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Un grupo de pakistaníes en Lesbos.
Lesbos, la torre de Babel que incomoda a Europa

Lesbos, la torre de Babel que incomoda a Europa

Sirios y afganos se cruzan en la puerta al viejo continente con pakistaníes, iraníes y hasta dominicanos. Todos huyen. De la guerra, de la persecución política, del hambre

beatriz campuzano / maialen mangas

Lunes, 7 de marzo 2016, 06:29

Khalid tiene catorce años, ahora es el cabeza de familia y no quiere dar su verdadero nombre. Desde que el ISIS asesinó a sus dos hermanos mayores y su padre huyó a Alemania sólo tuvo una opción: hacerse cargo de sus seis hermanos pequeños y de su madre y sacarlos del país. Son yazidíes, lo llevan en la sangre y en las costumbres, y en Irak sus vidas corren peligro.

«Me gusta Enrique Iglesias», cuenta tarareando el último éxito del cantante, 'Bailando', ahora que acaba de llegar a Lesbos. Una de sus hermanas, de diez años, entra al campo cargada con una mochila de veinte kilos. Siguiendo su rastro, los más pequeños. En quince minutos los voluntarios les habilitan una tienda para poder dormir y acompañan a los niños a la carpa de atención médica. Les escuece la garganta y están desnutridos. Son yazidíes, lo seguían siendo en Turquía, donde los encarcelaron durante veinte días y les dejaron sin comer.

Esta minoría religiosa de origen kurdo es perseguida en Irak por los musulmanes más radicales, sobre todo desde la caída de Saddam Hussein y el auge del Estado Islámico en el norte del país. Los condenan a su peor destino: la expulsión de la comunidad. Fuera de ella sus almas no podrán progresar nunca, según sus creencias.

La madre los espera en la carpa, sentada en el suelo dando el biberón a su bebé recién nacido. Esta noche podrán descansar porque mañana, Dilan Bezek, de la asociación CYCI (The Liberation of Christian and Yazidi Children of Iraq-Liberación de niños cristianos y yazidies de Irak), les comprará los billetes y se encargará de que lleguen a su destino. Ella también es yazidi, vive en Alemania y «los horrores, las masacres y los secuestros» que ha sufrido su gente sobre todo este último año le han llevado a este enclave.

La situación actual en Oriente Próximo fuerza el éxodo de familias como la de Khalid. Un éxodo que pasa desapercibido al tratarse de una minoría religiosa. Un éxodo cruel y silencioso.

«En Pakistán no hay trabajo»

Lesbos, la idílica isla de la poetisa Saffo, es hoy testigo de un éxodo desmesurado, de un cruce de culturas, de una torre de Babel. Llegados de diferentes partes del mundo, los yazidíes, los pakistaníes, iraníes o dominicanos, cada uno con su historia y sus razones, encuentran en Lesbos el pasaje sin filtros hacia la libertad europea.

«En Pakistán no tenemos trabajo, no tenemos dinero», comenta Farhan, que chapurrea inglés y traduce a sus trece compañeros de viaje. «Nos da lo mismo asentarnos en Alemania, Italia, Francia o España», se sinceran, «lo que queremos es una vida mejor». Tienen entre 18 y 30 años y solo les une el deseo de un futuro alentador. No son familiares, ni amigos, ni partieron juntos de su país. Se conocieron por el camino y ahora los más mayores cuidan de los demás y les enseñan buenos modales. «A la papelera», ordena Farhan a uno de los jóvenes que había tirado al suelo el envoltorio de un chicle. «Él fue ayer el capitán del bote», dice Farhan señalando a su amigo, que alardea de su hombría. Otro levanta el brazo y señala hacia la derecha y hacia la izquierda: «Yo indicaba la dirección: norte o sur, este u oeste». Los demás, tras confesar que habían pasado mucho miedo, ríen recordando la travesía por el estrecho.

«Nuestra guerra no mata»

Afganos e iraníes forman un círculo que rodea una hoguera en el campamento para refuagidos que el grupo de voluntarios 'Betters Days for Moria' ha habilitado justo al lado del campo de registro oficial de Mitilene, la capital de la isla. Hace frío y hoy no hay tiendas libres para solteros. Discuten sobre las razones que les han llevado hasta Europa. Discrepan. «Vosotros no tenéis bombas, no sabéis lo que es una guerra», les recrimina Azizi, un joven afgano, a los iraníes. Abdull, uno de ellos, responde: «Nuestra guerra no mata, es psicológica, no hay libertad».

