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J. LUIS ÁLVAREZ
Viernes, 11 de noviembre 2016, 07:26
Los belenes vuelven a Francia por Navidad. No es que se hubieran ido, pero su instalación en espacios públicos estaba prohibida por ley, con algunas excepciones, desde principios del siglo XX. Ahora el Consejo de Estado deja sin efecto la norma y permite el montaje de los nacimientos como elemento ornamental navideño, pero, aclara, no de culto.
El asunto no es baladí, dado que con la llegada de la Navidad, año tras año se repetía la polémica: belenes sí, belenes no. Los favorables se apoyaban en la tradición cristiana, mientras que los segundos echaban mano de la legislación. Y lo hacían nada menos que esgrimiendo la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789, surgida en la Revolución Francesa, que propugnaba el laicismo del Estado, y la ley de 1905, que definía los límites entre el Estado y la Iglesia. Toda esta legislación cercenó en Francia la posibilidad de que se creara una tradición belenística que en otros países como España reproduce cada año verdaderas obras de arte.
El Consejo de Estado galo resuelve de manera salomónica los pleitos presentados por dos colectivos para la instalación de sendos belenes. El organismo, la más alta instancia de la jurisdicción administrativa, autoriza poner nacimientos en lugares públicos, al igual que se hace con los árboles de Navidad, las guirnaldas o las iluminaciones callejeras. Pero deja claro que tendrán un carácter «cultural, artístico o festivo», y nunca deben servir de culto.
De esta manera, el Consejo de Estado 'legaliza' los nacimientos, aunque pocas veces se han montado en plazas y edificios públicos del país vecino. Cabe recordar que París tuvo en la década de los 90 un belén delante de su Ayuntamiento, un montaje que pudo pasar desapercibido por la falta de costumbre de visitar estas recreaciones artísticas.
En todo caso, a los legisladores franceses se les ha escapado todo el siglo XX por delante sin reparar en que tanto Papá Noel como el abeto navideño son descendientes directos de la tradición cristiana. El primero tiene su origen en un personaje del antiguo mito solar al que el Cristianismo asimiló a un obispo griego llamado Nicolás, luego transformado en Santa Claus y Papá Noel. El árbol proviene de una tradición nórdica cristianizada en el siglo V por San Bonifacio.
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