durante todo este tiempo, desde la sede del Gobierno Vasco en París rechazó utilizar la fuerza para alcanzar la meta que se había marcado. Gonzalez de Txabarri lo recordó ayer con una clara referencia al momento actual. Fueron «años de paciencia histórica, de lucha por la supervivencia de la institución, frente a la inercia histórica y nuevas dinámicas de resistencia abanderadas por ETA. Leizaola se mantuvo firme, mantuvo vivo el símbolo y la llama, desoyendo los cantos de sirena de la lucha armada o rechazando de plano el abrazo del oso de un frente nacional excluyente».
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