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El Bosque de la Vida. Monumento funerario que recuerda en el campus de Leioa a quienes han donado el cuerpo a la ciencia. :: LOBO ALTUNA
El último legado para la ciencia
SOLIDARIDAD

El último legado para la ciencia

2.200 vascos han prometido donar su cuerpo a la investigación. Con ellos se cubre la necesidad de «forma parcial»

JUANMA VELASCO jmvelasco@diariovasco.com

Domingo, 14 de marzo 2010, 14:15

Viernes. 10 de la mañana. Facultad de Medicina de la UPV en Leioa. Clase de anatomía humana. Una treintena de estudiantes con bata se enfrenta a la difícil tarea de comprender y estudiar la estructura del cuerpo humano. No están solos. Les acompañan tres cuerpos inertes, tres cadáveres embalsamados con los que pasarán horas y horas y acabarán teniendo «un vínculo de afecto y de respeto» durante dos largos años. «Es curioso, pero se puede llegar a tener afecto a un cadáver que no tiene ni nombre ni edad para los alumnos», relata Francisco Doñate, catedrático de Anatomía y Biología Humana de la Facultada de Medicina e impulsor del registro vasco de donantes de cuerpos.

Sin ellos la enseñanza de la medicina no sería posible. Son personas que abandonan este mundo dejando tras de sí un legado de vida en forma de «un último acto de desinterés absoluto» y generosidad: se comprometen a entregar su cuerpo a la ciencia tras su fallecimiento. Desde hace tres décadas, la Universidad del País Vasco (UPV) dispone de un registro de donantes del que se nutre la facultad de Medicina para la investigación y la formación de los nuevos médicos que luego salvarán vidas.

En la actualidad, 2.178 personas han prometido donar su cuerpo a la ciencia tras su fallecimiento en el registro vasco de donantes. De todos ellos, 1.242 son vizcaínos, 480 guipuzcoanos y 214 alaveses. El resto son ciudadanos de La Rioja, Navarra y Cantabria, en su mayoría vascos que viven en las provincias limítrofes. Todos ellos han firmado un documento con testigos en el que manifiestan esa voluntad.

En el caso de Gipuzkoa, en la capital se concentran 199 de los 480 donantes, aunque también destaca la zona de Eibar. «Hay una anécdota muy curiosa, que es encomiable. Unas monjitas de un convento tomaron la decisión hace años de que cuando fallecieran vendrían a la facultad de medicina. Y lo están cumpliendo a rajatabla», añade Doñate.

«Cubrir las necesidades»

El volumen de donantes y de cadáveres que llegan a la facultad vasca posibilita «cubrir las necesidades de formar parcial pero no podemos permitirnos el lujo de hacer lo que quisiéramos, ni mucho menos, porque todavía no es suficiente». Una vez fallecidos, los cuerpos se utilizan fundamentalmente en la docencia de primer ciclo de Medicina. «Para esto tenemos un volumen suficiente de donantes, pero no para las clases prácticas de especialistas (traumatólogos, otorrinolaringólogos, cirujanos...) que, cuando tienen que hacer una determinada técnica novedosa, lo bueno es llevarla a cabo en un cadáver», explica Doñate.

Eso sí, la situación de la UPV no tiene nada que ver con la «precariedad» que existe en otras facultades de medicina del Estado. «Salvo Alicante, Málaga, La Laguna, Las Palmas, Madrid y Barcelona, el resto de las facultades están más bien con penuria y algunas con fortísima penuria», confiesa. ¿Y cómo resuelven el problema? «A veces se ponen en contacto con la facultad de Alicante, que tiene muchos donantes de personas extranjeras que han ido a pasar sus últimos años allí. Por pragmatismo, muchas familias se ahorran el engorro de trasladar un cuerpo hasta Amsterdam o Berlín, porque es francamente caro, y toman la decisión de donar el cuerpo a la ciencia».

31 cadáveres en 2009

El registro vasco se creó en 1979, con la llegada de Doñate a la UPV desde Zaragoza, donde ya existía una organización similar. «Antes los cadáveres que llegaban eran de personas indigentes, no reclamadas». Ahora, en cambio, la inmensa mayoría de cuerpos pertenecen a personas que en vida manifestaron su voluntad de donar. «Hay gente de todas las religiones, profesiones y clases sociales», añade.

Desde que se pusiera en marcha el registro, a la facultad de medicina han llegado más de 400 cadáveres de donantes. «Al principio se recibían una media de 1-2 cuerpos al año. La cifra ha ido subiendo y en 2009 llegaron 31 donantes que tuvieron la desgracia de fallecer y otros 193 vascos se inscribieron en el registro, que cada vez es más conocido», explica el catedrático de Anatomía.

En opinión de Doñate, la gente es consciente «de que una vez fallecido puede seguir haciendo un servicio a la sociedad mientras que, de la otra manera, el enterramiento supone que el cuerpo se corrompa en unos pocos días».

Para hacerse donante hay que cumplir un procedimiento muy sencillo. Una vez realizada la solicitud, se recibe en casa la documentación. Una vez cumplimentada y reenviada, al domicilio llega un carné de donante.

Felizmente, la mayoría de personas registradas que hacen efectiva la donación son de gente mayor. «Normalmente nos llama un familiar y nos comunica su fallecimiento». El proceso que se sigue corre a cargo de la UPV. «Nos ponemos en contacto con la funeraria que tenemos concertada y allí tramitan los documentos con la familia. Los gastos de ataúd, traslado a la facultad, depósito, embalsamamiento y, pasado un tiempo, la incineración, corren a cargo de la UPV».

Ya no se usa formol

Cuando el cadáver llega a la facultad, se embalsama. «Antes se usaba formol, pero ahora está prohibido. Utilizamos una serie de líquidos para evitar que se pueda corromper. Se inyectan por las arterias y se conserva indefinidamente», explica Doñate. El cuerpo se conserva en una sala de refrigerada a 3-4º.

Los cuerpos se utilizan para la investigación o la docencia -enseñanza de anatomía- durante dos cursos. Pasados dos años se procede a su incineración y se avisa a la familia para consultar qué desean que se haga con las cenizas.

El carné de donante de cuerpo no obliga a nada. «Si llegado el momento, la familia no quiere cumplir la voluntad de su ser querido se respeta». Asimismo, en el caso de los menores de 50 años, en la UPV insisten en que lo prioritario es la donación de órganos.

En ambos supuestos,Doñate admira el «desinterés absoluto de los donantes en el último acto de su vida. Es algo grandioso que hay que reconocer socialmente».

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