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Dibujo de una exposición infantil sobre la representación del maltrato a los menores. :: EFE
El cachete de la discordia
DÍA MUNDIAL DE LA INFANCIA

El cachete de la discordia

Cada vez más estudios alertan de la ineficacia del castigo físico en los niños, pero con el azote sigue habiendo gran tolerancia social

CRISTINA TURRAU

Sábado, 20 de noviembre 2010, 12:31

¿No al cachete? No al menos como forma habitual de enseñar al niño lo que no hay que hacer. Cada vez más estudios muestran que el castigo físico en la crianza infantil resulta ineficaz y puede ser un factor de riesgo para el desarrollo de futuros problemas de conducta. Sin embargo, el cachete, el azote o el zarandeo a un hijo, por parte de unos padres enfadados, sigue siendo algo aceptado por la mayoría social. Se trataría de actos bienintencionados y necesarios en la crianza infantil. No opina así Manuel Gámez Guadix, profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid, que acaba de publicar un estudio sobre la prevalencia del castigo físico de los menores en el ámbito familiar y considera que, en cualquier circunstancia, hay una fórmula mejor que recurrir al cachete. El azote, si aporta algo, es riesgo de problemas futuros, concluye en su investigación.

«Hablar de castigo físico 'amable' es un eufemismo en el mejor de los casos», dice. «Los defensores del cachete o del azote en la crianza infantil destacan sus virtudes, siempre que se realice en un contexto de cariño y se emplee sin agresión psicológica, es decir, sin amenazas o insultos. Lo que aporta nuestro estudio es que el castigo físico resulta negativo con independencia del contexto en el que se emplee».

El cachete es una estrategia ampliamente aceptada en España, según el informe. Una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas en 2005 revela que el 60% de la población española está de acuerdo con azotes o cachetes para evitar mayores problemas en el futuro. Menos de un tercio de los consultados (29,3%) piensa que los azotes nunca deben ser usados con los niños.

El azote sigue siendo visto como una forma aceptable, inofensiva y adecuada de corregir y controlar a los hijos, dice Gámez. Expresiones como 'más vale un azote a tiempo', 'un cachete nunca hizo daño a nadie' ó 'la letra con sangre entra' lo avalan.

«A menudo se argumenta algo así como 'a mi me dieron un azote y no me he traumatizado'. Sin embargo, no estamos hablando de una relación directa causa-efecto, sino de un factor de riesgo. Es obvio que un azote no causa problemas de manera automática, ya que ello dependerá de otros muchos factores. Pero es un elemento de vulnerabilidad que puede aumentar la probabilidad de problemas a largo plazo».

El castigo físico no fomenta la interiorización de normas o valores, dice. «Al contrario, provoca respuestas emocionales negativas, como el miedo o la angustia. Son aprendizajes que pueden interferir en el desarrollo posterior de comportamientos adecuados».

Alternativas eficaces

Frente al cachete hay alternativas más eficaces. «La adecuada supervisión y control de los hijos, la explicación verbal, el reforzamiento del comportamiento adecuado, saber cuándo ignorar el comportamiento inadecuado y el uso de castigos moderados, por ejemplo».

Con frecuencia el castigo físico no está motivado por el interés del menor, sino como una forma de canalizar la ira y liberar estrés en el adulto. «Hay que educar y sensibilizar para evitar que los padres necesiten usar de los azotes en la crianza de los hijos. No emplear el azote no significa en absoluto falta de supervisión, disciplina o control sobre los hijos, sino más bien lo contrario, el empleo de estrategias adecuadas y eficaces para corregir su comportamiento».

En cualquier caso, no se trata de culpabilizar o demonizar a los padres que han empleado el cachete, sino de enseñarles a usar otras estrategias más adecuadas para corregir a sus hijos. «Se trata de caer en la cuenta de que existen mejores maneras para lograr este objetivo», asegura.

Sentido común

El filósofo Jose Antonio Marina, que dirige una Universidad de Padres por internet, recomienda el uso del sentido común. De este modo se podría entender por qué un padre o una madre puede usar en un momento dado un cachete con sus hijos, siempre de forma aislada y nunca como estrategia habitual en la crianza. Sostiene que hay momentos de peligro en el que una reacción física puede ser necesaria para avisar al niño. Un cachete puede también desbloquear una situación límite. «Creo que a veces se culpabiliza en exceso a los padres», sostiene. «Dentro del proceso educativo, de forma puntual y para marcar límites, entiendo que se pueda dar un cachete siempre en un contexto de cariño y no en un arrebato de nervios». Es algo que ocurre en las edades más tempranas y siempre para impedir conductas, no para fomentar buenos comportamientos, asegura.

En esta línea se manifiesta también Arantza Unzu, psicóloga clínica en Donostia. «Hablaría de dos tipos de cachete o bofetada», dice. «Uno sería ese cachete puntual de un padre que ve a su hijo en situación de peligro, porque se ha escapado en un semáforo en rojo, por ejemplo. La reacción en estos casos es inmediata y casi física».

Son situaciones excepcionales en las que es necesario que la respuesta del adulto sea importante. «El niño tiene que entender que se ha puesto en una situación peligrosa. Y creo que lo comprende».

A su juicio, se trata de una conducta no recriminable. «Son situaciones en las que creo que no hay que debatir nada en particular. Sería absurdo que llegara un observador y recriminara a ese progenitor diciéndole: 'usted no debería haber pegado a su hijo un cachete'».

No todo el mundo reacciona de la misma manera y hay padres que ni en situaciones de este tipo utilizan el azote. Lo que marca la diferencia es que el niño entienda que aquello tiene un sentido. «Es una forma de que el menor comprenda que su padre tiene miedo y que le quiere explicar, de una vez por todas, que eso nunca jamás debe de hacerse».

Hacer del azote una forma habitual de poner límites al niño es lo recriminable. «Sólo sirve para mostrar la incompetencia del adulto para enseñar las cosas utilizando estrategias más adecuadas».

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