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MITXEL EZQUIAGA mezquiaga@diariovasco.com
Viernes, 25 de marzo 2011, 10:07
Con Juan Carlos Eguillor (San Sebastián, 1947), fallecido el martes en Madrid, desaparece un creador de múltiples aristas: fue el donostiarra más bilbaíno, un moderno en años de efervescencia social y un humorista de profunda ironía. Pero Eguillor fue también uno de los activistas más brillantes de una generación que se apaga con una sucesión de muertes que parece seguir el dictado de una de sus negras ironías.
«Fueron gentes cargadas de entusiasmo y vanguardia que se están yendo antes de tiempo», reflexionaba ayer el escritor Bernardo Atxaga, compañero de viaje en muchas de esas aventuras. Su nexo, la revista 'Euskadi Sioux', aparecida en 1979, fue una publicación iconoclasta que mezcló humor y política y sólo tuvo siete números. Uno de sus 'cerebros', el pintor Vicente Ameztoy, falleció en 2001. En diciembre de 2009, murió el cineasta Iván Zulueta. Y en los últimos meses han muerto el galerista Juan Cruz Unzurrunzaga y el escritor Flannagan Goikoetxea.
«Recuerdo perfectamente una de las primeras reuniones que celebramos para preparar Euskadi Sioux», rememoraba ayer Bernardo Atxaga. «Era en casa de Juan Carlos Eguillor, en las Siete Calles de Bilbao. Para mi fue un personaje fascinante. Yo llegaba a Bilbao con ojos inocentes, después de estudiar en Asteasu y luego en La Salle de Loyola, en San Sebastián. Eguillor era el hombre más moderno que conocía, de una modernidad cosmopolita, extravagante, alegre, generosa, influida por un pop que hoy identifico, desde la distancia, con el 'Yellow Submarine' de los Beatles y Richard Lester».
Atxaga confiesa que «en esa época hubo dos personas que influyeron en mí de manera determinante: Gabriel Aresti en lo literario y Juan Carlos Eguillor en su actitud ante la vida. Encontrarse con él en el Casco Viejo era promesa de algo especial. Comíamos en el Txoko-eder, en una de cuyas dueñas se inspiró para crear a Miss Martiartu. La casa de Eguillor había sido del lehendakari Agirre, y a él le encantaba recordarlo. La había decorado en una especie de blanco y negro ajedrezado, como una casa pop».
Un caballero con bastón
Eguillor y Atxaga colaboraron con frecuencia. «Nos cedió dibujos para la revista 'Pott' e ilustró el disco que realizó Ruper Ordorika sobre mis poemas de Etiopía». Pero Bernardo Atxaga destaca también «cómo Eguillor supo inventarse un Bilbao, esa ciudad recreada por él que fue quizás una de sus mejores obras».
'Euskadi Sioux' fue el nexo de esas gentes de vanguardia en un tiempo atravesado por las ansias de libertad. «A veces tengo la sensación de que padecemos más corsés creativos hoy que entonces», dice el autor de 'Obabakoak'.
Juan Carlos Eguillor fue el donostiarra que eligió Bilbao para vivir y que contagió parte de esa relación amor/odio entre las dos ciudades a su sobrino Borja Cobeaga. El cineasta siempre ha situado la figura de su tío como una de sus principales influencias. Un día, cuando Bilbao dejó de ser feo y gris y empezó su reconversión, Eguillor dejó de reconocerse en esa ciudad. Se fue a Madrid y siguió trabajando en su faceta de ilustrador y dibujante, esa labor que le valió desde un premio nacional hasta una dilatada participación en periódicos como EL DIARIO VASCO.
Como recuerda el escritor Jorge Martínez-Reverte, «cuando nos encontrábamos ahora por Malasaña veía a Juan Carlos Eguillor como un hombre perplejo y desconcertado ante el mundo». «Iba siempre vestido de caballero, con su abrigo, el sombrero y el bastón en el que se apoyaba para soportar las dificultades que la diabetes provoca».
Compaginó su residencia madrileña con los viajes. El periodista Antxon Urrosolo apunta que «precisamente en un hotel de Bangkok tuvo un primer achaque que nos asustó a los amigos».
Eguillor ha muerto joven. Como otros compañeros de viaje de aquel experimento que fue 'Euskadi Sioux', la revista cuyos conenidos fueron recuperados en 2001 por Fernando Golvano y la Diputación de Gipuzkoa y pueden consultarse en euskadisioux.com. Ahí lo contó el propio Eguillor: «Éramos una tribu de amigos, coincidentes y divergentes a la vez, y los proyectos y conspiraciones surgían en una sidrería, generalmente guipuzcoana. La idea era reírnos de nosotros, la política y la imagen del país que nacía».
Y añadía Eguillor: «Estuvimos inmersos en el proyecto Bernardo Atxaga, Iván Zulueta, Rafael Castellano, Josu Bilbao, Olariaga, Jon Zabaleta, Jon-Gurutze Unzurrunzaga, el zurdo y, en especial, Vicente Ameztoy quien fue realmente el artífice de la revista».
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