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J. ARTOLA
Viernes, 21 de enero 2011, 03:39
El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, aseguró ayer que «es muy difícil, por no decir prácticamente imposible, alcanzar la deseada paz sin un verdadero arrepentimiento por la violencia y los daños causados».
Munilla defendió el papel de las víctimas del terrorismo en el proceso de pacificación y reclamó a quienes han ejercido la violencia que se arrepientan y pidan perdón para asentar los cimientos de una paz auténtica durante su homilía en la misa de celebración de San Sebastián.
El prelado indicó que la aportación de la Iglesia al «momento presente», tras el alto el fuego de ETA, consiste en hacer «la llamada a la conversión, que incluye el arrepentimiento y la petición de perdón».
A su juicio, «la paz no tendrá unas bases firmes si estuviese fundada en meros cálculos estratégicos de efectividad». «No podemos aceptar el pensamiento de quienes afirman que la violencia tuvo su razón de ser en otro contexto, pero que en el momento presente ha dejado de tenerlo. Quienes así sienten y piensan, no sólo corrompen el mismo concepto de la paz, sino que la fundan sobre bases inestables», abundó el obispo. «El arrepentimiento forma parte de los cimientos de la paz», insistió.
Munilla opinó que no se les puede pedir «generosidad» a las víctimas del terrorismo, «sin mostrarles previamente un arrepentimiento sincero y coherente, acompañado de una humilde petición de perdón».
El mitrado consideró que las víctimas «no deberían ser percibidas jamás como una presencia embarazosa en un proceso de pacificación», sino, por el contrario, «su necesaria participación está llamada a ser una garantía de la verdadera paz».
Tras proclamar que la violencia nunca ha tenido razón de ser, Munilla abogó por «purificar todas las imágenes idealizadas o románticas» elaboradas a lo largo de la historia «en torno a episodios violentos», ya que «la violencia nada tiene que ver con la valentía y el arrojo, sino con la cobardía y el recelo».
«Tenemos que llegar a entender que la violencia es el miedo a las ideas de los demás, combinado con la poca fe en las propias», agregó. Aludió directamente al alto el fuego de ETA, ante el que la sociedad «ha experimentado unos sentimientos ambivalentes: la alegría y la esperanza por el alto de la violencia, pero también la decepción por la oportunidad perdida, cuando muchos esperaban la desaparición definitiva del terrorismo».
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