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MAITE PAGAZAURTUNDÚA
Lunes, 18 de abril 2011, 04:12
La campaña electoral pasaba desapercibida para la mayoría de la gente también entonces. Incluso en Hernani. Era 23 de febrero de 1984 y algunas personas brindaron con cava, aunque entonces se le llamaba champán. Habían asesinado a un candidato electoral socialista, al líder de los socialistas en aquel territorio. Enrique. Enrique Casas. Algunas horas más tarde empezó a correr por algunas tabernas de aquella localidad el inmundo rumor de que aquel hombre que dejaba cuatro hijos huérfanos, tres de ellos niños muy pequeños, había sido eliminado por una célula negra del Partido Socialista. Bebía o mentían, mientras los seres queridos del esposo, padre, hermano, hijo, compañero comenzaban el difícil duelo.
La propaganda y la necedad se daban la mano entre aquellos fanáticos, ansiosos de conseguir el poder, como fuera, acostumbrados a desplazar y manipular la verdad hacia sus propios intereses jugando con la vida de los demás, como con las palabras, sin escrúpulos.
No eran del todo distintos a los otros, eso es cierto. Pero suponían la versión atroz de lo peor de una sociedad sin sentido democrático profundo, sin respeto a las razones y la perspectiva del contrincante político, especialmente si no era nacionalista vasco.
Entonces y ahora los asesinados por ETA formaban parte de una estrategia de poder, en la que los ejecutores califican a sus víctimas como cuestión técnica o consecuencia del conflicto. Cosificados y desvalorizados porque el narcisismo de aldea trae como consecuencia que el asesino se sienta irresponsable, no culpable, ajeno a la víctima si no es como un mero instrumento de trabajo, de poder.
Antes y después de aquellas copas, se ha brindado por el asesinato de seres humanos. La última vez desde el balcón de un domicilio familiar. El asesino de dos seres humanos brindaba expresando que no se había arrepentido por quitar la vida como si fuera un dios. Sus ideas, más importante que aquellas vidas. Su egocentrismo, arrogante, abriendo las heridas de los que sobrevivieron a sus víctimas y a los que mantienen la cordura y un mínimo de sensibilidad.
Somos animales simbólicos. El lenguaje y algunas imágenes dotan de sentido a nuestras prácticas. La sociedad vasca necesita construir la razón humana a través del lenguaje y de algunas imágenes alejadas del signo patológico del brindis con cava del asesino que se siente orgulloso de lo que hizo. Lejos de la reiteración en la crueldad, calificada, casi sin duda, como coherencia.
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