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LORENZO SILVA
Miércoles, 18 de agosto 2010, 04:25
Antes de irse, el juez se acercó a mí. Seguía exhibiendo aquella sonrisa suya, tan poco judicial. Quería sondearme:
-Imagino que es demasiado pronto para que puedan tener una teoría sobre la autoría del crimen.
-Teorías podemos tener ya, señoría, y no una sino varias, pero que vayan a servirnos, no me atrevo todavía a afirmarlo. Puede haberla raptado un desconocido, haber hecho con ella lo que sea (eso hasta después de la autopsia no lo vamos a poder determinar) y luego haberla matado y haberla tirado aquí. Pero, sinceramente, no me cuadra mucho. Creo que en ese caso el cuerpo y las ropas presentarían más signos de violencia. Me cuadra más que se trate de alguien que se ganara su confianza y a quien luego la situación, por lo que fuera, se le escapara de las manos. En todo caso, parece un crimen bastante improvisado. Éste no es un buen lugar para deshacerse de un cadáver.
-Muy bien -dijo-. ¿Necesitan algo más de mí?
-Hemos pedido las cintas de las cámaras de seguridad del peaje. Una cosa es segura, el coche en el que viajaba el asesino pasó por allí. Y la sargento está hablando con una amiga de la víctima para tratar de sacarle las cuentas de correo electrónico y de redes sociales que utilizaba. Si me acepta una sugerencia, en cuanto los tengamos sería prudente oficiar a las empresas proveedoras para que las bloqueen y sobre todo impidan que se acceda al material que la chica tuviera colgado ahí. Salvo que quiera que empiece a circular por la Red. Es una menor.
El juez asintió, circunspecto.
-Tiene usted razón, hagamos por lo menos el intento de proteger su intimidad, si es que sigue existiendo eso. Arréglenlo con el secretario en cuanto tengan toda la información.
-A sus órdenes, señoría. Lo tendremos al corriente.
-Ah, y a la prensa, cero. Que el morbo se lo busquen por su cuenta. Para que se haga una idea, yo no sigo las noticias sobre los casos que instruyo. Me dan completamente igual.
-Ya somos dos.
-Mejor. Buena suerte.
Tras despedirse del resto del personal, el juez subió a su coche. Chamorro venía hacia mí con el teléfono móvil en una mano y su libretita en la otra. Había aprovechado el tiempo.
-Traigo información fresca. He hablado con una tal Paula González-Armenteros, amiga más cercana de Nerissa, con la que supuestamente iba a salir ayer. Me ha confesado que la cubrió, es decir, que no estuvo con ella hasta las 21.30, como les dijo anoche a sus padres cuando la llamaron, preocupados por su tardanza. Nerissa tenía algún otro plan, que me jura y perjura que no le contó. Yo iría a apretarla, para cerciorarnos, pero así de entrada me la creo. Me ha dado las cuentas de Facebook, Tuenti, Hotmail, Gmail, Skype y Yahoo que utilizaba.
-¿De todo eso, a la vez?
-Y no me asegura que sean todas las que mantenía abiertas, sólo son las que ella tiene fichadas.
-Estamos criando unos adolescentes con exceso de tiempo libre. Sólo para tener al día todo eso hacen falta horas.
-Bueno, he procurado desbrozar un poco el terreno. Por lo visto, lo que realmente atendía era el Tuenti. Por ahí era por donde más se comunicaba con ella y donde se la encontraba siempre conectada. Así que yo iría a saco por esa línea.
-Ya se lo he comentado al juez. Llámalos en seguida. Que lo bloqueen todo. Suponiendo que no quieran encontrarse con la intimidad de otra menor retransmitida y pregonada a los cuatro vientos por ser víctima de un hecho delictivo. Y por haber tenido la inconsciencia de colgarla en sus servidores.
Chamorro meneó la cabeza.
-No lo quieren. Están escaldados. Colaborarán.
Me acerqué al lugar donde había aparecido el cuerpo. Por allí seguían los de criminalística, rastreando en busca de los más mínimos vestigios. Consulté con el jefe del equipo.
-Poca cosa -me informó-. Aparte de alguna basura que vamos a recoger más por si acaso que porque sirva. Si me permites aventurar una suposición, paró, la tiró y se fue.
-No estamos tan mal -opiné-: tenemos ADN, tendremos una matrícula, aunque haya que entresacarla entre cientos, y a lo mejor nos cae algo más de propina. Con muchos menos mimbres hemos hecho cestos bastante apañados.
-Pues te tocará echar mano de esas habilidades. Aquí poco más vamos a rascar. Hemos recogido huellas dactilares que también archivamos por si acaso. Es un lugar público. Estamos en verano. A saber cuánta gente pasó por aquí ayer.
Arnau se acercó, con semblante grave.
-¿Qué pasa, Arnau, se ha muerto alguien?
-Mi brigada, a veces no sé cómo.
-Vamos, hombre, no estés tan tenso, que así no se investiga mejor. ¿Cuándo tendremos las cintas?
-Ahora mismo, si pasamos a buscarlas.
-Bueno, ¿ves como no vamos tan mal? Ve y dile a la sargento que nos largamos. Pasamos a recoger las cintas y nos volvemos a Madrid. Que tenemos tarea.
Me concedí un par de minutos para pasear por aquel lugar, a solas con mis pensamientos. Verdaderamente, el tipo que se había deshecho allí de Nerissa Van den Broek era un canalla con todas las letras. Y además no debía de haber leído a Bécquer. Porque había que carecer de entrañas para dejar a una chica, con esa soledad tan atroz de la muerte que cantaba el poeta, en medio de aquella nada, en aquel no-lugar desolado y anodino. Tirada en un simple apartadero, como quien arroja una lata de refresco vacía, una monda de fruta o un pañuelo de papel usado. Aquel individuo me estaba cayendo cada vez peor. Tenía ganas de cogerlo del pescuezo y de ponerle frente a su repugnante acto de cobardía. Antes que tirar así a una chica, un hombre que de verdad lo sea debe dejarse encarcelar. Como poco.
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