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ARANTXA ALDAZ aldaz@diariovasco.com
Domingo, 11 de abril 2010, 05:05
Hace tres décadas, Gipuzkoa fue el único territorio de España en el que no se registró ningún suicidio. El año pasado, en cambio, 52 personas se quitaron la vida, una a la semana. El salto estadístico experimentado es un fiel reflejo de cómo ha cambiado la percepción del suicidio: de ser una verdad marginada incluso en los informes oficiales ha pasado a convertirse en un problema de salud sobre el que se ha puesto el foco después de años de oscurantismo.
Los psiquiatras han dado la voz de alarma para que se tome conciencia de «la gravedad del problema», aupado ya como la primera causa de muerte no natural debido al descenso de las muertes en carretera. Según el último informe del Instituto Nacional de Estadística, que ha sido el detonante de la 'movilización' pública de muchos de los profesionales de la salud mental, en 2008 fueron 3.421 las personas que decidieron poner fin a su vida en toda España, una cifra equivalente a veintidós siniestros aéreos como el de Spanair, comparó para dimensionar el drama Lucas Giner, del departamento de Psiquiatría de la Universidad de Sevilla. Ya en 2002, la OMS elaboró un informe demoledor en el que se recogía que cada año se suicida un millón de personas en todo el mundo. Por cada muerte consumada se producen además unos veinte intentos fallidos, lo que da idea de la complejidad y magnitud del problema.
«El gran reto de la salud mental de nuestra época es el abordaje real del suicidio desde una perspectiva de salud pública, que implica invertir también en la prevención de los trastornos y no sólo del tratamiento una vez que ya ha aparecido el problema», sostiene la psiquiatra donostiarra Andrea Gabilondo, que ha formado parte del equipo de investigación de uno de los estudios más ambiciosos que se han hecho sobre el suicidio en España.
El informe, incluido en el proyecto ESEMed-España sobre la prevalencia de los problemas mentales, ha analizado las conductas precursoras del suicidio en la población general, con una ventaja sobre anteriores trabajos, ya que la metodología utilizada ha sido la misma que en otros 25 países de todo el mundo, bajo la coordinación de la OMS. El hecho no es insignificante, ya que la falta de estadísticas ha impedido establecer comparaciones fiables entre diferentes zonas y, por lo tanto, encontrar posibles factores de riesgo y de protección, explica Gabilondo.
Los resultados de esta radiografía del suicidio permitieron identificar un grupo sobre el que habría que poner especial atención: mujer, joven, con presencia de alguna enfermedad mental e ideación suicida reciente. ¿Cómo? La prevención es la palabra que más repiten los especialistas en sus argumentos. La OMS y la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio consideran que es importante reforzar todos los programas para identificar y prevenir el comportamiento suicida. Ambas organizaciones buscan garantizar que el suicidio «no siga siendo visto como un fenómeno tabú, o un resultado aceptable de crisis personales o sociales», sino como «una condición de salud influenciada por un entorno psicológico-social y cultural de alto riesgo».
Se sabe, por ejemplo, que un 90% de las personas que se suicidan padece algún tipo de trastorno psiquiátrico, los más frecuentes la depresión y la esquizofrenia, mientras que el consumo de alcohol y otras sustancias tóxicas también están asociadas a este comportamiento.
El diagnóstico y seguimiento médico de los enfermos mentales, cuya patología puede arrastrarles a un final violento, es fundamental para evitar que se consume su ideación suicida. Imanol Querejeta, jefe de psiquiatría del Hospital Donostia, explica que cada vez que alguien acude a Urgencias por algún tipo de tentativa suicida se aplica un protocolo exhaustivo para no pasar por alto ningún caso, incluso aquellos enmascarados (accidentes de coche voluntarios, por ejemplo). «Una vez termina la intervención médica -que puede ser un lavado de estómago en caso de una intoxicación de medicamentos- y el paciente está en condiciones de ser entrevistado, se le evalúa. En la entrevista personal se le pregunta qué es lo que le ha inducido a ese comportamiento y se hace una exploración psicopatológica para determinar si la persona es un enfermo psiquiátrico o no».
La importancia de la escucha
Porque, aunque la gran mayoría de las personas que presentan un perfil suicida padece un trastorno mental, hay un porcentaje más pequeño que no responde a ninguna patología, cuya respuesta suicida es más «impulsiva. Son personas que deciden tomar esa solución drástica en una situación de emergencia personal, social o laboral», especifica Querejeta. Y son precisamente esos casos los que se alejan de cualquier posibilidad de prevención. «Es importante prestar atención cada vez que una persona menciona cualquier intención o pensamiento de quitarse la vida, en el sentido de preguntar, escuchar, no rehuir el tema», indica el psiquiatra donostiarra.
