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TEODORO LEÓN GROSS
Miércoles, 11 de agosto 2010, 04:56
El gran Cuco Cerecedo, en su 'Sociología insolente del fútbol español', indagaba en la compra de partidos, a veces más adulterados que la ginebra de garrafón, concluyendo que «si los espectadores conocieran los manejos del fútbol, comprenderían el ridículo de pelear por unos colores, de angustiarse durante la semana». Ahora reaparece esa sombra con el caso Brugal, pero por alguna razón, quizá emanada del genoma nacional, la afición en España ha decidido siempre mirar para otro lado incluso ante el comportamiento repugnante de algunos jugadores teatralizando los apaños con desafiante descaro. Tras cada escándalo, un espeso silencio, a veces demasiado parecido a la 'omertá' siciliana, entierra los ecos como sucedió con la penúltima denuncia desde Tenerife o aquel otro que declaró un ajuste con la Federación dejándose ganar por el Athletic. La consigna es, al parecer, no mirar bajo las alfombras. Esta es ya una seña de identidad característica del fútbol español. De hecho es su seña de identidad más excepcional, incluso más que esa generación de campeones vertebrados en La Masía -que tal vez sea la Institución Libre de Enseñanza del fútbol- porque talento hay en otros lugares, desde las playas de Copacabana a las verdes praderas de Eton, pero esa 'omertá' del fútbol español tiene sello propio.
La multinacional del balón es uno de los grandes negocios planetarios, como las armas o el sexo, de modo que los éxitos y fracasos cotizan con flujos salvajes de plusvalías. Bajo esa premisa, ¿sería creíble que el fútbol funcionara con el rigor moral de un convento de ursulinas? Por demás, la realidad se impone. Estos últimos años se ha investigado a cuarenta clubes británicos; la Juve cayó a la serie B por la compra de partidos en el 'Moggigate', con otros grandes; en Alemania, el escándalo del árbitro Robert Hoyzer, tras confesar sus enjuagues, destapó una nueva trama fraudulenta de apuestas con extensiones balcánicas; otrosí en Polonia; el presidente del Oporto ha estado en el calabozo; en Francia se produjo el escándalo del Olympique de Marsella, con sobornos y resultados a la carta que acabaron con el ex ministro Tapie en prisión; y después de todo eso, ¿hay que creer que en España no ha pasado nada? El fútbol español no es refractario a la corrupción; es refractario a la verdad. Y al imperio de la Ley, tanto que la compra de partidos aún naufraga sin tipificar en el oxímoron cenagoso de la justicia deportiva. Desde ampliar la Liga para salvar a dos equipos justamente descendidos al indulto escandaloso al Barça por la noche de los cristales rotos sobre Figo, una y otra vez es papel mojado. Pero esa larga ausencia de higiene moral deja un rastro de hedor inocultable.
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