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KEPA OLIDEN
Domingo, 13 de marzo 2011, 03:24
La fronda recién despejada de la vaguada de Antoña ha dejado al descubierto uno de los últimos vestigios de la actividad minera que desde tiempos inmemoriales se desarrolló en Udalatx. Se trata de un antiguo lavadero de mineral que no por conocido resulta menos interesante, y que ahora vuelve a aflorar con fines divulgativos.
El mineral de hierro que se extraía en los yacimientos de Galarra y Mietza era transportado por medio de un teleférico desde la vaguada de Mietzerreka, en las faldas de Udalatx, hasta la vaguada de Antoña, en Musakola (detrás del polideportivo). Este tendido aéreo movido por poleas trasladaba los cangilones o cestones donde los mineros cargaban el mineral mezclado aún con restos de tierra y barro. El lavadero de Antoña era el lugar donde se limpiaba el mineral para después enviarlo, antes en carros y después en camiones, con destino a la fundición. Durante los últimos años de funcionamiento del lavadero, el mineral «era llevado a los altos hornos de Bergara» recuerda Matías Sagasta, hijo del caserío Mojategi y anterior propietario de los terrenos donde se enclavaba el lavadero, actualmente de titularidad municipal.
A sus 90 años de edad, recuerda que el lavadero «se mantuvo operativo hasta poco antes de la guerra (de 1936)». La tecnología empleada para transportar el mineral por vía aérea induce a pensar que se trataba de una explotación que podría datar de la segunda mitad del siglo XIX, sostiene José Ángel Barrutiabengoa. Este estudioso de la historia local ha empezado a investigar el lavadero de Antoña «por una curiosidad personal». Por lo que ha descubierto hasta ahora, el lavadero formaba parte de una explotación minera privada que se desarrollaba «aproximadamente donde se encuentra la antigua pista de prácticas de la autoescuela Larringan». Desde allí partían los cestones con destino a Antoña. Un joven aprendiz se ocupaba de avisar cada vez que salía un cargamento. Para ello disponía de una corneta que hacía sonar para que le oyeran desde el lavadero. Joane Barrutiabengoa, del caserío Arbe, abuelo de José Ángel, fue uno de los que desempeñaron esta tarea.
El último coletazo minero
Las minas de Galarra y Mietza, conjuntamente con el lavadero de Antoña, fueron el último coletazo de una histórica actividad minera que se hallaba ya herida de muerte desde el siglo XVIII. El progresivo agotamiento de las vetas de hierro de Udalatx fue extinguiendo la industria minero-metalúrgica que había sido el emblema y la base de la economía de Mondragón hasta entonces. Sólo la altísima calidad del hierro extraído de Udalatx mantuvo viva una actividad minera residual que se prolongaría hasta el primer tercio del siglo XX.
Una balsa
A la pregunta de por qué instalaron el lavadero de mineral en el Antoñaerreka en vez de en el más cercano cauce del Mietzerreka, Barrutiabengoa aventuraba la hipótesis de que la razón pudo estribar en el caudal permanente que corre por el primero. El río Mietzerreka lleva menos agua y se seca en verano, apuntó.
Los residuos de tierra que originaba el lavadero eran evacuados por una compuerta central que se abría los días de lluvia y mucho caudal. La tierra residual se acumulaba en una balsa apresada aguas abajo. Matías Sagasta recuerda que la tierra empantanada formaba una ciénaga que «una vez casi se tragó a un burro». Matías no recuerda que jamás sucediera ninguna desgracia, pero «bien podía haber ocurrido». La acumulación de tierra ferruginosa era vaciada cada cierto tiempo. Una vez abandonada la explotación minera, Matías y su padre Agustín sembraron allí diversos cultivos, como trigo o remolacha. Pero aquella tierra negruzco-rojiza era «muy mala» y no daba fruto. Después sembraron alfalfa para alimentar el ganado, pero las «vacas no se la comían». También se la ofrecieron al caballo con que Txaparro recogía la basura, pero tampoco quiso comer. Se conoce que la alfalfa cultivada en esa tierra «debía de saber mal» cree Matías.
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