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JAVIER SADA
Domingo, 7 de noviembre 2010, 04:16
Larga es la historia desde que allá en el siglo XVIII, una Real Cédula de Felipe V autorizara a construir en el barrio de San Martín una residencia para pobres de la ciudad.
Largo es también el camino recorrido para en cada momento recaudar fondos que permitieran el sostenimiento del proyecto y para la captación de sus moradores.
Cuando el vecindario protestaba por la existencia de pobres en la calle, una Santa Hermandad de Nobles visitaba, uno por uno, a todos los vecinos preguntándoles ¿cuánto daría usted cada mes para los pobres? Analizadas las respuestas se consideró que había medios suficientes para evitar la mendicidad y se fundó la Santa Casa de Misericordia.
Viendo el comportamiento del pueblo, los propios pobres decidieron apartarse de la calle y refugiarse en el nuevo Hospicio que recogería a los más necesitados «para que vivieran cristianamente y fueran vestidos y alimentados así como sus hijos enseñados a leer y escribir».
Destruida la Misericordia en 1813, para albergar a los residentes tuvieron que habilitarse algunos caseríos cercanos como Gorroane, Banderas. y en 1814 el Ayuntamiento, reconociendo no tener dinero, invitó a los responsables para crear una Junta de Beneficencia cuya primera reunión se celebró el 24 de septiembre.
Restaurar el viejo edificio de San Martín resultaba costoso por lo que, viendo la gravedad de la situación, se salió del paso utilizando un barracón cedido por Ricardo Bermingham, al tiempo que los Canónigos de Roncesvalles cedían el 10% de lo que recaudaban vendiendo la madera cortada en los montes de Usúrbil.
Con estos dineros se arregló una planta de la Misericordia de San Martín y en 1835 se llamó a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl para que atendieran sus servicios. Una nueva guerra, la primera carlista, incomunicó al barrio siendo necesario abandonar el edificio y repartir a los enfermos y necesitados por distintos lugares hasta que llegó la herencia del coronel de las milicias de Cuba, Manuel Zabaleta, fallecido en La Habana. Con este dinero se compró el terreno del antiguo convento de San Francisco y mientras en Manteo se construía el Hospital de San Antonio Abad en 1841 se inauguraba el nuevo edificio de Atocha que permanecería activo hasta 1910.
Debe citarse que en todo momento, aunque con independencia en su gestión, la historia de la Misericordia fue paralela a la del Hospital.
En busca de un definitivo emplazamiento la Junta de Beneficencia fijó sus ojos en los terrenos del caserío Zorroaga (s. XVII), conocido como Zorrua, que había sido destruido en 1867 y que figuraba con el nº.36 de las casas pertenecientes a Loyola.
Conseguida en 1904 la autorización del Ministerio de la Gobernación se adquirieron 287.000 metros cuadrados a 0,45 ptas. el metro y con toda solemnidad, asistiendo la reina María Cristina, se procedió a la colocación de la primera piedra. El nuevo asilo llamado Reina Victoria sería bendecido el 26 de noviembre de 1910 y oficialmente inaugurado al día siguiente. El 20 de enero de 1929 se abrirían nuevos comedores con donativos entregados por la Sociedad Euskal Billera.
La vinculación de la Residencia Zorroaga con la ciudad ha sido tan estrecha durante los últimos cien años que quizá el slogan más representativo, el que mejor reflejaba su comunión, era el que podía leerse en las calles donostiarras cuando, celebrándose anualmente la fiesta de simpatía hacia la entidad, los carteles colocados en la vía pública rezaban: «dirección única, Zorroaga».
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