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Así son las famosas escuelas de Finlandia, las mejores del mundo

Así son las famosas escuelas de Finlandia, las mejores del mundo

Allí los niños, además de matemáticas, aprenden carpintería, cocina, costura... y esperan solos en casa a que sus padres vuelvan del trabajo

YOLANDA VEIGA

Jueves, 23 de junio 2016, 08:17

Si los británicos no han vendido 'MasterChef junior' a Finlandia es porque allí todos los niños saben cocinar. Les enseñan en el colegio. A preparar ensaladas sencillas y hasta asados. También hacen punto en horario escolar y tejen patucos para el invierno, que es muy frío. Tanto que nuestros cero grados, la temperatura que marca la diferencia entre el frío y quedarse directamente helado, para ellos es menos quince. Por debajo de eso ya no dejan a los niños durmiendo la siesta en el balcón, un hábito muy arraigado y al que se han ido plegando incluso los extranjeros procedentes de países cálidos, que se han rendido a la evidencia: los niños duermen mejor. Volviendo a las tareas escolares, además de matemáticas e inglés, los alumnos finlandeses también aprenden a hacer la colada, a limpiar las ventanas y carpintería a partir de cuarto de Primaria.

«Mis hijos han traído a casa un barco, un mecanismo de reloj, un dispensador para el papel de cocina... Y un amigo de mi hijo nos regaló el año pasado un cuchillo para untar mantequilla que había hecho él mismo en clase». Lo cuenta Javier González, un español de 37 años nacido en León, criado en Badajoz y emigrado hace quince años por amor a Helsinki, donde trabaja como profesor de español (también ha dado clases de francés). Carolina López de Blas (Madrid 34 años) es una recién llegada, un año en Finlandia. Maestra de educación especial, trabajó cinco años en Estados Unidos y cambió el rígido sistema educativo norteamericano por este que tiene fama de ser el mejor del mundo. Ana Grau de la Herran (Sevilla, 32 años) también en docente en Finlandia y enseña matemáticas. Estos tres españoles hablan de su experiencia como maestros en el norte de Europa y examinan el sistema que forma a los estudiantes con mejores notas del mundo. ¿Tan buenos son los colegios en Finlandia?

Sí, todos igual de buenos, es la conclusión, unánime, sin peros. «Aquí casi todos los niños van a la escuela pública y cualquier colegio del extrarradio o de una zona de inmigrantes que en España acabaría convertido en gueto tiene el mismo nivel que uno ubicado en una zona pudiente. Las familias no eligen escuela, van a la que tienen más cerca de casa». Colegios «donde hay psicólogos y enfermería», espacios «abiertos y sin vallas», explica Javier, «en los que los niños no tienen la sensación de estar encerrados». Y no lo están porque pasan mucho tiempo fuera. Pillamos a Carolina a punto de irse al zoo con los chavales. Es maestra de Infantil y enseña a niños de 3 a 7 años porque allí la enseñanza obligatoria empieza a esa edad. «Les estoy enseñando los animales, pero no dentro de una clase dictándoles que perro se escribe con dos erres, sino llevándoles a verlos». Ellos lo toman como un juego, y es básicamente lo que hacen hasta los 7 años en la escuela. «Juegan y juegan. Tienen una hora de recreo por la mañana y cuarenta y cinco minutos por la tarde».

Hasta el comedor es gratis

  • La escuela en Finlandia es pública y gratis. «No pagan matrícula, ni material. ¡Hasta el comedor es gratuito! Las familias pagan más o menos por la guardería en función de sus ingresos y los padres que deciden dejar de trabajar un tiempo para cuidar a sus hijos tienen muchas ayudas. Las mujeres disfrutan de nueve meses de baja maternal con el 70% del sueldo y hasta que tu hijo tiene 3 años te guardan el puesto de trabajo. Además, en esos tres años recibes entre 400 y 500 euros del Gobierno», cuenta Javier González. El desembolso escolar, prosigue, empieza en Bachiller, porque tienen que pagar los libros, que no serán tampoco la principal herramienta de trabajo. «Mi hijo va a empezar la ESO y el primer día les dan en clase un iPad gratis para que busquen información para sus trabajos. Y en todas las aulas hay pizarras inteligentes, táctiles». Javier es el que tiene hijos más mayores de los tres entrevistados, y aunque le falta aún para llegar a la Universidad, no cree que luego tengan que esperar a colocarse haciendo cola en el paro. «Aquí solo están formando a la gente que admite el mercado laboral. Por eso es fácil colocarse ingeniero, por ejemplo, porque hay pocas plazas en la Universidad».

Un sistema mucho «menos académico» que el español y no digamos ya el estadounidense. Lo conoce bien esta madrileña porque trabajó durante cinco años como maestra allí. «Los niños apenas tenían tiempo de jugar, solo salían al patio veinte minutos y si un alumno lloraba porque no sabía leer o escribir bien tenía que aprender». Carolina trabaja en una escuela privada, una excepción en un país como Finlandia. «Entrar de profesora en la pública es muy difícil, tendría que hacer un máster y saber finlandés, además de un examen de acceso a Magisterio. Hay muy buenos profesionales».

