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La última generación de novias vírgenes
DIARIO DE RODAJE IGNACIO DEL VALLE (III)

La última generación de novias vírgenes

Y el monotema de las bellezas lituanas cuando al fin termina la jornada

PPLL

Domingo, 20 de marzo 2011, 05:03

Hay una cosa que no ves por Vilnius: termómetros. Digo yo que debe ser para que la gente no se desmoralice, y piense que a unos inmisericordes quince grados bajo cero el tiempo ha mejorado, y solo son diez. En fin, cosas veredes, Sancho. La película continúa rompiendo el hielo con su orgullosa quilla, plano general, plano corto, primer plano. Porque únicamente importa el plano, me cuenta Gerardo Herrero, hay gente que rueda teniendo en cuenta todo el paisaje y el decorado que queda extramuros, pero para nosotros -David Pareja, Alfredo Fernández, Jacob Santana, Daniel Fernández. asistentes, operadores, fotografía.- sólo cuenta lo que el ojo de la cámara puede ver, la atención que ésta puede retener para luego crear la emoción y mantenerla, incluso en escenas de exposición o transición.

Como decía Hitchcock, el suspense es la dramatización del material narrativo, su presentación más intensa. No obstante, Gerardo no comparte con el brujo inglés que en cine sólo se debe recurrir al diálogo cuando es imposible hacerlo con la imagen, argumenta que cada secuencia tiene sus necesidades. Al igual que el extra lituano que hoy hace de muerto en la escena del monasterio -qué decorados, madera que parece hormigón o acero, ilusiones, espejismos-: necesita té, una bolsa de agua caliente, mantas, todo lo que le pueda calentar entre toma y toma, porque el tío permanece tirado en la nieve sin decir esta boca es mía, con dos cojones y resistiendo lo que le echen, hasta que una oreja empieza a ponérsele azul. ¿Han visto alguna vez una oreja azul? Yo acabo de verlo, y no es agradable. El director se da cuenta y dice: vamos a parar unos minutos, ese hombre se está congelando. Evidentemente, lo primero que hago es refugiarme en la tienda del calor y la comida, y ponerme ciego a galletas de chocolate, porque eso sí, aquí da igual lo que comas, no engordas, todo combustible es poco para mantener el calor corporal.

Ante una taza de té hirviente me encuentro con Aitana, la 'production coordinator', o sea, la que reparte el juego, y que mantiene bien el tipo a pesar de la presión de tener todas las fichas en la mesa. Por aquí acaba pasando todo bicho viviente más pronto que tarde, así que me junto con Carmelo Gómez, embutido en un abrigo inmenso y con ushanka, y le pregunto qué pasa si no hay química entre dos actores. Sonríe descarnado y me dice que se usa el «sistema de transferencia», se piensa en el partenaire como en las botas que uno tiene que llevar, es algo que debe estar ahí, necesario para la película, y sanseacabó. Le das la réplica a una bota con toda tu alma, finiquita.

Menos mal que química es lo que sobra en esta adaptación de 'El tiempo de los emperadores extraños', entendimiento, camaradería, buen rollo, pasión, cuidado, emotividad, o si me quieren engañar porque soy el autor, deberían de darles algún premio puesto que la simulación me convence. Entre Víctor Clavijo y Manu Hernández me aclaran que para un actor «el yo existe en el otro» -véase Lévinas-, si te centras en tu egoísmo, en tu ombligo, todo será falso; la escena, la secuencia, la pantalla, el escenario, se basa en no imponer la voluntad de uno mismo, sino en hacer todo lo posible para que el compañero saque lo mejor de él, y entonces él te lo devolverá, y la magia que deja boquiabierto al respetable nacerá, si tiene que hacerlo, de ahí.

Y la nieve, repetida, redundante, imprescindible, una nieve que te introduce en otro nivel de realidad, y te vuelve infinitamente vulnerable, como un adagio de Mahler. Y Juan Diego Botto haciendo la escena de 'Carnización' en otro espectacular decorado lleno de reses destazadas y blusones llenos de sangre, y tal parece que en cualquier momento va a aparecer Leatherface con su motosierra echando humo. Y los problemas que tuvo Jordi Aguilar para conducir un petardeante, escandaloso camión del Feldpost. Y Reyes Abades sobre sus marmitas de efectos especiales, desgranando sus hechizos para convocar las visiones. Y el ajetreo de colmena, la gente sudando la camiseta de tal forma que los blogueros que defienden la chorrada del todo gratis tendrían más cuidado con lo que escriben si se cerciorasen de lo duro que es hacer una película. Hay quejas, muchas, airadas y tristes, por parte de la gente del cine.

Al atardecer volvemos al hotel, a la soledad de la habitación, a una ducha, a una buena lectura, al skype para hablar con la familia y los amigos, y más tarde cenamos juntos en el calor de un restaurante donde, aunque agotados, todo son risas, y se habla de la belleza de las lituanas, y también de las lituanas, y sobre todo de las lituanas, y luego también de lo guapas que son las lituanas, y que de momento ningún españolito ha bailado con ninguna -de justicia es reconocer que en el rodaje las 'assistant' lituanas trabajan como negras chinas, Égle, Bozena, Indre.-. Alguien aclara que para llegar a algo, debido al catolicismo rampante, primero es necesario pasar por el altar. Que yo sepa, de momento todos están de acuerdo con la Santa Madre Iglesia. Incluso los ateos que se nos han colado en la división.

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