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MAIALEN MUÑOA
Domingo, 2 de enero 2011, 03:06
Angustia, agobio y nerviosismo. Con estos tres adjetivos resumieron y describieron varios testigos el final del que prometía ser el cotillón del año en San Sebastián. Algunos afectados por la avalancha originada en el guardarropa vertieron ayer sus quejas en el muro del perfil de una red social abierto por los propios organizadores del cotillón. Amaia Blanco Belamendia fue una de las afectadas que vivió esos momentos de tensión en primera persona. «La avalancha fue horrorosa, no se podía respirar. Tengo moratones en todo el cuerpo, hasta en el pecho. La gente saltaba las vallas intentando colarse para coger su abrigo y había mucha gente mareada», explicó ayer a través de la red social.
Naiara Pardo también sufrió los empujones del tumulto que se formó en el ropero. La joven comentó horas después de lo sucedido que «en cuanto apagaron las luces todo el mundo fue hacia el ropero». En ese momento, según esta chica, la gente se apelotonó en el estrecho espacio que había entre el mostrador y las barandillas. «Empezaron a empujar muchísimo y me tiraron al suelo. Conseguí salir y un amigo me recogió el abrigo».
Cuatro horas, de siete a once de la mañana, duró la espera de Naiara y de otras personas que, después del desalojo, aguardaron para recoger sus pertenencias. «Nos dijeron que volviéramos a las cinco de la tarde pero yo tenía en el abrigo las llaves de casa y el dinero».
Muchos no tuvieron suerte y perdieron sus pulseras por el camino, por lo que no consiguieron recoger sus prendas guardadas. «La pulsera del ropero era una goma negra con un papelito con tu número. Mucha gente lo perdió», cuenta Jon Gutiérrez. «He dejado la americana allí con mi DNI, no tengo el papelito pero me voy a acercar hoy -por ayer- a recogerla», afirmaba el joven.
Usoa Blanco tenía un mal presentimiento y decidió recoger sus cosas a las 6.30 de la mañana «para evitar la aglomeración de gente en la zona de salida y guardarropa». Por la mañana, cuando despertó, lo primero que hizo fue entrar en internet porque «tenía la mosca detrás de la oreja. Me fui con la sensación de que el cotillón iba a terminar mal porque durante la noche me pareció todo bastante desastroso y la verdad es que no me ha sorprendido nada de lo que he leído», decía.
La fiesta tampoco se desarrolló tal y como esperaban los jóvenes. «Para pedir una consumición había que hacer colas de una hora; a las tres de la mañana ya no quedaban cervezas y los baños eran escasos, así algunos empezaron a salir a la calle para hacer pis», se quejaba Sara Zamarro. «La pista de baile estaba muy resbaladiza porque estaba llena de vasos de plástico y hielos. Como era imposible acceder a la barra, la gente tiraba las copas al suelo y claro, eso con tacones era muy peligroso», comentaba.
Sorteo y canapés
Los de la zona Vip corrieron mejor suerte ya que contaban con un espacio acordonado y exclusivo para ellos. Además, tenían mesas, una botella de alcohol y camareros toda la noche. Para poder disfrutar de estos privilegios, los interesados abonaron una cantidad de 95 euros -frente a los 65 de la entrada ordinaria-, con derecho a invitar a dos personas más. «No hemos tenido problemas para pedir copas porque teníamos varios camareros que tenían que atender a menos personas», explica Elaia Portabales.
Varios de los asistentes se quejaron de que no vieron los canapés prometidos y que no se llegó a realizar el sorteo de la moto que se prometió. Un pequeño cartón amarillo canjeable por una consumición llevaba impreso un número para el sorteo de una moto. Una asistente denunciaba en el perfil de Facebook: «¿Cuándo dijeron el sorteo de la moto?». Otros asistentes criticaron que no se abriera la cafetería del Palacio de Hielo. Sara Martínez cuenta que «aseguraron en su perfil que la abrirían para evitar que tuviéramos que buscar por la mañana algo que estuviera abierto. Esa terraza cubierta que prometieron tampoco la vi, sólo cuatro sillas mal puestas en la entrada», concluye.
Idoia Mikelez, Idoia Urkiola y Nerea García aseguraron que el enfado tardará tiempo en pasárseles. «Se les ha ido de las manos», denunciaba a mediodía Nerea, en la parada del autobús 28, de regreso de la fiesta. «Me ha desaparecido el móvil y ni siquiera me han dado hojas de reclamaciones. Hemos estado cuatro horas fuera, helados de frío. Nuestros padres nos han tranquilizado diciéndonos que nos ha ocurrido lo menos que podía pasar», sensación compartida por muchos asistentes.
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