Javier trabaja en el sistema público, en el que los profesores ganan desde 2.200 euros si trabajan pocas horas a 3.500, aproximadamente. «Los profesores son gente muy seleccionada. Cuando se les examina, además de los conocimientos acedémicos, se evalúa la empatía y la capacidad de trabajar en equipo. Aquí el que se mete a profesor es porque le gusta trabajar con niños, no porque no tenga más remedio o no le dé la nota para otra carrera». Él estudió Traducción e Interpretación en España y en Finlandia hizo Filología Hispánica y los cursos de capacitación para ser docente. En quince años de ejercicio presume de no haber tenido jamás un conflicto con un chaval, ni con sus padres. «En España muchos niños se educan con el móvil y con los abuelos, porque las familias no tienen tiempo para ellos. Lo que pone mucha presión sobre el maestro. Los progenitores les piden que metan en vereda a sus hijos pero sin darles autoridad. Aquí no necesitan reclamar que se les dé autoridad, ya la tienen y se confía en su criterio».

Especialmente desde que se implantó el famoso sistema Kiva contra el bullying. «En Finlandia hay mucho bosque y campo y no es raro que en los hogares haya armas de caza. Hace unos años hubo un tiroteo en un colegio y a partir de entonces empezó a aplicarse este sistema para combatir la marginación y que nadie se quedara fuera. Mejoró el ambiente en la escuela», asegura Javier. Y Ana secunda: «Hubo un problema de acoso en una clase y se sacó a los alumnos del aula para que psicólogos y responsables sociales hablaran con ellos. Luego se trató el asunto en grupos de cuatro o cinco personas y posteriormente acudieron a charlas de formación para que se concienciaran de lo que estaban haciendo mal. Y eso se hace en horario lectivo».

Al margen del ambiente, los resultados también son una prueba de que allí la educación escolar está a otro nivel. «Aquí la segunda Guerra Mundial no se estudia necesariamente en la clase de Historia. Se puede estudiar en la de Arte, Literatura... Y se enseñan conceptos de mecánica y matemáticas con las piezas de Lego, construyendo mecanismos y engranajes sencillos, contando los dientes de una rueda y estudiando qué determinada fuerza de torsión ejercen, por ejemplo».

El sistema es distinto, el aspecto de las escuelas también. Hasta el horario. «No es fijo de nueve a dos, sino que algunos días entran a las ocho, otros a las nueve, o a las diez. Y a las dos de la tarde vuelven a casa».

Pero los padres no están.

Los alumnos de primero de Primaria pueden quedarse hasta las tres o las cinco haciendo actividades extras en el colegio, mientras sus padres vuelven de trabajar.

Hacen deporte, se apuntan al club de ajedrez... y cuando son un poco más mayores, esperan solos en casa. «Aquí con 7 años los niños van solos al colegio, cogen el autobús... El otro día una niña me dijo muy contenta: 'Mira, ya me han dado la llave'. Se refería a la llave de casa, que los padres entregan a sus hijos cuando tienen 7 u 8 años. Se la cuelgan al cuello para que no la pierdan y puedan entrar solos en casa. Y también es habitual ver a niños de esa edad con móvil. Choca un poco, pero es que igual están solos dos horas todas las tardes, es por precaución».

Y para potenciar su autonomía. «Yo tengo una niña pequeña y se viste sola. En el comedor, cuando acaba de comer tira los restos a la basura y lleva los platos sucios», cuenta Ana, que acaba de terminar el máster de Enseñanza por la Universidad de Helsinki y ha hecho ya prácticas como profesora de matemáticas en niveles de ESO y Bachillerato. «En Primaria no hay más de veinte alumnos por clase, y en Secundaria pueden ser ya más. Aunque la estrategia educativa es la misma a todos los niveles... y con todas las asignaturas. «Un día les dividí por grupos y a cada grupo le adjudiqué un país. Se trataba de que rastrearan el mercado inmobiliario de aquella nación para poder comparar precios de pisos entre diferentes países. Y en otra ocasión les saqué al patio para dar clase de geometría, mediante la observación de edificios y formas. El teorema de Pitágoras lo puedes probar en la pizarra de clase u observando un árbol y la sombra que proyecta».

Ana es una de esas profes que aquí los alumnos verían como moderna, 'enrollada'. Por cosas como esta: «La clase es un círculo de confianza donde hay respeto mutuo entre el profesor y los alumnos, que firman 'acuerdos' mediante los cuales se les dan ciertas libertades. Por ejemplo que puedan escuchar música mientras trabajan. Si usan cascos y no molestan a los demás no hay problema en que un estudiante se concentre con la música. O a otros niveles inferiores, por ejemplo, tampoco pasa nada porque los que antes acaben un examen o un ejercicio se pongan en un lado de la clase a jugar sin molestar mientras los demás compañeros terminan».

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