Las restricciones en el uso de nuestras fotos o la propiedad compartida plantean nuevos retos para una sociedad que debe debatir sobre límites, usos, derechos y libertades en la era digital
jorge campanillas
Jueves, 13 de noviembre 2014, 13:31
Una imagen vale más que mil palabras, vivimos en una sociedad visual, donde cada vez nuestra atención es menor ante la cantidad de información que tenemos a nuestro alrededor e intentan captar nuestra atención con esa imagen impactante, satírica, dramática. Asimismo, tenemos en nuestros bolsillos dispositivos que permiten captación de imágenes que antes no eran accesibles, económicamente hablando, para gran parte de la ciudadanía y que además requerían grandes conocimientos técnicos. Redes sociales que permiten la publicación de fotografías como Instagram son un gran reclamo y son muchos, marcas incluídas, los que compiten por tener el mayor número de seguidores, impactos y me gusta en las fotografías que publican. Es una forma, dicen, de generar marca, de fidelizar a tus clientes y en su caso de conseguir nuevos. Otros usuarios consiguen ser influyentes por la cantidad de seguidores que tienen y pueden ser capaces de marcar tendencia.
Esta mezcla de una sociedad visual, redes sociales muy potentes y cámaras por todos los sitios y acesibles a todo el mundo, empieza a generar curiosas restricciones sobre los usos de esas imágenes. Quizá todos éramos conscientes, hace años, que al entrar en algún recinto privado podrían restringir el uso de cámaras o el flash de las mismas a fin de proteger las obras que allí puede haber, por ejemplo, en el caso de un museo, o para proteger la privacidad de las personas que allí se encuentran.
En la actualidad se están produciendo fenómenos más curiosos y que quizá no somos conscientes de ellos a la hora de apretar el botón de la cámara de fotos, vídeo o de la aplicación móvil correspondiente. De la ya famosa protección de la iluminación de la Torre Eiffel (para que nadie pueda utilizar imágenes con fines comerciales), así como otros edificios paradigmáticos que se protegen vía propiedad industrial, hasta aceptaciones de cesión de derechos de propiedad intelectual en cuanto realices una fotografía o vídeo dentro de un recinto deportivo. Todo ello con el fin de que la explotación comercial de los contenidos que tú mismo generas únicamente puedan ser explotadas por la empresa/entidad que organiza el evento.
Quizá sea poner puertas al campo en una sociedad y con unas herramientas tan accesibles y potentes en nuestras manos, pero no por ello ciertas entidades intentan protegerse y negarse a utilizaciones de lo que consideran suyo con fines comerciales; o incluso subirse al carro siendo conscientes que es imposible prohibir hacer fotografías o no permitir el acceso con cámaras fotográficas, pero partiendo que lo que el usuario haga será suyo por la aceptación de las condiciones de uso, compra de la entrada o acceso al recinto.
Nada nos va a prohibir hacer las fotografías o vídeos, pero quizá lo que consideramos tan nuestro como una fotografía hecha por nosotros no sea nuestra, o sí lo sea, porque, ciertamente, nunca nadie podrá negarnos la autoría de la misma, pero sobre ciertos usos posteriores no seamos nosotros los que podamos decidir o utilizar. Y todo ello sin hablar de las personas a las que hayamos podido fotografiar o grabar...
Nuevos retos de lo intangible para una sociedad que debe debatir sobre límites, usos, derechos y libertades en la era digital.
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