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JAVIER SADA
Domingo, 6 de junio 2010, 05:54
Hoy era Domingo de Pentecostés, una de las cuatro Pascuas que celebra la Iglesia Católica, y aquel domingo 6 de junio de 1954 en el Buen Pastor hubo Misa de Pontifical y como era el primer fin de semana de junio, mes dedicado al Sagrado Corazón, a la cima del monte Urgull que fueron llegando alumnos y alumnas de La Salle, Colegio Belén, San José, San José de la Montaña, de las Teresianas... Pero la noticia estaba en otra parte, a pie de las calles del centro... Porque sería el último día que por ellas pasaría el Topo, que por ellas pasaría el tranvía de Hernani ¿o no?. Se cruzaban apuestas... Como en 'La Parrala', unos decían que sí, otros decían que no y, por si acaso, muchos estaban dispuestos a madrugar mañana, lunes, día 7, para aparcarse en la estación de Amara y comprobar el sí o el no del acuerdo municipal por el que se prohibía la circulación de dichos vehículos por el centro de San Sebastián.
Y llegaron las cinco, y llegaron las seis, y llegaron las siete de la mañana... Bueno, las siete, no: las siete menos diez. A dicha hora el ferrocarril de la frontera, el Topo para entendernos, cruzaba el barracón de la estación de Amara y esparcía sus chirridos por la calle Prim hasta llegar a la calle Peñaflorida por Guetaria, Churruca y plaza de Guipúzcoa. Muchos curiosos presenciaban su paso y quienes habían apostado ya veían sus bolsillos con más o menos pesetas en función de la opción adoptada.
Y por si había dudas, veinte minutos más tarde, a las siete y diez, el tranvía de Hernani, que tomaba la misma ruta y abandonando la plaza del Centenario se internaba en la actual área romántica para seguir hasta el ensanche Cortázar. Todo un desafío de las compañías propietarias de los citados medios de transporte a la decisión tomada por la Corporación Municipal presidida por Juan Pagola Birebén.
Para ser justos, las dudas sobre el acatamiento del acuerdo tenían una buena base: en 1942, siendo alcalde Rafael Lataillade, se levantó el pavimento para que los convoyes no pudieran pasar, pero la Dirección General de Ferrocarril obligó al Ayuntamiento a deshacer el entuerto y reponer el piso, y en 1949, con Javier Saldaña en el Ayuntamiento, se quiso iniciar unas obras que la Superioridad impidió si no se realizaban de común acuerdo con las empresas de ambas líneas de tranvías.
Pero no iba a haber dos sin tres: Cuando el segundo servicio del Topo inició su entrada en la calle Prim, allá que estaba el Jefe de la Guardia Municipal, señor Doñabeitia, colocándose en la mitad de las vías para impedir el paso de los trenes. La Sociedad Explotadora de los Ferrocarriles llamó al notario, señor Castell, y allá que se fue también él para preguntarle al jefe de los Municipales por qué cerraba el paso de las máquinas. El señor Doñabeitia le contestó que lo hacía con verdadero sentimiento, pero que... Añadimos nosotros, las órdenes son las órdenes. Y si la escena era pintoresca, como coros de la representación estaban, protestando ruidosamente, varios grupos de casheras que veían cómo a partir de ese día tenían que llegar con sus lechugas a cuestas hasta el Mercado de la Brecha. Total, y para resumir, que ni el Topo ni el tranvía de Hernani volvieron a cruzar la ciudad y la Sociedad responsable de ambos se vio multada con 1.000 pesetas.
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