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ENRIQUE ZALDUA
Martes, 22 de febrero 2011, 03:11
Todavía no han acabado de barrer el confeti de la cancha y de recoger las copas medio vacías tras la gran fiesta del 'All Star' que tuvo lugar el fin de semana en Los Ángeles y los aviones ya calientan motores, los jugadores hacen las maletas, acopian antiinflamatorios, recargan los iPod y se preparan para la segunda parte de la temporada de la NBA. El espectáculo debe continuar.
Como cada año por estas fechas, la liga de baloncesto profesional de Estados Unidos, la NBA, acaba de celebrar su 'partido de las estrellas', en el que los jugadores del Este se enfrentan a sus homólogos del Oeste en el partido amistoso más esperado de la temporada. Sin embargo, por encima de la enorme expectación que despierta el 'All Star' entre los aficionados al baloncesto de todo el mundo, lo cierto es que más que un evento deportivo el partido es puro 'show business', un gigantesco escaparate publicitario para el negocio de la NBA.
Es curiosa la relación que los estadounidenses mantienen con el deporte de alta competición: les encantan las Olimpíadas y el patinaje artístico, uno de los deportes olímpicos que más interés despierta, pero pasan olímpicamente de los campeonatos del mundo de cualquier modalidad deportiva. El país se paraliza para ver la 'Super Bowl', la final de la liga de fútbol americano, un deporte prácticamente aislado a su país (Canadá también tiene su propia liga con reglas diferentes), pero emite un bostezo colectivo cuando se habla de la final del Mundial de Fútbol, el acontecimiento deportivo más global que existe. A diferencia de lo que sucede en Europa y otros continentes, donde el fútbol enciende pasiones pseudobélicas (a veces no tan pseudo) y su influencia permea todos los estratos sociales y políticos, en Estados Unidos su deporte nacional, el béisbol, se denomina pasatiempo y es el entretenimiento preferido de los jubilados que hibernan en Arizona (el equivalente estadounidense del éxodo vasco a Benidorm). Ir a un partido de béisbol es como irse de picnic; entre pelotazo y pelotazo las familias se dedican a deglutir perritos calientes y cacahuetes, y en el descanso de la séptima entrada el estadio entero se pone en pie para entonar al unísono y en amigable fraternidad el entrañable 'Take me out to the ballgame', una especie de himno nacional al béisbol que data de 1908. Aquí las bengalas y los insultos corales a las madres o a la orientación sexual de los jugadores, sean visitantes o locales, están mal vistos. No es que no haya energúmenos, pero la tolerancia con ellos es mínima.
En el binomio deporte profesional-espectáculo, lo que prima en EE UU es lo segundo. El estadio y el pabellón se convierten así en espacios lúdicos para todos los públicos y no en proyecciones freudianas de campos de batalla o de compensación psicológica. Pasión sí, pero con respeto. Porque, en última instancia, el deporte profesional es negocio, y para que el negocio prospere y genere beneficios hay que cuidar a los clientes; es decir, a quienes pasan por taquilla. Nadie lo sabe mejor que David Stern, el comisionado de la NBA que salvó a esta liga de la quiebra y la convirtió, con la ayuda de Michael Jordan y otros, en la gallina de los huevos de oro. Así, el 'All Star' ha pasado a formar parte de ese panteón de eventos manufacturados para la televisión e internet que jalonan el invierno y la primavera de cada año, como los Oscar o los Grammy: muy poco deporte y mucha efervescencia glamourosa, hipérbole y marketing (que se lo pregunten a Rudy Fernández, el baloncestista mallorquín del Portland Trailblazers, que en el concurso de mates del All Star 2009 fue flagrantemente desbancado de la final para no estropear el guión de Hollywood planificado por la NBA). En este sentido, la capacidad organizadora de la NBA y su creatividad a la hora de generar interés y nuevas fuentes de ingresos va años luz por delante de España, donde la Liga de Fútbol Profesional, por ejemplo, tiene dificultades hasta para dilucidar los horarios de los partidos.
Pero tampoco en la NBA es oro todo lo que reluce. El convenio colectivo entre empresa (propietarios de los equipos) y trabajadores (jugadores) expira en julio de este año y los propietarios están más que dispuestos a realizar un cierre patronal a menos que se renegocie la distribución de ingresos (actualmente, los deportistas reciben el 57% de lo que se genera, unos 2.100 millones de dólares) y que los jugadores hagan otras concesiones. A pesar del llenazo del fin de semana en el Staples Center de Los Ángeles -con 'módicos' precios que a última hora oscilaban entre los 517 y 5.950 dólares- la liga de baloncesto parece no ser ajena a la crisis económica y prevé unas pérdidas cercanas a los 350 millones de dólares para esta temporada. El cierre patronal supondría un duro golpe a la imagen internacional de una liga que se enorgullece de su gestión y que impone un riguroso código de conducta a empleados y jugadores. Pero a río revuelto, ganancia de pescadores: Kobe Bryant, mejor jugador del partido del domingo y uno de los más brillantes -y ariscos- exponentes de la NBA, ya ha dicho que si se produce el cierre y se suspende la temporada 2011-2012, se planteará seriamente jugar en Europa.
Todavía está por ver qué deparará la negociación del nuevo convenio, pero la posibilidad que anunciaba Bryant no deja de ser apasionante. De concretarse, a lo mejor el año que viene tenemos el 'All Star' en Europa. Para bien y para mal, entonces sí que estaríamos cerca de las estrellas.
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