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JUANMA GOÑI
Viernes, 11 de junio 2010, 04:32
«Sí, Tolosa está muy bonita pero ya me quiero ir, mi vida está allí, donde tiene sentido». Allí donde Iñaki Arriola quiere volver se llama Curarrehue, en territorio mapuche, en una zona humilde, campesina y castigada de Chile. Una zona cuya gente empieza a recoger los frutos de un trabajo digno gracias al esfuerzo callado y silencioso de gente como Arriola, un tolosarra escolapio que predica con el ejemplo esa máxima oriental que dice que a los necesitados no hay que darles peces, sino enseñarles a pescar.
El sacerdote tolosarra está pasando unos días en su ciudad natal pero ya añora impaciente el regreso. «Encuentro a Tolosa tan cuidada y tan bonita, que es hasta «pija» comparando con lo que tenemos allá». Y es que Arriola lleva ya varios años en Curarrehue, impulsando junto a los padres Escolapios y otros voluntarios, la creación de cooperativas cuyo objetivo final es crear un mercado «justo y solidario frente a la globalización y su proyecto concentrador y excluyente».
La primera cooperativa nació con el objetivo de conseguir un mejor precio de los productos de canasta básica familiar (harina y abarrotes), y de productos agrícolas (avena, trigo y pasto). Hay que tener en cuenta que Curarrehue se encuentra alejada de los centros tradicionales de producción y comercialización, con lo que a las personas más necesitadas socioeconómicamente se les penaliza con un precio mayor en los productos básicos para su subsistencia.
Poco a poco, el proyecto ha ido creciendo y actuación se articula en torno a una federación de cooperativas, integradas mayoritariamente por mujeres, cada una de ellas con diferentes campos de actuación. En una se trata de reducir el precio de la canasta básica familiar y de productos agropecuarios a través de la compra conjunta al por mayor. Otra se dedica a la producción y comercialización en apicultura, cría de ganado ovino, cultivo bajo plástico y procesado de piñones. Una tercera mueve el circuito económico para el resto de cooperativas y se sustenta a través de la venta de servicios a terceras personas. Hay una cuarta especializada en la conservación y cuidado del bosque nativo: venta de leña certificada, secado de leña y mueblería. E incluso ha surgido otra que está construyendo un espacio turístico con base comunitaria.
Problemas
En los últimos años han surgido problemas derivados de la crisis internacional que ha aumentado el precio de los productos básicos, también por la deuda de algunas de las socias, y por la incorporación de dos grupos nuevos. «Nos encontramos con dos problemáticas -cuenta Arriola-. Por un lado, no poder abastecer a las socias con todos los productos que necesitan y, por otro, no poder incorporar y beneficiar a un mayor número de familias».
Por eso el sacerdote escolapio ha presentado un proyecto que busca inyectar más fondos a la estructura cooperativa. Pretende fundamentalmente ampliar el fondo rotatorio de la cooperativa de consumo para facilitar su sustentabilidad futura. «No pretendemos aumentar el fondo de grupo de socias, sino aumentar las mismas a través de tiendas comunitarias con ventas a terceras personas», explica Arriola.
«Por qué empezamos»
«Cuando llegamos por primera vez a Curarrehue, nos dolió lo que vimos y decidimos que no podíamos permanecer sin hacer nada», cuenta Iñaki Arriola. «Empezamos porque nos lo dictó el corazón. Era necesario dar respuesta a la necesidad. Era necesario cambiar la realidad. Veíamos a un pueblo que sufría sin levantar la cabeza; un mercado que castiga al pobre por serlo; una mujer que sufre su triple marginación por pobre, por mujer y por indígena, y sin embargo conserva intacta su dignidad, su cultura y el milagro de saber armar la olla, con la multiplicación de los trabajos y los hijos». Básicamente, lo que los Padres Escolapios y los muchos voluntariso que les ayudan pretenden es implementar un modelo de desarrollo social participativo mediante la ejecución de proyectos que tiendan hacia la autogestión y a la conformación de redes que contribuyan a la creación de un sólido movimiento social. «Lograr un mercado justo y solidario, para que las ferias se vuelvan fiestas de justicia y hermandad para nosotros y para todos los demás. Para que cada persona regrese a casa con el fruto digno de su trabajo», cuenta Arriola.
Y eso que hay que ser pacientes con los trabajadores, porque no tienen el espíritu laboral occidental. «A veces me dicen que ya se han cansado y se van. Vuelven a la semana pidiendo de nuevo trabajo y a lo mejor no hay. No lo entienden. Tienen otro concepto del tiempo, de las prácticas laborales. Aprendes mucho con ellos, pero hay que tener paciencia».
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