Aunque sólo representan el 1% de las llamadas que reciben al cabo de un año (más de 3.000), en el Teléfono de la Esperanza de Gipuzkoa saben de la importancia de la palabra cuando alguien llama en situación límite. «Son llamadas duras, muy duras», reconoce la directora del servicio, Lorena Pidal, pero siempre con un hilo desde el que empezar a tirar. «Si nos están llamando es que no tienen tan claro que se quieren suicidar», añade. Al otro lado del teléfono siempre descuelga un voluntario cuya misión es arropar a la persona, «sin juicios ni censuras, desde el anonimato y la confidencialidad». La conversación logra en muchas ocasiones un efecto «liberador», y la crisis puede ser abortada gracias a esa voz amiga. «Rara vez la persona ha llegado a consumar el suicidio porque la llamada ya supone la primera señal para su recuperación», aclara Pidal. Las que sí son mucho más frecuentes son las llamadas de personas «que verbalizan su deseo de desaparecer, pero detrás de esas palabras no hay una realidad suicida, sólo un SOS». Generalmente son personas depresivas, con una gran falta de autoestima, que se sienten como una carga familiar, detalla. «Con ellas hay que lograr una empatía, que pongan nombre a esas emociones y ordenar sus problemas para empezar a buscar una solución».
Todo este proceso lleva mucho tiempo, meses incluso, en las que el acompañamiento del Teléfono de la Esperanza (900840845) sirve de hombro donde apoyarse. «Todas las llamadas que recibimos son, en definitiva, un reflejo de lo que está ocurriendo en la sociedad. Hay muchas personas que se ven incapaces de afrontar sus problemas. Hay que crear la sensibilidad de que entre todos podemos ofrecer recursos para que las personas no se sientan solas. Hablar de ello de forma prudente, incluido del suicidio, es positivo», concluye Pidal.
La eclosión informativa sobre el suicidio no coincide, sin embargo, con un aumento de la incidencia de este tipo de muertes, a pesar del impacto de saber que ya superan a los accidentes de tráfico como causa de fallecimiento externo. El doctor Querejeta subraya esta circunstancia para que también se mida con cautela el tratamiento de la información en un asunto tan delicado y tabú.
Mejores registros
«El cambio en las tendencias se comprobó en la década de los noventa, no tanto porque aumentaran los suicidios sino porque antes estaban infradetectados», afirma el psiquiatra. Así se explica, por ejemplo, la ausencia de registros en la década de los setenta, según constató en un estudio el psiquiatra Víctor Aparicio, que empezó la investigación en el territorio. El desarrollo de la medicina forense y de la psiquiatría permitió obtener una información más precisa sobre las muertes violentas, entre ellas el suicidio, que antes permanecían ocultas en las estadísticas. Con el paso de los años, y a medida que esos registros se oficializaban, se constató que España presentaba tasas más bajas de suicidio que otros países europeos como los del Este, que aparecen en rojo en el mapa sanitario del suicidio. Euskadi registra una cifras estables, alrededor de los 160 fallecidos por año. Gipuzkoa contabilizó por su parte 52 muertes por suicidio el año pasado, ocho menos que en 2008, cuando se certificaron setenta fallecimientos por suicidio, lo que supuso un aumento del 30%, una cifra récord. En el tramo 2003-2009, los suicidios descendieron en todo Euskadi un 4,8%.
Pese al descenso en las estadísticas, los trastornos psicológicos más comunes que esconde un intento suicida, la depresión fundamentalmente, se están acentuando en una sociedad donde el estrés será «el enemigo público número uno», advierte el doctor Querejeta, ya que desembocará en un mayor número de trastornos mentales.
«Es importante destacar que un elemento clave para la prevención del suicidio -coincide la psiquiatra Andrea Gabilondo- es la detección precoz y tratamiento de la depresión». Sin embargo, el camino no está siendo tan sencillo. «Debido al estigma asociado a los problemas de salud mental, muchas personas no acuden al médico o cuando lo hacen el problema está muy evolucionado», indica la donostiarra. Se calcula, además, que la mitad de las depresiones no son adecuadamente diagnosticadas, lo que complica aún más el trabajo que se está realizando para afrontar la realidad del suicidio.
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