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TRÁFICO

La lección del accidente de Pilar

Recorre los colegios de Euskadi para concienciar sobre los peligros de la carretera. Lesionada medular tras un siniestro en su adolescencia, lleva «más años en silla de ruedas que andando»

ARANTXA ALDAZ aldaz@diariovasco.com

Domingo, 6 de febrero 2011, 10:46

Hay una frase que la mayoría de lesionados medulares ha escuchado más de una vez en su larga y dura recuperación, como la moraleja de un cuento cruel que la vida les ha hecho protagonizar. «La silla de ruedas no se tiene que llevar en la cabeza, sino debajo del culo». Pilar Martínez Nebreda la repite en cada una de sus charlas en colegios y el impacto es inmediato. «Los chavales se quedan alucinados». No es para menos. Con diecisiete años y los pájaros propios de la edad rondando por la cabeza, probablemente lo único que un adolescente espera encontrar encima de un escenario sea un grupo de rock y no a una mujer en silla de ruedas que cuenta el día a día después de un grave accidente de tráfico.

Pilar, que ha cumplido los cincuenta, tenía su misma edad cuando perdió la movilidad de cintura para abajo. «Llevo ya más años en silla de ruedas que andando», suele presentarse en las conferencias que ofrece a alumnos de Secundaria de la mano de la Asociación para el Estudio de la Lesión Medular Espinal (Aesleme). Su empeño en pasar las navidades en casa de una de sus amigas en Ávila terminó en la cuneta del puerto de Orduña, un 5 de enero de espesa bruma que despistó al conductor cuando regresaban a su domicilio en Bilbao. La madre de su amiga murió en el acto. De los supervivientes, Pilar se llevó la peor parte del impacto. «Mi cuerpo quedó atrapado, la mitad dentro del coche y la otra mitad fuera. No llevábamos cinturón, porque entonces ni siquiera se colocaban en los asientos traseros. Y tuvimos suerte de que unos árboles frenaran el coche porque nos despeñábamos por un terraplén».

Peor las barreras físicas

Acostumbrada a repetir la 'lección' en los últimos doce años para concienciar sobre los peligros de la carretera, Pilar relata su experiencia sin ambigüedades, con el logro de haber sobrevivido a un episodio trágico y retomado su biografía, «de otra manera, pero vida al fin y al cabo». Superados el largo ingreso hospitalario de once meses y múltiples operaciones en el Hospital de Cruces y la Clínica Universitaria de Navarra, esta bilbaína cuenta que sus amigos y su familia le impidieron decaer en los momentos más complicados. Sacarse el carné de conducir y perderle el miedo a la carretera fueron algunas de esas tantas pruebas que superó. «Ahora me encanta conducir por la libertad que da».

Dice que ha sufrido más las barreras físicas que los prejuicios de la sociedad. «Salir de casa era horroroso. Sólo para llegar a la calle tenía que salvar veinte escaleras. Fui una carga muy fuerte para mis padres pero ellos no dejaron de animarme para tener una juventud lo más parecida posible a la del resto de mis amigos». Pero no todo el mundo tenía ese apoyo. De hecho, es consciente de que «hay toda una generación no integrada» por culpa de esos obstáculos visibles e invisibles.

Independizarse del domicilio de sus padres significó también una batalla ganada a su limitada autonomía personal. «Fue llegar a esta casa y empezar otra vida», confiesa. El laberinto de escaleras y pasillos estrechos se resolvió con accesos y mobiliario adaptados, amén del esfuerzo de las instituciones en facilitar el camino a estos ciudadanos. «Hace treinta años la calle era una selva para nosotros. Hoy, aunque todavía con algunos problemas, hay muchísimas más facilidades».

Y el ejemplo de que su vida siguió hacia adelante (casi) como la de cualquier otra persona se llama Juanjo Aroz, su marido desde hace quince años. «Nos conocimos porque vino a hablar conmigo durante mi ingreso tras el accidente que me dejó en silla de ruedas», rememora Juanjo.

Pilar le visitó en la habitación del hospital animada por un amigo médico que le habló de un chico al que se le estaba haciendo cuesta arriba la rehabilitación. Ella acudió «sin pensarlo dos veces». Fue primero su salvadora y luego, su mujer. «Empezamos a hablar y me enganchó. Hasta hoy», ríe Pilar bajo la mirada cómplice de su marido.

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