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TERESA FLAÑO
Domingo, 3 de abril 2011, 12:53
Ramón Calvo madrugó ayer sábado. Había prometido a sus nietos que les iba a enseñar San Telmo, un museo «que antes conocía muy bien». Llegó a la plaza Zuloaga con Ander y Amaia de la mano y comprobó con satisfacción que todavía no había nadie haciendo cola. «Me hace ilusión que seamos los primeros. Es un momento importante para la ciudad y me gusta estar aquí con los niños. Es una visita obligada». Las puertas no se abrían hasta las 10.00, y por eso Ander estaba muy nervioso ante la espera. «Tengo muchas ganas de verlo. Me han dicho que es muy bonito». A la pregunta de «¿sabes qué vas a ver?» respondía rotundo: «dinosaurios». Su hermana pequeña un poco, pero solo un poco más realista, le contradecía: «No. No hay dinosaurios. Hay momias». No vieron ni lo uno ni lo otro, pero disfrutaron mucho con las mesas interactivas de la zona denominada 'Desafíos' y en la que se explican los retos a los que se enfrenta la sociedad vasca.
Ramón Calvo y sus nietos fueron tres de los cerca de diez mil donostiarras que se acercaron ayer al remodelado Museo de San Telmo.
Un goteo de personas se fue acercando antes de que abrieran las puertas, pero sin agobios. Trabajadores de San Telmo, que tenían el día libre después de una semana muy dura, tampoco quisieron perderse la inauguración popular. Algunos no pudieron controlar la emoción y rompieron a llorar: «Es un día muy importante para nosotros. Han sido años de trabajo duro, con muchas interrogantes y ver que la gente responde así hace que soltemos la tensión que teníamos acumulada».
Las campanas de San Vicente dieron las diez y los primeros visitantes en el día de jornada de puertas abiertas pasearon por una alfombra negra, como en las grandes ceremonias, y atravesaron el umbral.
Josi Abanda, uno de los responsables de la organización, explicaba que «el aforo máximo es de 1.000 personas. Creemos que todo va a ir bien. El día de la inauguración oficial rozamos esa cifra y no hubo ningún problema y eso que entró todo el mundo de golpe. Hoy va a ser más paulatino y se podrá controlar mejor. Además, mañana (por hoy domingo) también se puede entrar gratis porque es otra jornada de puertas abiertas, de forma que no esperamos grandes aglomeraciones». A las doce del mediodía se estimaba que había mil personas circulando por las distintas dependencias del museo.
Los primeros en llegar ya establecieron el ritual de lo que sería la visita accediendo primero al salón de actos para ver un breve vídeo explicativo. Los trabajadores que atendían en la recepción enseguida comenzaron a responder a las múltiples preguntas sobre tarifas, días gratuitos, cómo hacerse socios...
Ayer, y hasta dentro de unas dos semanas, solo se podía ver parte de los dos edificios. La mayoría de los asistentes se dirigía rápidamente a la iglesia. «Tengo mucha curiosidad por verla de nuevo. La verdad es que antes del cierre definitivo para las obras ya hacía tiempo que había entrado. La situación en la que se encontraba el museo me daba tristeza y no me apetecía verlo desangelado. Los políticos han tenido mucha culpa de que se llegara a esa situación, pero también los donostiarras que no hemos venido lo que debíamos», reflexionaba Carmen Ayerza en el claustro mientras esperaba a que se abriera la iglesia. Su marido Rafa Mendiguren se lamentaba de que «el museo no esté abierto del todo. Lo que he visto me ha parecido que está poco lleno. Habrá que esperar a que se pueda ver la otra exposición, la permanente, para opinar. De todas formas debemos estar satisfechos porque San Sebastián se merece un museo de esta categoría».
Una vez dentro del templo los asistentes iban conociendo la historia del convento y veían con admiración cómo en la bóveda iban surgiendo las imágenes con la réplica de las pinturas que la adornaron en el siglo XVI y cuyos restos se han descubierto en el transcurso de las obras de rehabilitación del edificio.
Tal era la expectación que tenía el público por ver la iglesia que enseguida se formó una larga cola porque los pases eran a las horas en punto en euskera y a las medias en castellano. En principio, los responsables del museo habían estimado que sesenta era un número adecuado de personas que podían entrar para ver los audiovisuales perfectamente pero ante la demanda decidieron ampliar hasta cien. Muchos, en lugar de hacer cola, optaron por posponer esa visita a otro día. «Soy vecina de la Parte Vieja y todos los días doy la vuelta al Paseo Nuevo. Así que prefiero recorrer hoy con tranquilidad el claustro -me ha gustado mucho el nombre que han dado a la parte donde están colocadas las estelas 'Signos de espiritualidad'-, y la zona nueva y ya vendré en cualquier momento al pasar por delante del museo», decía Felisa Ajuria.
El personal encargado de atender al público no paraba de responder a las cientos de preguntas que recibía, sobre todo relacionadas con las puertas cerradas que impedían el acceso a algunas de las zonas que todavía están sin concluir. Alba comentaba que «muchos me preguntaban para qué era la cola tan larga que había frente a la iglesia. También hay interesados por cuestiones técnicas, en concreto sobre las conexiones entre la zona nueva y la vieja, o por la exposición temporal». Otros, por los petachos que lucen las partes de los lienzos de Sert que están sin acabar de restaurar .
La exposición '6 millones de otros', que también se inauguraba ayer, no despertaba demasiada curiosidad entre los asistentes que se acercaban más a ella para descansar en los bancos que para verla. Algunos comentaban que las pequeñas salas donde se proyectan los audiovisuales «no animan mucho a entrar, da como un poco de reparo». Fernando Guzmán no lo atribuía a eso sino a que «hay mucho que ver en la parte arquitectónica. Está la rehabilitación del antiguo museo y la zona nueva. ¡Ya tendremos tiempo de ver los televisores con gente de otros lugares!». Su amigo Jacinto no estaba muy convencido: «Para qué queremos escuchar lo que dicen unos de África si bastantes problemas tenemos aquí». Fernando, que venía con la lección aprendida, le contestaba: «Es que quieren que veamos que al final todos tenemos los mismos problemas».
El nuevo edificio causó muy buenas sensaciones. El muro vegetal tuvo gran aceptación aunque también hubo quien se quejó por «los hierbajos». La biblioteca estaba llena de curiosos que echaban un vistazo a los libros expuestos. También había quien no se quería marchar sin visitar los baños. Muchos niños subían y bajaban las escaleras y algunos salieron disparados hacia la plaza Zuloaga cuando la música de los txistularis anunció que los gigantes empezaban a bailar y los cabezudos a perseguir a la gente.
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