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JUANMA GOÑI
Miércoles, 12 de mayo 2010, 10:10
Hubo un tiempo en el que no había carreteras, y las diligencias y los carromatos que atravesan los caminos que salían de Madrid o Zaragoza solían hacer en Tolosa una parada casi obligatoria. Nuestra villa era un privilegiado nudo de comunicaciones y, al amparo de su ubicación estratégica, alcanzó una gran notoriedad económica y social, hasta acabar siendo designada capital de Gipuzkoa.
Esta parte importante de nuestra historia es desmenuzada con precisión exhaustiva y amena por el médico y escritor José Antonio Recondo en un libro titulado 'El camino real de Tolosa a Pamplona. Balnearios, ventas y diligencias. La vida en torno al camino', que se presenta mañana, jueves, a las 20.00, en el salón de plenos del ayuntamiento.
Cuenta Recondo que, hasta la primera mitad del siglo XIX, cualquier navarro, aragonés, castellano o portugués que quisiera viajar en diligencia a Francia tenía forzosamente que hacer noche o, por lo menos, parar en Tolosa. Había dos rutas fundamentales. Por un lado, estaba el Camino de Castilla o Carretera General de Coches, que enlazaba Madrid y Castilla con Francia a través de Vitoria, Tolosa e Irun y, en segundo lugar, el Ramal de Navarra o camino de Gipuzkoa, que comunicaba Tolosa con Pamplona y también con Zaragoza gracias a una prolongación del mismo, el llamado Camino de la Ribera. Los viajes de las personas y el transporte de géneros en España tendieron a realizarse a través de estas dos importantísimas vías que confluían en Tolosa.
Con la aparición de las diligencias, los viajes se generalizaron. Recondo cuenta que sólamente las personas adineradas podían hacer uso de la diligencia, porque resultaba muy cara. El sueldo anual de un jornalero sólo daba para un recorrido en diligencia de diez kilómetros. Por ello, la mayoría de las personas que viajaba lo hacía en galeras.
Las galeras eran carromatos muy incómodos, pues no tenían muelles y eran muy lentos. Se pasaba frío en invierno y calor en verano. Las galeras servían fundamentalmente para el transporte de mercancías pero también eran usadas para viajar por las gentes humildes jornaleros y empleados.
La villa de Tolosa tuvo que realizar reformas importantes para adaptarse al paso de carromatos. Se mantuvo el recorrido por el interior del pueblo: las diligencias procedentes de Madrid e Irun atravesaban la calle Correo. Y hubo que realizar obras. El empleo de vehículos obligaba a disponer de cocheras. La casa de postas se localizaba en el número 1 de la calle Correo, pero no resultaba idónea pues no disponía de de cocheras, ni de un mesón y habitaciones adecuados.
De ahí que el maestro de postas de la villa, Juan Pedro de Mendía, iniciara en 1786 la construcción de una nueva casa de postas, el hostal o Parador Mendía, en el otro extremo del casco antiguo. Al mismo tiempo, se acondicionó una nueva plaza para que pudieran estacionarse y maniobrar los vehículos. Se llamaría plaza de Arramele, más tarde rebautizada como Plaza Gorriti. «Esta plaza solía estar muy animada y concurrida», cuenta José Antonio Recondo, siempre abarrotada de carruajes y gentes. Aquí estaba el café La Paz (actual Iruña), que era el lugar de espera de los parientes de los viajeros y también de los comerciantes tolosarras, «que aguardaban la llegada de los postillones que eran utilizados por los primeros para realizar pedidos, recibir encargos o efectuar pagos a comerciantes de otras ciudades».
En el camino Tolosa-Pamplona tenían gran importancia las posadas y ventas. El autor ha constatado la existencia de unas veintisiete. Aún se mantienen los edificios de 17 de ellas. «Tuvieron diferentes usos, explica Recondo. No sólo ofrecían alojamiento y comida. Poseían cuadras con animales de tiro para el cambio de caballerías. Y muchas de ellas funcionaron a la vez como casa concejil, cárcel , tienda, estanco y casino. Tras la aparición del tren del Plazaola, sólo sobrevivieron las de Mugiro y Ayestarán de Lekunberri.
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