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A.GARCÍA
Jueves, 23 de septiembre 2010, 05:12
El responsable de la pinacoteca bilbaína reflexiona sobre el origen de la muestra y el futuro del museo a medio plazo.
-Moda en un museo clásico como el Bellas Artes. ¿Satisfecho del resultado vista la cifra de visitas?
-En nuestro descargo diré que son muchos los museos que previamente a nosotros han prestado sus salas a creadores de moda consagrados, desde el MOMA o el Guggenheim al propio Prado. Pero lo que nosotros hacemos es darle la vuelta, como a la muestra sobre los toros en la Historia del Arte: exposición de moda, sí, pero nunca al uso, sino con los ojos de un museo como el Bellas Artes y ha resultado que va a ser una de las exposiciones de las consideradas altas en la historia del museo.
-¿Cómo recuerda el origen de la exposición?
-No sabría decir si nosotros elegimos a Balenciaga o fue Balenciaga el que nos eligió a nosotros. Esta historia empieza cuando el Gobierno Vasco deposita aquí sus trajes mientras está haciéndose el museo de Getaria por la fiabilidad que ofrecen nuestras instalaciones. Teniendo aquí los trajes, se nos ocurre la idea de poder exponerlos y se la proponemos al Gobierno, cosa que acepta. Luego la idea inicial se amplió con la aportación de la propia fundación y de dos colecciones particulares, culminando con el famoso traje de novia que introducía ese guiño sobre eso de que todo desfile termina con un traje de novia y así la cerramos.
-El montaje ha sorprendido y se ha revelado un acierto.
-Sí. Es obra del equipo de arquitectos de AV62, Victoria Garriga y Antonio Foraster, los autores del interiorismo y la concepción espacial del futuro museo Balenciaga de Getaria. Al ser los mismos, tal vez ahora hagan allí algo en esta línea o relacionado con lo que aquí se ha podido ver.
-¿Qué les propusieron?
-Nuestra idea era hacer una exposición donde buscábamos mostrar los vestidos en algo así como jaulas en las que los vestidos parecieran como pájaros, para reflejar esa especie de distancia, esa especie de frigidez que Balenciaga establece entre el cuerpo y el vestido, entre las formas geométricas y el observador, que ve unas formas que lo esconden pero en realidad no está observando un cuerpo físico real, esa idea de la distancia. Se lo transmitimos y ellos lo interpretaron a base de esas bombonas, esos tubos; en fin, el resultado ha sido magnífico.
-¿Cómo percibe la evolución del museo en los últimos años?
-Le sacamos chispas a las posibilidades que tenemos. Hemos pasado de forma escalonada de los 110.000 que hubo en los primeros años noventa, con repuntes como los vividos con la apertura del Guggenheim a finales de esa década a los en torno a los 200.000 actuales. Es cierto que cada vez estamos logrando estabilizar una cifra seguida cada vez más alta.
-¿Y qué meta se ha marcado?
-Podemos hablar de unos 250.000 a medio plazo. Tampoco este museo, tal y como está configurado físicamente hoy, da para más porque tampoco se podrían ver los cuadros, o los vestidos, en este caso, con comodidad. Para que haya un equilibrio entre público y calidad de la visita, una cifra razonable como tope serían 250.000, que tampoco estamos tan lejos de algo que, más temprano que tarde, alcanzaremos pero que, tal y como estamos ahora, tampoco podríamos superar.
-¿Hasta qué punto le preocupa alcanzar esa cifra?
-Ni hay sitio ni hay tiempo ni hay que obsesionarse con hacer cifras tremendas y menos en épocas de crisis como la actual, que no se pueden echar cohetes. Hemos llevado al museo muy cerca de su tope y creemos que tal y como está, ahora mismo, está funcionando al máximo.
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