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MIKEL G. GURPEGUI
Viernes, 24 de septiembre 2010, 05:02
Ayer se verificó la colocación de la primera piedra de la nueva Casa de Misericordia», leemos en el diario fuerista 'La Constancia' del 25 de septiembre de 1906. O sea, que la víspera fue cuando, en presencia de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia y la reina madre María Cristina, se dio inicio a los trabajos de creación de la Casa de Misericordia de Zorroaga, para sustituir a las instalaciones de la Beneficencia que entonces estaban en los terrenos del antiguo convento de San Francisco en Atocha.
Manuel Solórzano, ese experto en historia de la enfermería y la sanidad, nos pone en situación en un artículo publicado recientemente en la web 'Enfermería Avanza': «La ciudad crecía y entonces se adquirieron 300.000 metros cuadrados de terrenos en Zorroaga para levantar un nuevo asilo con el nombre de Reina Victoria».
«A principios de este siglo (XIX) se pensó en la construcción de un nuevo edificio, se ideó un proyecto y se confeccionó un presupuesto, y fue el 24 de septiembre de 1906 cuando, siendo alcalde el Marqués de Rocaverde, fue colocada la primera piedra del nuevo asilo».
Nos da Solórzano datos sobre las cuentas del proyecto: «El presupuesto era de 3.168.980 pesetas, pero al inaugurarse estando terminado el proyecto en algo más de la mitad, ya se habían invertido 1.917.100 pesetas. Los terrenos pertenecían al señor Campuzano, que los vendió a un precio de regalo».
La Casa de Misericordia de Zorroaga se inauguraría en noviembre de 1910 pero antes, este 24 de septiembre de 1906, fue la ceremonia de colocación de la primera piedra, a la que en 'La Constancia' ponían ligeros peros: «Resultó brillante, a pesar de algunos pequeños detalles. El señor marqués de Roca-Verde se multiplicó para atender a todos y a todo. Algunos pequeños detalles que han resultado un tanto desiguales no pueden cargarse en la cuenta del señor Alcalde y por eso hacemos caso omiso de ellos».
No sé a ustedes, pero a mí ya me están intrigando esos «pequeños detalles» de los que no tenía la culpa el alcalde. El periódico acababa mencionando al menos uno: «Fue una lástima grande que el Prelado de la diócesis firmara en el acta después de los concejales, cuando en autoridad le correspondía haber firmado el primero, pero de los lapsus no es responsable el alcalde, sino el tiempo en que vivimos».
Vamos, que el problema, al menos el que conocemos, fue de índole protocolaria. Y uno toma nota de la excusa, válida en tantas ocasiones, de echar la culpa «al tiempo en que vivimos».
En todo caso, el periódico fuerista admitía que «la fiesta resultó hermosa» y nos recordaba lo lejos que entonces parecía estar el alto de Zorroaga a ojos de los donostiarras: «En aquella hermosa explanada, desconocida para la mayor parte de los que asistimos, va a construirse un nuevo pueblo. Los asilados encontrarán allí, cuando las obras lleguen a feliz término, todo género de entretenimientos».
¿Un nuevo pueblo? Pues prácticamente sí: «Pabellón de ancianos, de ancianas, de niños, de niñas, iglesia, salón de espectáculos, casino para los ancianos, vaquería,... la caridad entendida del mejor modo posible hallará en la hermosa explanada de Zorroaga el más cumplido desenvolvimiento».
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