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GUILLE VIGLIONE
Domingo, 16 de mayo 2010, 04:34
Lo más sorprendente del cuento de Aladino no es que el genio le permitiera pedir tres deseos. Lo asombroso es que éste se apareciera inmediatamente cuando Aladino frotaba la lámpara. Hoy, todo es instantáneo y cada vez menos cosas nos parecen mágicas. Primero fueron el café soluble, el puré de patatas y la fabada de lata. Después la lechuga prelavada y los champiñones fileteados. Hoy no hay una casa sin microondas. Casi el 20% de lo que puedes comprar en un supermercado se abre, calienta y sirve en el plato en menos de dos minutos.
La revolución digital ha multiplicado aún más esa sensación de inmediatez. Chateamos con amigos a miles de kilómetros o vemos una foto al instante de hacerla. Busco «instantáneo» en google y me da más de dos millones de resultados en 0'27 segundos. Es la era del «ahora es ahora» y queremos un bronceado perfecto en tres sesiones, reducir dos centímetros de cintura en siete días y hablar inglés en un mes.
Triunfa lo instantáneo, no porque sea sinónimo de rápido sino de fácil.
No por el ahorro de tiempo sino por el ahorro de esfuerzo. Confundimos el placer con la gratificación instantánea pero ésta es adictiva. Cuánto más rápido conseguimos algo, más impacientes somos la siguiente vez y más ansiedad nos provoca. Todo aquello que exige esperar requiere paciencia y un poco de planificación.
Afortunadamente, la satisfacción que nos produce algo todavía está ligada al tiempo y la dedicación que nos ha costado conseguirlo.
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