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ARANTXA ALDAZ ,
Lunes, 21 de marzo 2011, 15:35
Cada vez que la Tierra se mueve con la violencia que lo ha hecho en Japón, los geólogos se apresuran a recordar que vivimos en un planeta vivo, compuesto por varias piezas de un gigantesco puzzle en constante agitación. El desplazamiento de las placas tectónicas es incesante, aunque según la zona en que vivamos, estamos más o menos expuestos a sufrir los efectos devastadores de un seísmo. A más de diez mil kilómetros del anillo de fuego del Pacífico -conocido con ese nombre por su altísima actividad sísmica, con el 90% de los terremotos que se producen en el mundo-, la corteza terrestre se desplaza de forma más tranquila. Euskadi duerme sobre terrenos «geológicamente estables», aunque no exentos de temblores, explican desde el Instituto Geográfico Nacional, encargado de vigilar en tiempo real los movimientos de la Tierra en cualquier punto de la geografía española.
«Todos los días ocurren terremotos, aunque afortunadamente no de la magnitud y consecuencias del de Japón», tranquiliza José Manuel Martínez Solares, geofísico del citado instituto. El pasado viernes, por ejemplo, los sismógrafos desplegados por toda la Península Ibérica registraron un total de ocho sacudidas. Muy cerca de la costa cantábrica, el pasado jueves la Tierra tembló a apenas cien kilómetros al norte del litoral donostiarra, en pleno Golfo de Vizcaya. Pero el movimiento, de magnitud 2 en la escala Richter, no se sintió. La mayoría de pequeños seísmos que ocurren son imperceptibles para el ser humano. A través de una red de sensores desplegados por todas las provincias, la red sísmica estatal contabiliza entre 3.000 y 4.000 terremotos al año en toda la Península Ibérica, de los cuales sólo un centenar se siente en forma de temblor. El litoral cantábrico, incluido el País Vasco, es una de las regiones privilegiadas del mapa a salvo de fuertes seísmos. Aunque hay diferencias entre territorios. La mitad este de Gipuzkoa es la zona más expuesta.
«La proximidad con los Pirineos tiene la culpa -resumen desde el Colegio Oficial de Geólogos del País Vasco-. La placa africana y la europea entran en colisión en una línea que discurre a través de la costa africana, Italia y Turquía. Son, precisamente, las áreas más próximas a ambos lados de la cordillera pirenaica las que más riesgo tienen de sufrir estos temblores. La otra zona cercana que también suele 'moverse' es la del entorno de Pamplona, donde cruza una de las fallas que atraviesan Euskadi. Desde el sur de Navarra se introduce en Baztan, baja hasta Lekunberri e Irurtzun y de ahí pasa a la Sakana». Navarra, de hecho, es el territorio más próximo que acumula «con diferencia» el mayor número de movimientos telúricos, señalan desde el Colegio. «En el último milenio -añaden- se han dejado sentir más de setenta temblores en las poblaciones próximas a sus epicentros».
Que Gipuzkoa sea un territorio más expuesto que otros para los temblores de tierra no significa que corra riesgos de padecer una catástrofe como la de Japón. «A lo sumo un terremoto podría alcanzar los 5 grados en la escala Richter, pero además con una probabilidad muy baja de que ocurra», señalan los geólogos vascos.
¿Y qué sucedería? El mapa de peligrosidad sísmica, definido en 2004, incluyó a la mitad oriental de Gipuzkoa y tres localidades alavesas entre los grados V y VI de una escala de XII de intensidad sísmica. La Comisión de Protección Civil de Euskadi aprobó a resultas de este documento un plan de emergencias sísmica para hacer frente fenómenos naturales de este tipo. En él se recoge que de ocurrir un terremoto, la posible afección sería «levemente dañina» en el peor de los casos. «Un terremoto sería sentido por la mayoría de la población dentro de los edificios y por muchos en el exterior. Algunas personas podrían perder el equilibrio o asustarse. En cuanto a los daños materiales, podrían producirse caída o rotura de objetos como vajillas, el desplazamiento de algunos muebles y se asustarán los animales domésticos. También se podrían registrar desprendimientos de cornisas o de otros elementos de fachadas. Para los niveles IV y V los efectos serían aún menores».
