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TERESA FLAÑO
Viernes, 25 de febrero 2011, 04:50
«Este cementerio de Ametzagaña ha sido mi última oportunidad para servir como escultor a mi país». Esta fue la reacción de Jorge Oteiza, que entonces tenía 77 años, cuando su propuesta no fue admitida al concurso internacional de proyectos para el nuevo cementerio de la ciudad de San Sebastián, a finales de 1985, por pequeños motivos técnicos. Ahora, el museo del escultor en Alzuza ha editado un libro, dentro de su colección Cuadernos, con un estudio realizado por los arquitectos Jabier Elorriaga, Ana Arnaiz, Xabier Laka y Javier Moreno, donde se recoge el desarrollo de la idea de Oteiza, que llevaba por lema '261141 Izarrak alde', así como los artículos que publicó el artista para demostrar su desacuerdo con la decisión del jurado. El primero se titulaba 'Grave reclamación de Oteiza y de alerta al ciudadano' y el segundo 'Política de sepultureros en Ametzagaña'. Todo ello acompañado de fotografías y dibujos en los que se ve claramente la idea que tenía del cementerio como una especie de aeropuerto con pista de despegue o una estación de partida, que articulaba el arte con la construcción del paisaje de la ciudad.
Jorge Oteiza vio en ese concurso la posibilidad de que su concepto de integrar escultura y arquitectura en una ciudad por fin pudiera verse realizado después del intento frustrado que había tenido lugar treinta años antes en Montevideo con 'Monumento a Batlle y Ordóñez' (1958). Esta vez, para llevar adelante su concepción sobre la misión social y antropológica del arte, recurrió a su amigo arquitecto Juan Daniel Fullaondo, cuyo equipo también estaba acompañado por Marta Maíz, Enrique Herrada y María Jesús Muñoz. Realizaron hasta tres versiones del proyecto porque el artista de Orio no estaba satisfecho. «El proyecto de Ametzagaña, casi al final de su vida, era para Oteiza una manera de devolver a la comunidad lo que para él había sido el arte», reflexionaba ayer Ana Arnaiz.
Los autores reflejan en su libro que «este proyecto, en su versión definitiva, se configuró formalmente a la manera suprematista como un gran prisma recto suspendido sobre la colina de Ametzagaña, de tal manera que la cresta de la colina quedaría como pista de despegue al cielo abierto sobre el mar entre dos señales de aeropuerto, a la izquierda el promontorio de Urgull, a la derecha, el de Ulía». El artista, en la reclamación que realizó al conocer el fallo del jurado señalaba que '261141 Izarrak alde' estaba «concebido como modelo de cementerio vasco al servicio de una integración cultural y simbólica con el entorno y el futuro inmediato como desarrollo y expansión urbanística y cultural de nuestra ciudad en esta zona».
El cementerio consistía en una especie de gran viga tumbada, una gran plataforma sobre el monte que, según recogen los autores del estudio, «sería una gran plataforma sobre el cordal que a modo de pista de despegue respondía a la idea de la muerte como viaje». Este elemento serviría también para separar la ladera sur, que se dedicaría a enterramientos, y la ladera norte, destinada «a un parque ornamentado con esculturas de naturaleza simbólica y conmemorativa».
Prosiguen los arquitectos señalando que «este gran trazo sobre la orografía del emplazamiento respondía a la idea de Oteiza de hacer un cementerio como estación ferroviaria, estación arquetipo». El artista integraba esta infraestructura en la ciudad, a diferencia de los cementerios tradicionales que buscaban alejarse de ella. «Imaginó un cementerio reformado que deja de huir de la ciudad, en un urbanismo que deja de cercar el cementerio, evitándolo, escapando, para abrirlo integrándolo en la vida, en la ciudad».
«En un extremo de la ciudad, frente al océano, tenéis el emocionante y simbólico Peine de los vientos, de Chillida. En el otro extremo de la ciudad, y frente al cielo, hubierais tenido, abarcando como en un abrazo definiendo nuestra ciudad, este monumento funeral y vital que no lo habéis querido», escribió el artista el 31 de diciembre de 1985.
En el estudio, los arquitectos inciden en una de las ideas de la obra de Oteiza y que también reflejó en el proyecto: el vacío existencial que pone al sujeto en situación de muerte simbólica, antropológicamente deslocalizado.
El director del Museo Oteiza, Gregorio Díaz Ereño, comentó ayer que el libro '261141 Izarrak alde' «sirve para conocer mejor al personaje y su trascendencia en el ámbito del pensamiento y de las múltiples artes. Con esta publicación, que es la materialización de un proceso de investigación que permite llegar a la sociedad su pensamiento, intentamos otorgar un triunfo a un artista que tantos desengaños tuvo a lo largo de su vida».
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