En Irán, un golpe de estado en 1979 derrocó a la monarquía en manos de la dinastía Pahlavi. «Pero la solución fue peor, porque se instauró una teocracia liderada por los chiíes», explica Mina, una joven iraní residente en España y voluntaria en la isla. El país es en la actualidad una república islámica en la que rige la Sharia y Azizi no entiende cómo solo una forma de gobierno puede motivar a los iraníes a «abandonar su país y a su familia. Vienen a Europa para nada, solo para poder beber alcohol y tener mujeres», critica sobre sus colegas iraníes.

El joven afgano se retiró de las Fuerzas Armadas de Afganistán, se enfrentó a su familia por una religión que le oprimía y se cansó de vivir con miedo a las bombas. En su mochila, se ha traído los vestigios de una educación firme y conservadora pero siente una gran atracción por la moderna sociedad europea, en la que quiere continuar sus estudios de Derecho Internacional «para hacer justicia y mejorar las relaciones entre los países».

Ramshid y Ahmad, de 19 y 20 años, han llegado solos desde Siria. «Mi familia está en Turquía esperando a cruzar», dice Ramshid, que se lamenta de que «los medios de comunicación no pueden llegar a mostrar lo que realmente ocurre en la guerra. Podéis ver fotos, pero nunca la realidad. Y es terrible». La familia de Ahmad se resiste a abandonar su país y «a dejarlo en manos de quienes lo destrozan». Su padre es médico, pero ya no ejerce «porque una bomba destruyó el hospital en el que trabajaba».

«Lo hago por mis hijos»

Solo desde Estambul podrían entrar a Europa. En República Dominicana no les concedieron un visado para otro país que no fuese Turquía. Así que, Yasmina -oculta su nombre real para proteger a su familia-, de 25 años, compró un billete de avión y emprendió así su odisea hasta Europa, a escondidas de sus padres y solo para que el hijo que dejó en centroamérica «tenga un futuro mejor"».

Testimonios

  • Ramshid, Siria

  • «He venido solo. Mi familia se resiste a abandonar el país y a dejarlo en manos de quienes lo destrozan»

  • Ahmad, Siria

  • «He venido solo. Mi familia se resiste a abandonar el país y a dejarlo en manos de quienes lo destrozan»

  • Yasmina, República Dominicana

  • «Quiero instalarme en Atenas, conseguir un trabajo y poder traer a mi hijo algún día»

  • Azizi, Afganistán

  • «No quiero más guerras. Por eso me voy, para vivir en paz y escapar de la opresión de la religión»

  • Jeffry, República Dominicana

  • «Solo quiero dinero para cambiar de barrio y que mis hijos no sufran la violencia callejera»

  • Abdull, Irán

  • «En nuestro país la guerra no mata, pero es psicológica. No tenemos libertad para nada»

Atravesando las montañas hasta Izmir, en la costa turca, un hombre intentó violarla -como a muchas otras en los últimos meses- pero otros dos dominicanos que conoció en Turquía lo impidieron. «Quiero instalarme en Atenas, conseguir un trabajo y traer algún día a mi pequeño».

Su amigo Jeffry también se marchó de República Dominicana sin sus hijos pero piensa regresar en un año. «Solo quiero conseguir el dinero que necesito para mudarme a un barrio mejor en mi ciudad natal y que mis hijos no sufran la violencia callejera del lugar en el que vivimos ahora», reconoce mientras compra un bocadillo y espera al ferri que les llevará a Atenas.

Si se mira Lesbos desde lo alto de la torre, se vería cómo una masa de personas cubre la isla. Pero, si uno baja y se acerca, si se detiene y pregunta, si escucha, descubre que esa masa está formada por historias particulares y que cada una de ellas es la más importante para quien la protagoniza. Lesbos es hoy una puerta al viejo continente que, aún sin vallas, da cabida a todas esas historias. Un territorio aparentemente huérfano que acoge a quienes huyen de las guerras que matan, de las guerras psicológicas, de las persecuciones religiosas y de la pobreza. Pero solo es eso, una puerta. La puerta que incomoda a Europa.

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