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Mikel Irizar, en los soportales del palacio foral.
Irizar: «Dar preferencia al euskera es una manera de equilibrar ambas lenguas»

Irizar: «Dar preferencia al euskera es una manera de equilibrar ambas lenguas»

Asegura que «gestionar la diversidad lingüística debería ser responsabilidad de todos los ciudadanos, también de los que viven lejos del euskera»

NEREA AZURMENDI

Sábado, 10 de octubre 2015, 12:36

Mikel Irizar (Ormaiztegi, 1954), nombrado a finales de julio director general de Igualdad Lingüística, ha llevado a la Diputación Foral la experiencia acumulada durante más de tres décadas de vinculación a los movimientos sociales dedicados a la promoción del euskera, así como una visión bastante novedosa de cómo podría articularse la convivencia "plena, justa y en términos de igualdad" entre el euskera y el castellano.

Lo primero que llama la atención es el nombre de la dirección que ha asumido. ¿Es un guiño, una declaración de intenciones o el adelanto de una nueva estrategia?

Representa la intención de apelar al conjunto de la sociedad a la hora de gestionar la diversidad lingüística y de resolver las complicaciones que ello implica. No niego que los discursos tradicionales sigan siendo necesarios, pero en cierto modo se plantea un discurso complementario. Tradicionalmente, el foco se ha puesto en el euskera, y se ha emplazado sobre todo a los euskaldunes, a los euskaltzales y a quienes se mueven en torno al euskera, por lo que las personas ajenas a esa realidad no han sentido que el asunto fuera con ellos ni que tuvieran nada en juego. Lo que pretende este enfoque es plantear la cuestión del euskera en base a valores compartidos por todos, como la libertad, la igualdad o la justicia, de manera que se abre y se amplia al conjunto de la sociedad.

¿Eso supone que las responsabilidades también se reparten, que no vale mirar a otro lado como si la cuestión fuera ajena?

Efectivamente, implica un planteamiento más inclusivo en el que, para empezar, hay que reconocer explícitamente a la gente que vive sin el euskera su derecho a hacerlo y a elegir otra lengua, en este caso el castellano.

Y viceversa.

Así es. Más allá de lo que ocurre en los entornos formales, en los que el uso de las dos lenguas oficiales está reglamentado, en el día a día cuando hablamos en euskera queremos que nos respondan en esa lengua, y eso a veces entra en el ámbito de la libertad del otro. Lo que ocurre es que esa libertad tiene que llevar aparejada la igualdad y, tal como quien quiera vivir en castellano tiene que poder hacerlo, también tiene que tener esa posibilidad quien quiera vivir en euskera.

No parece fácil si uno de los interlocutores no conoce una de las lenguas, básicamente el euskera.

No es tan difícil como parece, aunque, evidentemente, como mínimo tiene que entender euskera, tal como todos los euskaldunes entendemos el castellano, aunque la conversación se desarrolle en dos idiomas. Si eso no se produce, no hay igualdad.

¿Eso es factible? Si lo es, ¿qué aporta?

Lo es, y abre líneas de trabajo muy interesantes, como el desarrollo de métodos para trabajar sobre todo la comprensión de manera sencilla y rápida. Respecto a lo que aporta, además de garantizar la igualdad y de generar espacios en los que todos podamos sentirnos cómodos y en los que se respete la libertad de elección de los interlocutores, en cierta medida delimita el compromiso. No sentirse obligado a hablar euskera y asumir solo la responsabilidad de entender a quienes hablamos en esa lengua es muy positivo. Hicimos algunas experiencias en Kutxa (la entidad en la que Mikel Irizar ha desarrollado su carrera profesional) y los resultados fueron muy satisfactorios, porque la gente se sentía liberada del compromiso del "todo o nada"

¿Plantear la cuestión en esas claves ayudaría a aliviar tensiones?

