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MITXEL EZQUIAGA
Miércoles, 19 de enero 2011, 09:21
Es una historia de pateras y marginación con final feliz. Empezó hace cuatro años en el pueblo marroquí de Khomoyfira, azotado por la penuria, y ha terminado en Mugaritz, restaurante guipuzcoano considerado como uno de los cinco mejores del mundo. Sus dos protagonistas principales, el joven Lhoussaine Fingoun y el cocinero Andoni Luis Aduriz, han decidido contar este viaje desde los centros de menores a la alta cocina «para que esta sociedad supere clichés, desconfianzas y racismos», según declaran casi al unísono.
«Tenía 15 años, había conseguido el graduado escolar y me veía sin futuro en mi país», explica Lhoussaine en un castellano que aún se esfuerza por perfeccionar. «Mi hermano mayor y yo decidimos dejar Marruecos y emprender una nueva vida en España». Se embarcaron en una patera hace cuatro años. «Fue una experiencia horrible; viajábamos sesenta personas en una embarcación pequeña. Cuando llegamos a un pequeño pueblo junto a la costa de Granada la policía nos detuvo a todos. No lo volvería a hacer».
El hermano de Lhoussaine fue repatriado a Marruecos, pero él, menor de edad, fue acogido en un centro de menores de Almería. Empezó así un periplo por establecimientos de Andalucía. «En algunos aprendí algo, en otros nos trataban fatal. Pero lo peor fue cuando cumplí los 18 años: me dejaron con una maleta en la puerta para que me buscara la vida».
Estuvo en Alicante, en Almería, «donde conseguí un permiso de residencia que me costó mucho dinero», y siguió por Zaragoza, Madrid o Bilbao, «malviviendo en casas desocupadas, recibiendo algunas ayudas y totalmente perdido».
Hace unos meses recaló en San Sebastián. «Aqui vi gente muy buena y gente que te odia con la mirada». Sufrió «la dureza de la policía» y fue a SOS Racismo a denunciar su situación. «Allí me encontré con Cristina Jolonch, una periodista de La Vanguardia que me cambiaría la vida». Jolonch puso en contacto a Lhoussaine con Susana Nieto, mano derecha de Andoni Luis Aduriz en Mugaritz, para que el joven tuviera «una oportunidad».
«Llegó con hambre de empezar una nueva vida», recuerda hoy Aduriz. «Le acogimos en las habitaciones del restaurante donde viven los jóvenes que llegan de todo el mundo para aprender el oficio y desde el principio nos conquistó por su ansia de trabajar».
Joserra Calvo, jefe de sala de Mugaritz, cuenta cómo fueron enseñando al joven marroquí «desde lo básico, cómo usar los cubiertos, hasta los vinos». Calvo y Aduriz coinciden en que «ha aprendido a velocidad de vértigo y hoy se mueve por el comedor cada vez con mayor seguridad».
¿Final feliz? «Estará aquí hasta que quiera», dice Aduriz. «Él nos enseña a diario, a su manera». Y Lhoussaine añade: «No encuentro palabras en mi cabeza para agradecer lo que Andoni y su gente hacen por mi». Los dos cierran con un deseo: «Que más gente dé una segunda oportunidad a tantos chavales que buscan aquí una vida».
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