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AITOR ZABALA
Miércoles, 7 de julio 2010, 04:41
El sonido de la filarmónica o del 'xipro' del afilador volvió a escucharse la pasada semana por las calles de Elgoibar. Tomás López, un joven orensano que lleva buena parte de su vida dedicado a esta oficio, hizo un alto en esta localidad durante su recorrido por la cornisa cantábrica para ganarse unos cuartos sacando filo a los cuchillos y tijeras de los vecinos de Elgoibar, ayudándose en esa labor por las piedras de esmeril que hace girar con los pedales de su bicicleta. Hijo y sobrino de afiladores, Tomás es consciente de que es uno de los últimos supervivientes de una forma de vida que camina hacia la extinción, pero mientras llega ese día él seguirá anunciando a los cuatro vientos su llegada a los pueblos al grito de '¡El afilador! ¡El afilador!'
-¿Qué hace un afilador de Orense como usted en un pueblo como Elgoibar?
-Ganarme la vida y sacar algo de dinero para poder mantenerme durante los meses de verano.
-¿Cómo ha llegado aquí?
-Pues la mayor parte del recorrido lo he hecho a pie. Salí de Orense hace un mes y atravesé caminando Asturias y Cantabria para llegar luego al País Vasco. Algunos veces también he viajado en tren pero la mayor parte del recorrido la he hecho andando.
-¿Lleva tiempo desarrollando este trabajo?
- Empecé hace muchos años. Mi padre es afilador, al igual que un tío mío que víve en Plencia. Antes en Galicia había mucha gente que se dedicaba a este oficio. Ahora quedamos cada vez menos. Aprovecho los meses de verano para recorrer el norte de España afilando cuchillos, tijeras y todo lo que me quieran traer. Antes de venir a Elgoibar, estuve en San Sebastián, y me quedaré en Bilbao los meses de julio y agosto para volver a mi tierra en septiembre.
- ¿Quiénes son sus principales clientes?
- Los particulares. Los bares y las tiendas no me llaman demasiado. La gente que me conoce me trae sus cuchillos para que se los afile porque me quieren ayudar. Ahora voy a Bilbao, donde me conoce bastante gente, y creo que allí las cosas me irán bien.
- Hemos visto que ha cobrado cinco euros por afilar unas tijeras. ¿No es un precio elevado para el precio al que se pueden comprar hoy en día unas tijeras?
-El precio suele variar de un pueblo a otro. Viene marcado por lo que me cuesta mantenerme en cada sitio y porque cada vez hay menos trabajo para mí. En Orense, por ejemplo, cobraría 2,5 euros por este mismo afilado, pero allí tengo mi casa. Aquí tengo que pensar en comer y en pagarme un alojamiento, y si quiero alquilar una cama en una pensión que cuesta 40 ó 50 euros, no tengo otro remedio que cobrar esos precios.
- Acaba de estar en San Sebastián. ¿Cómo le ha ido la experiencia en la capital donostiarra, una ciudad que no es conocida precisamente por sus bajos precios?
-Mal. Es una ciudad muy cara. De hecho, ayer tuve que dormir bajo un puente porque no podía pagarme la pensión. Pero no es la primera vez que duermo en la calle ni será la última.
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