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m.j. tomé
Jueves, 19 de febrero 2015, 10:11
«Eso no se olvida tan fácil». Juan María Urkiola menea la cabeza mientras dirige la mirada hacia la ladera del Oiz donde cayó el avión. Hace frío y la niebla cubre el pico, como aquella mañana del 19 de febrero de 1985. Juan Mari es un baserritarra de pocas palabras y carácter reservado, pero con el gesto lo dice todo. «Cuando di las tres voces y nadie me contestó, ya supe que allí no había nadie con vida».
Junto con los vecinos de los pocos caseríos que salpican estas laderas, Juan Mari se sumó a los cientos de voluntarios que arrimaron el hombro en aquel desastre. «Sólo se podía subir en tractor y allí fuimos, a sacar los cadáveres. Había cuerpos por los árboles, trozos por todas partes...» Durante cinco días, desde el martes al domingo, trabajaron a destajo recuperando los restos: los iban dejando en una explanada junto al caserío Muniozguren, ahí los recogía un helicóptero y los llevaban a Bilbao. En un pabellón de Garellano, los forenses trataban de dar algún sentido a aquel puzzle humano. Ocho cuerpos nunca fueron identificados y descansan en una fosa común en el cementerio de Derio, entre ellos el del ex ministro López Bravo.
Maletas con dinero
Juan Mari también fue testigo de las disputas entre la Guardia Civil y la Ertzaintza y del expolio. «Oí a uno decir: 'ya podía caer un avión todos los días'». Recuerda que, entre los innumerables enseres que sembraron la ladera del Oiz, hallaron dos maletas «con mucho dinero» que fueron puestas en manos de las autoridades. Otros no hicieron lo mismo. «Hubo gente que se llevó de todo: relojes, carteras con dinero...» El Oiz se convirtió en lugar de peregrinaje de curiosos y de personas con pocos escrúpulos. «Muchos venían a mirar. Durante mucho tiempo estuvimos encontrando carteras y otras pertenencias», recuerda Juan Mari. Después, tocó limpiar el monte: más de tres semanas emplearon en retirar el fuselaje del 'Alhambra de Granada'. «Un chatarrero de Deba se llevó todo el material para hacer negocio, pero nada... Esa aleación se hacía polvo al fundir, no valía para nada».
En el primer aniversario del desastre, algunos familiares de las víctimas se acercaron desde Madrid hasta el Oiz para rendir homenaje a sus seres queridos. «Se extrañaron porque no había nada que recordara lo que pasó. '¿Y no han puesto nada, ni un monolito?', preguntaban, sorprendidos». En los siguientes aniversarios, ya nadie más volvió.
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