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Los oncólogos denuncian los riesgos de las terapias milagro

Más de la mitad de los pacientes con cáncer las usan pese a que no curan y pueden fomentar el abandono del tratamiento prescrito por el médico

B. ROBERT

Miércoles, 22 de junio 2016, 17:07

Los oncólogos españoles están preocupados por el avance del uso de terapias alternativas entre sus pacientes. Homeopatía, imposición de manos, dietas extrañas, hierbas y otros supuestos tratamientos, todos sin efectividad alguna, cada vez son más populares entre los que sufren cáncer. Y aunque a veces su consumo es inocuo, otras muchas pueden empeorar el pronóstico e ir en contra los esfuerzos de los médicos. Ante esta situación, desde la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) han hecho un llamamiento a rechazar las pseudoterapias y a favor de la medicina basada en ciencia.

«Es muy difícil cuantificar la auténtica dimensión del problema porque los pseudotratamientos son muchos y porque, a menudo, los pacientes no comparten con su médico si están siguiéndolos», explica Miguel Ángel Seguí, oncólogo del hospital de Sabadell y portavoz de SEOM. Aun así, recalca, una encuesta europea apunta a que al menos uno de cada dos afectados por cáncer sigue alguna terapia alternativa. «Y entre las mujeres con cáncer de mama, al menos dos de cada tres». Su impresión, para colmo, es que se trata de un fenómeno al alza.

Aunque se promocionan como inocuas o menos dañinas, las terapias alternativas representan un riesgo para la salud de los que las usan, señala la sociedad científica. «Aumenta el riesgo de abandono de los tratamientos efectivos prescritos por su médico, y a veces también impide que estos puedan llevarse a cabo con éxito», afirma Seguí. Algunas dietas y algunas sustancias pueden interactuar con la medicación que ha prescrito el profesional sanitario y limitar sus efectos o deteriorar la salud del enfermo.

Tampoco es fácil luchar contra su proliferación porque, recalca el oncólogo, es un mundo muy grande y difícil de abarcar. «Hay miles de pseudoremedios. Algunos salen de la buena fe de la gente, como creo que es el caso de algunos homeópatas, pero en otros muchos existe un cierto nivel de estafa y de aprovecharse de la desesperación de los enfermos», explica. Todos tienen, eso sí, algo en común: no han demostrado nunca su capacidad de curar, y se basan en supuestos testimonios personales de eficacia. Para muchos de ellos se han llevado a cabo experimentos que han concluido que no funcionan.

Pero, si no curan, ¿cómo y por qué se venden? Seguí explica que las terapias alternativas usan técnicas de marketing para promocionarse como medicina cuando en realidad no lo son. «Usan jerga médica, parafernalia científica o frases alambicadas que hacen creer que existe un beneficio por usarlas o que este está refrendado por la ciencia», señala. Últimamente, por ejemplo, estas afirman ser tratamientos «complementarios» o «integrativos» para que no parezca que rechazan de plano la medicina científica. «Es una evolución dentro de su marketing. Cuando el término alternativo se va asociando a riesgos, muertes y acusaciones judiciales ellos van mutando hacia palabras más amables que les hacen más fácil venderlas», afirma.

La ley prohíbe hacer afirmaciones sanitarias si estas no tienen respaldo científico, pero en España son muchos los que las hacen y pocos a los que cae el peso de la ley. «Es ilegal y puede ser un delito de propaganda falsa o contra la salud pública», señala Fernando Frías, abogado y experto en pseudoterapias y sus riesgos. «El problema es que ni las autoridades sanitarias, que son las que tienen competencias en materia de consumo, ni la Fiscalía, actúan contra los que las hacen». Además, asegura, la legislación actual hace casi imposible que los particulares o las asociaciones de consumidores puedan actuar contra estas prácticas ante la Justicia.

Para que se pueda afirmar la eficacia de un tratamiento para una enfermedad este ha tenido que pasar una ingente cantidad de pruebas que lo certifiquen como válido para la práctica clínica. «Desde que se descubre una molécula con potencial en un laboratorio hasta que llega a un hospital pueden pasar entre doce y quince años», asegura Seguí. «Primero tienen que demostrar que es segura, tanto en animales como en humanos, que es lo que llamamos la fase 1. Una vez que está claro que es seguro se evalúa si parece que tiene algún beneficio, que es la fase 2. Y después se pasa a estudios fase 3, en los que se prueba con muchos pacientes no solo que es eficaz, sino que es mejor, más eficaz, menos tóxico, más barato o más cómodo, que el mejor tratamiento disponible».

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