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El amplio complejo hospitalario, antes de su demolición. :: KUTXA FOTOTEKA
Réquiem por la «prematura» muerte del hospital Manteo
LA CALLE DE LA MEMORIA

Réquiem por la «prematura» muerte del hospital Manteo

1960 El doctor Barriola alzaba la voz en memoria del desmantelado centro San Antonio Abad

MIKEL G. GURPEGUI

Sábado, 20 de noviembre 2010, 03:33

El derribo, a los pies del monte Ulia, del centro sanitario denominado Hospital de San Antonio Abad u Hospital Civil de Manteo fue uno de los grandes acontecimientos locales de hace medio siglo. Entonces, el 20 de noviembre de 1960, encontramos en la contraportada de DV un amplio artículo recordando la historia del hospital, que el doctor Ignacio María Barriola empezaba de la siguiente manera:

«Cuando la ciudad entera parece congratularse de la desaparición de los edificios que constituyen el Hospital de San Antonio Abad, y se hacen ya proyectos acerca del futuro de los solares, permitan que una voz se alce en memoria del fenecido hospital. Seré como el desconocido que, anacrónicamente, musita oraciones en la cámara mortuoria ante los parientes ricos -en ilusiones al menos- que disimulan mal su alborozo (...)».

Estamos ante un artículo nostálgico y evocador de lo que supuso aquel hospital general de Gipuzkoa que funcionó entre 1886 y 1959 (y del que pueden encontrar más destalles históricos en el serial que el documentado especialista Manuel Solórzano ha dedicado en el blog 'Enfermería avanza' a los '50 años de la desaparición del primer hospital de San Sebastián').

El doctor Barriola se lamentaba de que una institución tan importante fuese considerada vieja con poco más de seis décadas de vida: «El viejo hospital... dice la gente, comparándolo con los suntuosos edificios modernos que le suceden. ¡Viejo de unos sesenta años! Años con los que las instituciones de este género comienzan a adquirir solera».

En noviembre de 1960, Barriola describía el ambiente de la última misa celebrada por el veterano capellán del centro, don Martín, con el hospital ya medio desmantelado: «A las ocho y media de la mañana siguiente escuché por última vez el sonido de la campanilla -anuncio mañanero de nuestras noches de guardia- que llamaba a misa. De la capilla ya no quedaba sino el altar y un par de imágenes más; las paredes, desnudas, retirados púlpito y bancos, en el suelo (...)».

«Seríamos pocos más de media docena de personas las reunidas; no faltaban sor Emilia, superiora, sor Micaela y Patxi Semperena, de los practicantes más antiguos (...)». Sobre sor Micaela apuntaba que «la Sala de Cirugía de Mujeres regida por ella sería por siempre modelo en su género: limpia, ordenada, disciplinada, bien atendida. El semblante un tanto adusto de sor Micaela era la coraza que le preservaba de los espontáneos impulsos de su gran corazón».

El doctor Barriola lloraba la «prematura» muerte del hospital recorriendo cada una de sus ya fantamagóricas estancias. En los quirófanos evocaba las «horas de angustia vividas entre estas paredes, horas también de satisfacciones íntimas. La elegante severidad de don Luis Egaña, la parsimonia de Miguel Kutz, tenaz y habilidoso en extremo, las primeras armas en el servicio de don Luis Ayestarán, la extraordinaria pericia de don José María Zuriarráin, a quien con admiración sorprendimos un día practicando en él, completamente solo, toda una resección de estómago en anestesia local y con brillante resultado... Aquí quedan las instalaciones, mudos testigos de mil hazañas quirúrgicas, que en pleno rendimiento se han hecho inservibles para realidades modernizadas».

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