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E. V.
Miércoles, 24 de mayo 2017, 06:42
En Norbera, alrededor de seis pacientes de los 80 con los que trabajan actualmente se han provocado autolesiones en algún momento, dice de memoria el director técnico del centro, Alberto Ruiz de Alegría, quien prefiere no hablar en exceso del famoso 'juego' de la Ballena Azul. El motivo: le preocupa que una cuestión «poco significativa» funcione como efecto llamada de otros jóvenes en una etapa en la que «las influencias afectan muchísimo».
-Se han visto imágenes de brazos de adolescentes con una ballena marcada. ¿Es diferente el perfil de quien participa en este 'juego' y el de quien se autolesiona?
-El denominador común es que en ambos casos hay un sufrimiento interior muy intenso. Pero en el caso de ese 'juego' sí que me gustaría decir que los padres deben tutelar lo que hacen sus hijos con el móvil, sin cuchichear, pero teniendo cierto control, sobre todo si existen sospechas. Permitir a un niño de 13 años plena libertad en internet es como soltarlo en medio de Madrid y dejarle que campe a sus anchas.
-La pregunta que puede hacerse mucha gente es por qué. ¿Qué motivos puede tener un joven para hacerse daño?
-Para empezar, hay que romper con el esquema de que los problemas de la gente joven son pequeños o menos importantes. Los problemas son problemas se tengan 2 o 72 años. Y la adolescencia es una etapa en la que los jóvenes viven una guerra emocional muy intensa entre el deseo de permanecer en la infancia y el de salir hacia afuera.
-Pero, ¿con qué fin deciden hacerse cortes o quemarse?
-Motivos hay muchos. Puede ser porque la angustia psicológica de lo que está viviendo un joven es tan intensa e incontrolable que a través de un daño físico logran dar forma a un dolor psicológico que no saben interpretar. Puede suceder que cuando el dolor se reprime muchísimo acaban no sintiendo nada y la autolesión es la fórmula que encuentran para sentir, aunque duela. Se puede dar en jóvenes con baja autoestima que lo hacen a modo de autocastigo por no ser lo suficientemente buenos o, incluso, una forma de llamar la atención, un grito de socorro.
-La autolesión, sobre todo los cortes en las muñecas, se asocia a pie de calle a ideas suicidas. ¿Guarda relación?
-En principio es distinto. El suicidio es una forma de evitar el sufrimiento, mientras que la autolesión es una forma de sentir ese sufrimiento. A la larga, claro que puede haber casos de jóvenes que se autolesionaban y que llegan a los intentos de suicidio, pero también hay muchísima gente que se autolesiona y que no llega a ese punto.
-Abordar esta cuestión como padre debe de ser difícil. ¿Qué pasos recomienda seguir?
-Que sean tajantes y que le digan al joven que van a buscar ayuda, pero no como un ofrecimiento, sino como una dirección. Suelo poner el ejemplo de que si un hijo tiene que ir al dentista porque hay una necesidad no se le pregunta si le parece bien, se le lleva y punto. En este caso es igual. El consejo es que si la familia está viendo que hay una autolesión, sea grande o pequeña, tienen que moverse. No se trata de una tontería sin importancia de los chavales.
-¿La primera reacción suele ser restarle importancia quizás por el miedo a no saber cómo afrontar el problema?
-Es necesario transmitir a muchos padres que no es ninguna vergüenza que su hijo se autolesione y que tengan que solicitar ayuda profesional para solventar el problema. Parece que los hijos hoy en día tienen que ser ideales y no es así. No vivimos en un mundo de fantasía. A veces llegan dificultades y hay que asumirlas. Lo que es una negligencia es que no se haga nada, pero la solución también está en los padres y el trabajo debe ser conjunto. Una situación que no se afronta se tiende a enquistar y termina agravándose. Por eso es importante prestarle atención, sin grandes dramatismos, pero sí con seriedad.
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