Plantear el tema en términos de convivencia puede ayudar, sí. Hasta ahora a la gente se ha pedido posicionarse a favor del euskera, pese a que muchas personas no se sienten comprometidas con la lengua. Sin embargo, todos debemos sentirnos comprometidos con la convivencia, y para mejorarla deberíamos hacer el esfuerzo de encontrarnos a mitad de camino.

¿Qué acogida está teniendo esa visión?

Llevamos dos meses testándola en diversos foros, y he podido comprobar que genera un alto nivel de acuerdo. No me he encontrado con mucha gente que se sienta incómoda con ese discurso.

Planteamientos bastante similares ya se hicieron cuando usted fue presidente de Topagunea, la federación de entidades dedicadas a la promoción del euskera. ¿Puede considerarse una aportación de esos movimientos sociales a la dinámica institucional y política? ¿Podría servir también para mejorar las relaciones entre ambos ámbitos, que no siempre han sido fáciles?

Creo que sí, y creo que es lo que han buscado, sobre todo, los que me han nombrado. Siempre digo que alguien que ha nacido en Ormaiztegi sabe muy bien lo importantes que son los puentes, y que quien se ha desarrollado socialmente en Debagoiena, como es mi caso, es muy consciente del valor de la colaboración. Mi estilo siempre ha sido tender puentes y promover esa colaboración, y creo además que nos encontramos en un momento idóneo para superar y cerrar heridas y trincheras. El momento político se presta a ello, y no solo en la Comunidad Autónoma, y eso que llamamos euskalgintza se encuentra también en una especie de encrucijada. Si queremos dar un segundo impulso a la revitalización del euskera no podemos malgastar energías en discusiones, sino que tenemos que aunar fuerzas. Creo que circulamos demasiado a menudo con luces de cruce, y deberíamos poner las largas, para no seguir chocando entre nosotros y para ver dónde queremos estar dentro de 20 ó 30 años. Acordemos un camino, consensuemos un guión, y distribuyamos luego las funciones de cada uno para llegar todos a la misma meta.

¿Con los coches y la forma de conducir actuales, que se parecen mucho a los de hace 30 años, no se llegaría?

Creo que en este ciclo de 30 ó 50 años se ha funcionado mucho a base de intuición, de voluntad, de militancia. Hemos hecho muchísimo, pero también hemos cometido errores. Por ejemplo, pensamos que euskaldunizar la educación sería suficiente para euskaldunizar la sociedad y ya se ha visto que no. Ahora sabemos mucho más, tenemos un conocimiento científico y técnico del que entonces carecíamos, y sabemos también que las cosas son mucho más complejas de lo que creíamos. Tengo la sensación de que nos encontramos en esa fase. Somos muy conscientes de que si seguimos haciendo las cosas igual no conseguiremos resultados distintos. Por lo tanto, necesitamos muchas dosis de innovación, repensar las cosas, y encontrar el modo de "vender" el euskera al conjunto de la sociedad, de manera que todos los ciudadanos, euskófonos o no, asuman como propia la responsabilidad de garantizar la convivencia de las lenguas en igualdad. Y ahí hay mucho trabajo por hacer.

Aunque solo sea por una cuestión de escala, ¿cree realmente que la igualdad y el equilibrio son posibles?

Desde el punto de vista cuantitativo, evidentemente no. El castellano es una lengua grande y poderosa con 500 millones de hablantes, por lo que el equilibrio tiene que venir desde lo cualitativo. Esta Diputación, por ejemplo, ha tomado la decisión de funcionar preferentemente, o por defecto, en euskera. Con eso estaremos equilibrando las oportunidades lingüísticas y promoviendo la igualdad entre los ciudadanos. Cada uno elegirá a qué comunidad quiere pertenecer, pero hay que garantizar las dos opciones. Tenemos que acostumbrarnos a explicitar estas cosas, a escucharnos más y sin prejuicios. A veces no nos damos cuenta de las limitaciones que imponemos a nuestros interlocutores. Ha faltado y falta empatí, capacidad de ponernos en el lugar del otro, y este es un aspecto sobre el que tenemos que hablar mucho más.

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