Borrar
Todas las caras del Flysch
PAISAJES

Todas las caras del Flysch

Los secretos de los acantilados de Deba, Mutriku y Zumaia pueden conocerse en viajes que duran de una a once horas. Rutas a pie y en barco para conocer un paisaje costero de más de 110 millones de años

VANESA RAMOS

Martes, 10 de agosto 2010, 10:24

A tan solo cinco minutos en barco del muelle Txomin Agirre, de Zumaia, se puede disfrutar desde el mar de una de las mejores vistas de la costa vasca: el Flysch, designada Biotopo Protegido en 2009,

una sucesión de capas sedimentadas con materiales blandos (de la erosión de las rocas) y duros (restos de animales y vegetación), que salieron a la superficie tras el choque de las placas tectónicas hace millones de años. Capas que impresionan al verlas de cerca y que cambian de color al acercarse al llamado 'Flysch negro' de Mutriku, que debe su tonalidad y su nombre al hecho de que la materia orgánica allí sedimentada es de origen vegetal.

El término Flysch deriva del alemán 'flissen', que significa fluir o deslizar. Y eso mismo es lo que hicieron las capas que van de Mutriku a Zumaia, deslizarse hasta quedarse con esa forma tan característica que tienen sus acantilados. Aunque no son los únicos de la costa vasca, sí son los más conocidos y estudiados, porque «en ellos hay una historia de más de 110 millones de años, que se conoce por las capas de Zumaia y que llega hasta hace 50 millones de años en las capas de Mutriku», comenta Naiara Malave, ambientóloga y guía de las rutas del Flysch.

Los primeros que entendieron el interés de la zona y empezaron a estudiarla fueron geólogos canadienses que se llevaban piedras para proceder a la su análisis. Después de ellos, muchos otros han querido seguir buscando en los sedimentos referencias y pruebas sobre, por ejemplo, la extinción de los dinosaurios y los cambios cíclicos del clima. En la actualidad geólogos de todo el mundo se acercan al Flysch de Gipuzkoa porque custodia datos tan importantes de la historia del planeta como los restos del meteorito que pudo acabar con los dinosaurios. Naiara asegura que «una de las capas contiene iridio, algo que no abunda en la corteza terrestre, por lo que se piensa que puede proceder del meteorito». Además, hay indicios de la época más caliente de la tierra, hace 56 millones de años, porque «solo hay un gran estrato de materiales blandos, lo que supone una erosión mayor y una casi inexistencia de vegetación y vida animal».

Una iniciativa de éxito

En los últimos años, el Flysh se ha convertido también en una atracción turística de primer orden, y se han multiplicado las rutas para acercar los valores de la zona a vecinos y visitantes. En 2002 una pequeña txalupa hacía un recorrido por los acantilados de Zumaia y Deba. Poco a poco se empezó a pensar en la idea de ofrecer mejores y mayores servicios, y en 2007 se creó la primera ruta del Flysch. La empresa Begi-Bistan empezó a colaborar con las oficinas de turismo de la zona y las rutas fueron un éxito desde el comienzo. Al principio sólo se hacían cuatro o cinco viajes en barco y un par de visitas a pie, pero actualmente las salidas se han triplicado en número.

Aunque las visitas tienen un claro interés turístico, también se pretende dar a conocer el entorno. «Si no lo conoces no lo respetas y si no lo respetas se deteriora», afirma Naiara. Para ello no sólo hay visitas en barco o a pie, sino que también disponen de dos centros de interpretación en los que enseñan detalladamente como era la vida hace más de 100 millones de años. En el centro de Mutriku (Nautilus) hay un museo de fósiles, mientras que en el centro de Zumaia (Algorri), hay unidades didácticas para aprender a interpretar la naturaleza.

Las rutas del Flysch pueden durar desde una hora hasta once. Las más cortas son las travesías en barco de Zumaia-Deba-Zumaia que duran hora y cuarto y la de Nautilus+Mutriku que muestra el centro de interpretación y el Flysch de Mutriku en dos horas. Estas rutas tienen el inconveniente de que hay que explicar mucho en poco tiempo, pero son buenas para familias con niños pequeños o para personas mayores. Las que duran sobre tres horas ya incluyen la visita a los centros de interpretación, más diferentes rutas a pie y en barco. Para los más deportistas hay una caminata de siete horas desde Zumaia a Deba, y para los que quieran disfrutar del Flysch y además descubrir la vida marina, hay un viaje de once horas a mar abierto.

En invierno solo hay rutas los fines de semana, pero en verano hay salidas todos los días excepto los lunes. Aunque siempre intentan hacerlas, muchas veces el tiempo no acompaña y hay que cancelar los viajes. «Si no se puede no salimos. Nosotros somos los primeros que queremos que la gente se vaya con buena sensación y si no hacemos la ruta devolvemos el dinero o cambiamos la fecha», asegura Naiara.

El año pasado hicieron unas 4.000 visitas guiadas y organizaron a más de 8.000 para grupos privados. Pero el número de visitantes aumenta año tras año y los propios organizadores y guías como Naiara notan una gran aceptación. «Si organizamos visitas de un día para otro vemos que se llenan. Solemos tener un mínimo de 20 personas para salir, pero no tenemos problemas, es más, hemos suprimido más viajes por inclemencias meteorológicas que por falta de gente». En cuanto a la procedencia de los visitantes, «en la época de verano viene gente de Cataluña y Madrid, y últimamente muchos extranjeros de Francia, Holanda y Alemania, para los que disponemos de folletos en varios idiomas». Durante el resto del año, los visitantes proceden de zonas más cercanas como Cantabria o el propio País Vasco.

Explicaciones a bordo

Los acantilados entre Deba y Zumaia contienen muchísima información. Por eso, todas las visitas tienen un guía e incluso algunas cuentan con geólogos que explican todo aquello que se está viendo. A través de fichas -y con muñecos para los más pequeños-, hacen entender el movimiento de las placas tectónicas y cómo han obtenido los fósiles encontrados en las capas. Si a la ida explican de manera sencilla el porqué del paisaje, a la vuelta es tiempo para disfrutar con más detenimiento de las formas de los acantilados. En ese trayecto los guías suelen permanecer en silencio, pero es inevitable que los visitantes hagan preguntas cuando algo les llama la atención.

Realizar tantas rutas al día puede parecer muy cansado, aunque trabajar en un espacio como éste sea casi un privilegio. Para Naiara, la oficina es la naturaleza y «ver como el monte llega casi al mar es algo muy bonito». Si ella que lo ve todos los días no deja de admirarlo, para la gente que lo ve por primera vez es aún más impresionante. «Es algo que no te cansas de ver, porque no siempre está igual, depende de la luz y la marea. En algunos sitios se abren grietas que día a día vemos como cambian». La mayoría de los visitantes termina el viaje fascinado, otros salen mojados y alguno que otro mareado, pero el viaje merece la pena.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariovasco Todas las caras del Flysch