Este escenario sólo ha ocurrido una vez. Fue el 27 de octubre de 1998, con epicentro en Lizarraga (Navarra), y alcanzó los 5,2 grados en la escala Richter y el nivel V de intensidad, precisan desde el Colegio de Geólogos del País Vasco. «Y hablamos de datos estadísticos que abarcan desde 1853. Hasta los 4,5 grados se han registrado algunos más. En Navarra se han registrado muchos seísmos de magnitudes entre 3 y 4, aunque en Álava y Gipuzkoa también hay entre 2,5 y 3,8», añaden las mismas fuentes.
¿Y un tsunami?
Libres de grandes terremotos, ¿es posible que la costa vasca registre un tsunami devastador? «No», responde tajante el geofísico José Manuel Martínez Solares. «Al no tener una zona de actividad sísmica orientada hacia la costa vasca es improbable que se origine un seísmo de suficiente entidad como para que se produzca esa situación», coinciden desde el Colegio Oficial de Geólogos vascos.
«Lo que genera el tsunami es un desplazamiento vertical de la tierra del fondo marino, como si se rompiese, lo que se transforma en la superficie en el agua en un golpe brusco que genera la ola», explica Martínez Solares. «Y para que nos llegue una ola de tales dimensiones tiene que haber zonas de alto riesgo cercanas y todo nuestro alrededor es una zona geológicamente estable», incide Txema Hernández, doctor en Ciencias Geológicas por la UPV/EHU y actual director de la Fundación Cristina Enea de Donostia, dedicada a la sensibilización de valores ambientales y de sostenibilidad. «Hay una zona muy activa, en Islandia, porque está justo en mitad de la dorsal oceánica que cruza el Atlántico. Es un punto caliente del cual está surgiendo continuamente lava. Pere ese surgir es tan fluido que apenas produce terremotos», explica Hernández. «Los terremotos se producen -añade- cuando la placa está retenida, acumulando tensión, y cuando se libera, se libera brutalmente. Y no es el caso».
Lo más parecido a la catástrofe de Japón que ha quedado registrado en España ocurrió en 1755. El terremoto de Lisboa, de entre 8,8 y 9 en la escala Richter, generó un tsunami que afectó a parte de Portugal, Huelva y Cádiz. «El tsunami alcanzó más de quince metros de altura -describen desde el Colegio de Geólogos vascos-. Provocó unas 100.000 víctimas mortales en Portugal y unas 3.000 en España, principalmente en la costa andaluza. Sus efectos se dejaron sentir en toda España, por ejemplo, provocando daños en las catedrales de Salamanca y Valladolid, entre otras».
El sur peninsular es precisamente la zona marcada en rojo por su elevado riesgo de sufrir un terremoto. Al contrario que el Cantábrico, el mar Mediterráneo sí es más proclive a que se produzcan estos fenómenos, como ya ha ocurrido en más de una ocasión. José Manuel Martínez Solares cita el temblor registrado en 2003 con epicentro en Argel que provocó un tsunami que llegó hasta las islas Baleares donde causó considerables daños materiales. Las principales zonas sísmicas del mundo, explica Txema Hernández, coinciden con la posición de los volcanes activos de la Tierra y con los contornos de las placas tectónicas, como es el caso del sur peninsular:
«La zona de mayor riesgo en España son las Cordilleras Béticas. Se formaron porque hace millones de años chocó contra la Península Ibérica un trozo de placa que se desgajó del norte de África. Se llama la placa de Alborán, que sigue apretando contra la Península, y es lo que provoca los terremotos en esa zona».
Y sí, la Tierra volverá a dar señales de que está viva, antes o después. La estadística contabiliza 1,3 millones de terremotos al año en todo el mundo. Uno de magnitud mayor de ocho en la escala Richter, como el registrado en Japón, cada 365 días.
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