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Hotel María Cristina. Los pájaros que sobrevuelan el cuarto piso del Hotel.
El otro museo del otro Zuloaga
SAN SEBASTIÁN INSÓLITO

El otro museo del otro Zuloaga

Todo el mundo en San Sebastián conoce alguna de sus obras, pero apenas sabe de él. Daniel Zuloaga decoró con sus cerámicas los edificios más fotografiados de la ciudad. Vamos tras ellas.

GONTZAL LARGO GONTZAL LARGO INFO@GONTZALLARGO.COM

Sábado, 30 de abril 2011, 04:49

Si decimos 'Zuloaga', pronto pensaremos en Ignacio, el pintor, el de la envidiable casa en la playa de Zumaia, el que regaló su nombre a la plaza que yace frente al Museo San Telmo. Hubo (y hay, claro) muchos Zuloagas, casi todos con el veneno artístico en la sangre pero hoy nos detendremos en uno, en Daniel, el ceramista, nacido en 1852. Era tío de Ignacio, le llevaba apenas dieciocho años de ventaja y fue motivo de inspiración para su sobrino. El paso del tiempo no ha sido bondadoso con Daniel y su obra: está repartida por toda España, la gente la conoce, la ve y la aprecia pero su nombre flota en una especie de limbo. Daniel Zuloaga trabajó mucho y muy bien en San Sebastián, ciudad en la que llegó a vivir en períodos breves. Casi cien años después de su muerte, todavía es posible seguir los pasos de sus creaciones donostiarras, como si éstas formaran parte de un museo, gratuito, espontáneo y al aire libre. Aquí recogemos apenas media docena pero hubo muchas más. Unas murieron cruelmente -la plaza de toros del Chofre vistió cerámicas suyas- y otras siguen vigilándonos discretamente, como los azulejos que embellecen el acceso por la calle Garibai a la iglesia de los Jesuitas.

Raro es el donostiarra que no se haya maravillado ante el ejemplo más llamativo de modernismo que hay en la ciudad: las coloristas cerámicas nos remiten a los tópicos del 'art nouveau' que tan de moda estuvieron a finales del siglo XIX y principios del XX: follajes curvados, flores seductoras y tallos sinuosos que enmarcan los balcones de la vivienda. Tres mujeres desnudas gobiernan el conjunto, aunque la intención inicial de Zuloaga era dibujar pavos reales. Esta idea fue desechada por el arquitecto del inmueble Ramón Cortázar que le invitó a que diseñara algo menos manido, como una «silueta de mujer modernista». Una última curiosidad de la que ya hablamos hace unos meses: muy cerca del inmueble, en la plaza de Bilbao, la librería Donosti luce una vidriera que homenajea uno de estos diseños florales de Zuloaga.

Daniel se quedó sin pájaros en la calle Prim pero pocos años después pudo desahogarse, gracias a su intervención en el hotel María Cristina. En la cenefa que corona la cuarta planta del edificio (y que prologa las suites de la quinta) hallamos un auténtico ejército de aves «de cola dragontina» que juguetean con hojas de acanto y otras fantasías florales. A pesar de su tamaño -en total son más de 100 metros de azulejos- la obra es más modesta (en parte porque los promotores le impusieron el color blanco del fondo) que las otras aquí citadas, aunque ejemplifica a la perfección las aspiraciones de los arquitectos que se servían de estas técnicas: romper la monotonía de la piedra arenisca de Igeldo y regalar algo de color y vistosidad a los edificios. Quien ande justo de vista puede apreciar estos mismos motivos florales y animales en las amplias jardineras del Paseo de la República Argentina.

Es a Zuloaga a quien debemos la docena de 'grifos' que custodian los arcos del puente más ornamental de la ciudad. Aquí el artista madrileño volvió a dar rienda suelta a su pasión por los colores vivos, creando un poderoso tono azul que servía para destacar aún más el grifo -cabeza y alas de águila, cuerpo de león- dorado que se repite en todas las arcadas. La omnipresencia de esta criatura mitológica no hizo demasiada gracia a la comisión que supervisaba la construcción y decoración del puente: en un informe redactado a posteriori, criticaron la proliferación de esta figura.

Tan sencillo y, a la vez, tan magnífico. No hay forma más acertada de describir el friso que recorre la fachada del actual edificio de Correos (nació siendo la Escuela de Artes y Oficios), una pieza artística que pasa desapercibida para la mayoría de los transeúntes. ¿Dónde radican sus méritos? De entrada, en el color rojo que enmarca las guirnaldas, un pequeño logro técnico pues era complicado obtener esa tonalidad en los hornos cerámicos. Luego, en las propias guirnaldas, tan rebosantes de frutos, hojas y flores, que entran ganas de darle un apetitoso bocado. Están inspiradas en las creaciones renacentistas del italiano Luca della Robbia. Una última curiosidad: el sobrino de Daniel, el pintor Ignacio Zuloaga estaba fascinado con esta franja. «Hoy he pasado otra vez delante de tu obra de la escuela de Artes y Oficios y debo decirte que cada vez está más hermosa. Es de una armonía extraordinaria», le escribió en una carta. Pues eso, a admirarlo todos.

¿Dónde está su obra? Justo encima de los ventanales, las dos hileras de azulejos que recorren ambas fachadas.

Corría el año 1889, cuando Daniel Zuloaga recibió el que sería el segundo encargo donostiarra: debía diseñar una serie de cerámicas para decorar las fachadas de lo que sería el nuevo y flamante casino donostiarra. Apenas unos años antes había estado trabajando en las estancias interiores de la Diputación, en unos tapices y una chimenea que quedarían totalmente devastados tras el incendio de 1885. Con la construcción del Gran Casino, el artista se puso manos a la obra y alumbró varios motivos puramente geométricos, flores de lis y pajarracos imposibles -visibles en las balconadas-, ignorando que unas décadas después se ilegalizaría el juego en España y el inmueble se acabaría convirtiendo en el Ayuntamiento de la ciudad.

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