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IÑAKI ESTEBAN
Miércoles, 4 de mayo 2016, 10:42
Más que a ser un provocador, Maurizio Cattelan juega desde hace décadas a convertirse en el mayor revoltoso del arte contemporáneo. Fue él quien esculpió a la manera hiperrealista al Papa Juan Pablo II atravesado por un meteorito, el que presentó una ardilla disecada sobre una mesa de cocina, con una pistola a sus pies, y el autor de un Hitler arrodillado que Christie's intentará vender el 8 de mayo, en una subasta en Nueva York, por un precio entre los 9 y los 13 millones de euros.
Italiano, hijo de un camionero y una empleada del servicio de limpieza, manifestó al término de su retrospectiva en el Guggenheim neoyorquino, en 2011, su intención de retirarse. Tenía 51 años, un montón de dinero y el arte le aburría. Pronto se dio cuenta de que, para él, era más pesado no trabajar que hacerlo, de modo que ideó un regreso a la altura de su leyenda.
A partir de hoy, los visitantes del museo de la Quinta Avenida podrán sentarse en un váter de oro macizo de 18 kilates, 'obra' de Cattelan. Se titula 'América' y pretende ser una crítica a los caprichos de algún modo escatológicos de los «superricos» en un mundo que se va al garete. En justa venganza contra la desigualdad, el Guggenheim y Cattelan proponen evacuar ahí, con todas las garantías de intimidad pero también con las lógicas medidas de seguridad para que nadie intente salir más rico de como ha entrado.
En el centro neoyorquino han resaltado las obvias relaciones de la pieza con la 'Fuente' de Marcel Duchamp, un urinario firmado con seudónimo, causa de escándalo en su tiempo -hace 99 años- y hoy un clásico con el que quiso criticar a quienes deciden desde el poder artístico qué es arte y qué no. Y también con la 'Merda d'artista' de Piero Manzoni, serie de excrementos enlatados de este creador que pretendía bajar los humos de los creadores endiosados recordándoles sus más prosaicas necesidades.
En el Guggenheim de Nueva York están entusiasmados, quizá también porque esos dos antecedentes son hitos en la historia del arte. La conservadora Nancy Spector le comentó el proyecto al director Richard Armstrong y este no dudó un segundo en aprobarlo. Es lo último que ha dejado Spector, su legado, antes de irse a trabajar a la competencia en el Museo de Brooklyn.
La nota explicativa del museo se esmera en el empleo del doble sentido y la ironía. Resalta que la pieza es «totalmente funcional» y se anima a usar ese váter de oro porque la 'escultura' exige participación y no sólo contemplación. «Permite una experiencia íntima con una obra de arte que no tiene precedentes», añaden. Y además evoca la cúspide de la riqueza pero también «las inevitables realidades físicas de nuestra humanidad compartida».
En el Guggenheim se niegan a decir lo que ha costado la obra, que paradójicamente ha sido pagada con el dinero de un grupo de millonarios que forman parte del patronato y que Cattelan tenía como objetivo al idear su última travesura.
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