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IÑIGO PUERTA
Miércoles, 13 de julio 2011, 20:06
El martes 11 de julio, el boletín diario del Servicio Meteorológico Nacional, perteneciente al entonces Ministerio del Aire, publicaba su predicción para el día siguiente. «Un frente nuboso cruzará rápidamente la Península penetrando por Galicia. A su paso se producirán chubascos, en ocasiones tormentosos, y se intensificarán los vientos racheados. (...) Posteriormente las temperaturas experimentarán un apreciable descenso. Hay riesgo del temporal del norte en el área de Finisterre, y más tarde en el Cantábrico y Vizcaya».
La previsión se quedó corta. Horas después de la emisión del parte, toda la flota cantábrica seguía faenando impasible en la costera del bonito. Era una apacible noche de verano, la mar en calma, y miles de marineros descansaban en sus catres tras una jornada a buen seguro extenuante, a pleno sol. Los termómetros atestiguaron un día caluroso en la cornisa cantábrica, donde se alcanzaron desde los 24º de la Coruña, a los 30º en Sondika, pasando por los 26º que se dataron tanto en el faro de Igeldo como en Hondarribia. Al anochecer se despejó una leve brisa marina que refrescaba a los arrantzales que hacían guardia. Era el preludio de la galerna más monstruosa que azotó nuestro mar en los últimos cincuenta años.
Sin embargo, el origen se situaba a muchas millas marinas de distancia, según un estudio realizado por la delegada de Aemet en el País Vasco, Margarita Martín Gómez. Una borrasca situada al oeste de Irlanda se trasladaba lentamente hacia el caladero de Gran Sol, situada al sur de Eire. La presión atmosférica de 1004 mb datada a las 06.00 UTC de la mañana del día 11, se desplomó hasta los 988mb a las 18.00 UTC. Eran signos inequívocos de una ciclogénesis explosiva.
Mientras el frente frío partía desde el centro de la depresión y recorría la zona marítima de Finisterre hasta las islas Azores, una masa de aire muy caliente se posaba en la Península, con temperaturas que llegaron incluso a los 40º, como en Zaragoza. Cuando cesó la brisa del anochecer, una inmensa oleada de calor llegó a la costa de Lugo y se desató una espeluznante galerna que recorrió toda la costa cantábrica en pocas horas, dando el pistoletazo del temporal. La enorme fuerza del fenómeno hizo zozobrar a gran parte de la flota de pescadores, y llego algo más debilitada a las orillas guipuzcoanas.
La plácida noche de verano se tornó en una escalofriante pesadilla. Los vientos alcanzaron súbitamente velocidades inauditas, y los barómetros se volvieron locos. El mercurio bajó nueve grados, mientras cientos de embarcaciones trataban de enderezar el rumbo hacia el viento para no quedar a merced del oleaje. Muchos esfuerzos fueron en vano, y la mejor receta fue huir con viento en popa y acercarse paulatinamente hacia tierra. La mar se tornó en un infierno ingobernable.
A cien millas al norte de Ribadesella, Agustín Iturzaeta patroneaba aquella noche el pesquero donostiarra 'Joxe Javier'. Un barco de más de 20 metros de eslora dedicado a la cacea, y que entonces era tripulado por 14 marineros. Agustín recuerda en euskera cómo la mar «estaba calma chicha. Eran las dos de la mañana, y de repente entró un golpe de viento. Era un silbido muy fuerte, como si parara un avión supersónico. Nos despertó a todos». Instantes después, subió al puente, encendió la radio y calentó motores. En cuanto se conectó «oí la voz de mi hermano que me estaba llamando desde un barco que estaba un poco más al oeste, y ya les había pillado de lleno. '¡Sal para adentro! ¡Sal para dentro!' me gritaba. Ellos ya habían salido hacia puerto porque no podían aguantar».
Sin embargo, el 'Joxe Javier' no partió hacia tierra hasta que su cuadrilla de pesca, dos pesqueros que les acompañaban en la costera de bonito, estuvieran preparados. «Aguantamos como pudimos hasta contactar con el 'Joxe Benito' y el 'San Roque', y arrancamos al alba junto a ellos. Según vimos el tiempo que venía recogimos los -las cañas de cacea-, y todos los marineros se refugiaron en la bodega. En un golpe de mar, una ola se llevó toda la , todo lo que había de cubierta para arriba. Volaron hasta los cacharros de la cocina».
La llegada a tierra se convirtió en una odisea. «Partimos al alba, con viento en popa, y a muy poca velocidad. Nosotros ibamos por delante, pero los tres nos manteníamos siempre a la vista. La mar se veía rota en el horizonte. Las olas eran enormes, y los bandazos terribles. Nosotros teníamos la suerte de que llevábamos la bodega llena de bonito, y ese peso hacía que el barco fuera más asentado, más gobernable», resalta Agustin.
A duras penas, los tres buques arribaron al puerto de Getaria, donde decenas de mujeres esperaban ansiosas cualquier noticia sobre sus familiares. «¿Habéis visto a los nuestros?», preguntaban entre sollozos. Las comunicaciones de radio entre los muelles de toda la costa iban anunciando las llegadas de todos los barcos. Fueron días de tensa espera para las familias de los arrantzales. Las crónicas de 1961 hablaban de un devenir constante de personas en los puertos pesqueros.
En Getaria, además padecieron el naufragio del 'Izarra', pero tuvieron la suerte de que toda su tripulación pudo ser rescatada por otro barco cercano. La solidaridad y el arrojo de los arrantzales en esas condiciones de mar extrema salvaron muchas vidas.
«Esperamos dos días más en Getaria a que amainara. De todo el salitre que tragué solo tenía sed», rememora Iturzaeta. Varios marineros retirados del Muelle donostiarra también recordaban cómo «los franceces habían ido a puerto la mayoría por su festividad del 14 de julio. Pero un barco de San Juan de Luz dio toda la vuelta. Primero quedó boca abajo por una ola, y otro golpe lo puso de nuevo boca arriba».
El 'Mirentxu' no corrió la misma suerte. Pasados dos días desde la galerna, se cumplieron los malos presagios. «Al anochecer, antes de la galerna, vi al 'Mirentxu', pero después nadie supo nada de ellos». En este pesquero donostiarra perdieron la vida doce personas. Su patrón, José Miguel Urtizberea, perteneciente a una saga de doce hermanos fuertemente arraigada en el Muelle, su hermano político Miguel María Garmendia, Felipe Ule, Evaristo Díez, José Ibarbia, Francisco Unibaso, Pedro González, Francisco Meis, Juan Rodríguez, Manuel Moldes, José Manuel Iglesias y Manuel González. En Hondarribia, la mar se llevó también Joxe Tife en el 'Santa Gema III', y a Celestino Creo del bacaladero 'Trincher Eder'.
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