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GONTZAL LARGO
Domingo, 29 de julio 2007, 02:53
Parecen simples estatuas, pero no lo son. En realidad, se trata de fuentes, pero tampoco lo aparentan. De hecho, hace décadas que dejaron de expulsar agua y, a día de hoy, han quedado reducidas a meros objetos decorativos. Se encuentran en el paseo de Francia, en las parcelas de hierba, y esconden tras de sí una historia, si no fascinante, sí digna de ser contada en profundidad. Insistimos, parecen simples estatuas, pero no lo son. Son las fuentes Wallace.
No pocas las personas han oído hablar de los entresijos que orbitan en torno a estas piezas macizas. Se sabe que tienen hermanas en París y en varias ciudades más y se postula que fueron regaladas por un Lord inglés a la ciudad de San Sebastián para premiar su belleza, pero, como ocurre a menudo con la imaginería urbana, los datos reales hace décadas que se perdieron en el túnel del tiempo. Comencemos por el principio. Hubo un tiempo en el que los surtidores donostiarras se encontraban en el paseo de La Concha y ejercían de lo que eran: fuentes. Del interior de la cúpula, caía un chorrito de líquido elemento que se recogía con un vaso. Con las obras de remodelación de la playa, llevadas a cabo a principios del siglo XX, las Wallace fueron trasladadas al paseo de Francia y allí se quedaron hasta la actualidad, desprovistas de su principal función: saciar la sed.
Si nos acercáramos hasta ellas, hollando el césped que, a diario, mancillan cientos de perros, y las escrutamos con la mirada, descubriremos, aparte de las carpas que coronan la cúpula y decoran su pedestal, algunas inscripciones como el año de su fabricación -1872-, el artista que diseñó el molde original -Charles Le Bourg, natural de Nantes- o la fundición en la que eran producidas en cadena: Val d'Osne.
Wallace, ese hombre
¿De dónde proviene el nombre de Wallace que las bautiza? Sir Richard Wallace era un acaudalado heredero que, desde joven, se instaló en París. Cuando contaba con 53 años, en 1871, vivió muy de cerca los enfrentamientos de la Comuna de París que dejaron maltrecha parte de la ciudad y a los que la poblaban. Como regalo personal y muestra de amistad del pueblo británico hacia sus vecinos franceses, Wallace mandó diseñar un grifo decorativo que se instalaría en diferentes calles y plazas de la capital gala para así paliar la sed de los transeúntes. En un principio, la invasión de surtidores forjados en hierro se limitó a medio centenar.
Ahora bien, ¿cómo llegaron las fontanas a San Sebastián y al resto del mundo? Sobre las fuentes Wallace se han esbozado tantas teorías como surtidores hay repartidos. Algunas pecan de ingenuidad, otras rayan la leyenda urbana, pero todas, todas absolutamente, están dotadas de un halo poético que, desgraciadamente, poco tiene que ver con la realidad. El hecho de que París fuera la primera de las receptoras ha convertido a todas las ciudades que han venido detrás en una suerte de familiares sanguíneos de ésta, por obra y gracia de la fantasía popular. Se llegó a decir que Richard Wallace regaló ejemplares a todas aquellas urbes que él consideraba las más bellas. Se ha escrito que el filántropo aspiraba a crear una cadena invisible de fraternidad que uniera aquellas localidades del globo que contaran con, al menos, una pieza. Algo de verdad hay en todo ello, pero lo cierto es que la inmensa mayoría de las fuentes que salpican Europa fueron adquiridas bien por particulares -que luego las donaron-, bien por los propios ayuntamientos de cada ciudad o pueblo. San Sebastián, seguramente, se incluiría en este último grupo. Es decir, que apoquinó religiosamente por ellas.
Las fuentes comenzaron a adquirir relevancia a raíz de su presentación oficial en la exposición Universal celebrada en París en 1889, la misma para la que se construyó la torre Eiffel. A pesar de llevar más de 15 años en las calles de la capital, el modelo obtuvo tanto éxito que a la casa la Fonderies d'Art du Val d'Osne le empezaron a llover los pedidos. Así ha sido durante más de 100 años, ya que los surtidores auspiciados por Richard Wallace se siguen fabricando y sirviendo a diversas ciudades del mundo. Una de las últimas se instaló en 2005 en Macao, China.
En España, aparte de las donostiarras, pueden rastrearse Wallace en Barcelona -que cuenta con tres variaciones, la original y dos sucedáneos- y Ferrol; Francia es un auténtico vergel donde, además de las parisinas, encontramos piezas en Burdeos, Nantes, Perigueux, Poitiers o Marsella. En Lisboa, destaca un curioso modelo de imitación, en la céntrica plaza del Rossio, en el que cuatro querubines sustituyen a las habituales cariátides. Más allá del gran charco, el diseño de Le Bourg se encuentra en Río de Janeiro, o en parques de las urbes las canadienses de Montreal y Quebec. ¿SABE ALGO QUE NOSOTROS NO SEPAMOS? I ¿Conoce algún secreto de San Sebastián que le gustaría compartir? ¿Tiene alguna pregunta, propuesta o corrección que podría ayudar a arrojar algo de luz sobre aspectos insólitos de nuestra ciudad? Escriba una carta a El Diario Vasco indicando bien claro 'San Sebastián insólito' o un e-mail a: info@gontzallargo.com.
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