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CULTURA

Por su nombre

MAITE PAGAZAURTUNDUA

Martes, 7 de diciembre 2010, 15:48

El lagrimal izquierdo parecía autónomo del lagrimal derecho y de su voluntad. La mujer no era joven y sabía que necesitaría el resto de la vida para intentar entender el significado profundo de lo que el poeta, maestro, le mostró con tanta generosidad. El primer recuerdo que conservaba de él, casi cuatro décadas atrás, era la somera imagen de un hombre joven con una pelambrera negra que desafiaba la ley de la gravedad. El hombre de ojos como carbón había entrado con seguridad en la librería donde transcurría su infancia.

No habría podido imaginar entonces que las hermosas palabras vascas de aquel hombre la habrían de salvar de perder parte de su alma. El eco de sus palabras era mucho más poderoso, lo supo con claridad aquella noche triste, que las toscas palabras vascas de los falsos patriotas que llamaban frívolamente a matar a los que eran como ella.

Los ojos de carbón habían mutado con los años en una mirada intensa, sí, pero también de inmensa humanidad. La melena había sido escrupulosamente cortada y se le habían afilado los rasgos rotundos del rostro. No lo sabía el poeta o tal vez sí. Era sabio. Lo cierto es que si algún día se retirasen los voceros de la patria absurda y se asomasen a las pequeñas verdades del poeta, podrían acaso éstas servirles de guía para reencontrar la dimensión de lo humano, porque el poeta supo mirar y querer lo mejor de la tierra y de sus gentes, de todas ellas. Y de otras tierras y de todas las gentes. Se asomó a Pavesse o a Ungaretti para traerlos a su lengua materna, haciéndola más grande.

Había muerto el hombre que sabía tanto de la vida porque casi murió incontables veces durante largos años. Guardaba palabras y las cuidaba con mimo, las alentaba y le habría gustado insuflarles vida. Tal vez lo hacía. El hombre era cuidadoso y meticuloso en la escritura, por respeto, como en el trato con los demás. Había dejado escrito que sabía que subiría al hospital una tarde de otoño, en el autobús, mirando y despidiéndose de cada estampa cotidiana, en paz con lo que le rodeaba. Sólo esperaba que su amor saliera al camino y le llamara sonriente por su nombre cuando tuviera por fin que realizar el tránsito final.

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